Nuestra identidad como ciudadanos deriva de nuestra vinculación a un lugar, ya sea en el que hemos nacido o al que hemos ido a vivir. Aquellos que se ven obligados a marcharse de su país, bien de manera voluntaria, bien forzados por las circunstancias, tienen que adaptarse al lugar de acogida y procurarse una documentación que les permita vivir en él de manera legal. Pero este proceso no siempre es fácil ni tampoco la mejor opción cuando, en realidad, no se quiere renunciar a la propia identidad. En muchas ocasiones acaba convirtiéndose en una trampa legal para los refugiados que han tenido que renunciar a todo, como es el caso de los saharauis.

Cuando se cumplen 34 años de la Marcha Verde, instada por Marruecos para forzar la retirada de España del Sáhara occidental, una mujer frágil y de aspecto cansado vuelve a sacarnos los colores al recordarnos, con su huelga de hambre, una de las actuaciones más desafortunadas de nuestro país. Aminetu Haidar es una saharaui que ha sufrido encarcelamiento y torturas. No obstante, muestra una fortaleza y un convencimiento en la resistencia pacífica propios de una heroína cuyo único objetivo es el reconocimiento de los derechos de su pueblo.

Aminetu no se siente marroquí y, a pesar de ello, se ha visto obligada a utilizar el pasaporte de este país para poder desplazarse por el mundo y dar visibilidad a su causa. Una causa que poco o nada interesa a la comunidad internacional, más preocupada en preservar los compromisos económicos y políticos con el reino alauí que en salvaguardar los derechos humanos de 250.000 habitantes del desierto. Hoy languidece en el aeropuerto de Lanzarote a la espera de que la diplomacia española haga algo más que declaraciones comedidas para no ofender a Marruecos. Porque Aminetu no es solo una activista; es la imagen de un error histórico que ha condenado a todo un pueblo, un error que aún se puede corregir.