La otra mirada
Profesionales extranjeros y sus familias se adaptan y relatan cómo nos ven
La Vanguardia, , 23-11-2009Cuando un ejecutivo o profesional extranjero se instala en Barcelona enviado por su empresa, suele aterrizar con las alforjas repletas de buenas intenciones yde ideas preconcebidas, positivas y negativas, sobre los nativos con quienes le tocará trabajar y convivir. “Conocer el idioma ayuda, pero la lengua no basta para comunicarse, hay pautas culturales que, si se conocen de antemano, favorecen la integración”, dice la suiza Monica Baumgartner, directora de ICL, centro de estudios que intenta transmitir a expatriados llegados a la ciudad cómo operan el alma española y catalana.
La globalización prometía difuminar costumbres, pero persisten las diferencias culturales entre sociedades occidentales presuntamente parecidas, así que cada vez más empresas multinacionales programan seminarios de formación intercultural para sus directivos o técnicos en trance de marchar al extranjero, a Barcelona en este caso. “No se trata de explicarles que aquí comemos paella, sino que en las negociaciones en el trabajo un catalán o un español piensan de una manera, y un alemán o un francés pueden interpretarlo de otra”, sostiene la barcelonesa Beatriz Carro de Prada, directora de BRS Relocation Services, sociedad que imparte este tipo de seminarios y que supervisa mudanza e instalación.
Adentrarse en estos cursillos proporciona una ocasión inmejorable para analizar cómo somos los catalanes, escrutados por el ojo crítico de especialistas en explicar a los extranjeros nuestra idiosincrasia, palabra francamente antipática. Esos seminarios permiten también indagar cómo nos ven los expatriados, gentes extranjeras que han venido por trabajo como los inmigrantes – quienes son también expatriados-,pero que, gracias a sus buenos empleos y salarios, se ahorran ese apelativo. Su visión no está marcada por la dura experiencia social de quien emigra acuciado por la necesidad.
“Los catalanes son percibidos como serios, fiables, organizados, trabajadores y orientados hacia Europa, pero también mediterráneos, es decir, inclinados a la improvisación”, resume el alemán Klaus Schumacher, director del centro Humboldt, que desde el 2001 imparte cursillos de formación intercultural. Por eso, en los equipos de trabajo multinacionales pueden surgir problemas.
Ejemplo de incomprensión mutua que se explica en uno de esos seminarios: en una reunión de proyecto surgen dudas en el equipo y no se logra llegar a ningún acuerdo. El señor Ferrer, ingeniero, dice: “Bueno, cuando llegue el momento, ya veremos”. Como catalán, quiere expresar flexibilidad: “Ya encontraremos el modo de hacerlo”. Pero el alemán lo interpreta así: “¡Qué irresponsable! Hay que planificar las cosas”.
A los directivos nórdicos, habituados a una separación clara entre trabajo y vida privada, les sorprende que catalanes y españoles se tomen a menudo de modo personal las críticas profesionales. También constatan que abordar de modo claro y directo temas conflictivos o fallos por resolver suele descolocar a los interlocutores autóctonos. Los prolongados horarios laborales de este país les dejan con la boca abierta y el tuteo generalizado les sorprende.
Al tiempo, les choca que, siendo la gente supuestamente muy abierta, en Barcelona cueste tanto que alguien les invite a su casa, incluidos compañeros con quienes toman una copa después del trabajo. “La aparente apertura del carácter mediterráneo tiene un límite; ser amigos ahí lleva años”, alerta desde Stuttgart el alemán Bernd Kappel, que vivió en Barcelona e imparte seminarios interculturales en Alemania.
Muchos expatriados confiesan que desconocían la implantación real de la lengua catalana en la sociedad y muestran su perplejidad ante la inmersión en catalán en las escuelas, que da al traste con sus planes de que sus hijos pequeños aprendan castellano de modo sistemático durante su estancia aquí. “Suelen preguntarnos en qué colegios de la ciudad se da menos clase en catalán”, admiten en BRS Relocation. Klaus Schumacher, del centro Humboldt, resume así la evolución de la actitud de los expatriados hacia el catalán: “Hace veinte años, aún había gran desconocimiento; muchos lo creían un dialecto. A fines de los años noventa, la opresión del catalán por el franquismo despertaba simpatías. Ahora ya no lo perciben como idioma perseguido, sino como cultura dominante, y a algunos les irrita”.
A los nórdicos les impacta el ruido nocturno; a algunos estadounidenses les incomoda el pequeño tamaño de las lavadoras, la casi ausencia de secadoras y que los bancos cierren por la tarde; y británicos y germanos creen que los niños están mal educados. “Los franceses no entienden que seamos tan de la familia, porque en Francia prima la relación con los amigos”, añade Beatriz Carro, de BRS. Que los expatriados y sus familias se adapten bien resulta fundamental para el éxito de ese traslado profesional, y también para la hora del adiós. De hecho, algunos cursillos alertan del choque cultural que puede implicar para ellos el regreso a sus lugares de origen tras unos años en la cosmopolita Barcelona.
Desde la atalaya de los expatriados
Rasgos de los catalanes, según los extranjeros
Carácter. Los catalanes son percibidos como gente seria, europeísta, fiable, organizada y trabajadora, pero también mediterránea, tendente a la improvisación.
Trabajo.
Como características hispanas, les sorprenden la mezcla de lo profesional y lo personal, los prolongados horarios laborales y la jerarquización de las empresas.
Amistad. Ven a la gente muy abierta, y por eso les extraña que cueste tanto que un nativo les invite a su casa a cenar o a tomar algo.
Trato diario. El tuteo veloz les choca, porque en otros países se marcan más las distancias. A algunos les parece excesivo y casi rudo.
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