El debate francés sobre la identidad

El Periodico, SAMI Nair*, 14-11-2009

Desde que Jean – Marie Le Pen, líder de la extrema derecha francesa, esgrimió en 1982 el argumento de la inmigración como amenaza sobre la identidad nacional, este tema no ha abandonado la vida política. La derecha se adueñó de él durante los años 80 y 90. Para debilitar electoralmente a la extrema derecha, propuso dificultar todavía más el acceso a la nacionalidad francesa (puesta en duda del derecho del suelo) de los jóvenes de la segunda generación. En cambio, la izquierda ha luchado para ampliar los derechos de los inmigrantes , aunque también ha intentado atizar las divergencias entre la derecha y la extrema derecha, permitiendo incluso que el Frente Nacional entrara en el Parlamento en 1984. ¿François Mitterrand no apostó durante su primer mandato (1981 – 1988) por evidenciar que la derecha, si quería seguir siendo fiel al republicanismo, no podía aliarse electoralmente con la extrema derecha xenófoba y antirrepublicana? Y, de hecho, Jacques Chirac, líder de la derecha republicana, jamás aceptó dicha alianza.
En el 2007, Nicolas Sarkozy rompió este tabú. Ganó las elecciones presidenciales no solo porque se enfrentaba a una candidata debilitada, sino también porque recuperó el discurso de la extrema derecha sobre la seguridad y la inmigración (aunque para hacerse perdonar reclutó para su Gobierno algunos refuerzos procedentes de la inmigración). Volvió sobre el mismo tema en las elecciones europeas del 2009. Ahora, en vísperas de las elecciones regionales, cuya importancia es crucial para él, puesto que la izquierda controla 20 regiones de 22, y como estas regiones representan importantes feudos para las elecciones presidenciales, Nicolas Sarkozy echa como carnaza a los electores del Frente Nacional el tema de la identidad nacional. Tiende así una trampa en tres círculos: hacer olvidar la aprobación del Tratado de Lisboa que comporta, desde el punto de vista de la soberanía, numerosas limitaciones a la identidad nacional; disimular el fracaso de su política de integración en los suburbios, desplazándola hacia la cuestión de la identidad nacional planteada de forma esencialista, y, por último, obligar a la izquierda a debatir una cuestión sobre la que su postura no es ni clara ni coherente. Éric Besson, ministro de la Inmigración y de la Identidad Nacional (!), antiguo dirigente socialista que se pasó a la derecha con armas y bagajes, no fue elegido al azar para llevar a cabo esta maniobra: conoce el mundo del que proviene…

La izquierda se niega, con razón, a caer en esta trampa. No quiere debatir en las condiciones que impone Sarkozy. Pero ¿significa esto que la cuestión es totalmente artificial? En realidad, es necesario que, un día u otro, se abra en Francia este debate. En efecto, la identidad nacional francesa atraviesa por un periodo de dudas e interrogantes que no solo está vinculado a la presencia de poblaciones con rasgos culturales diferentes, sino también a una situación en que las propias bases del vínculo republicano están minadas por la evolución económica y social. Desde hace 30 años, la sociedad francesa sufre profundas transformaciones que inevitablemente engendran perturbaciones de la identidad nacional. Hay incluso un desacuerdo de fondo en el seno de las élites dirigentes sobre lo que significa ser francés en la actualidad. Este desacuerdo supera ampliamente la divergencia tradicional derecha – izquierda: en realidad, pone de manifiesto una clara oposición entre dos concepciones del vínculo nacional.
La tendencia dominante, inscrita en las estructuras mentales profundas del francés medio, se encarna en la tradición republicana de la ciudadanía. Está centrada en la idea de que la nación está basada en la participación en un contrato político de ciudadanos libres e iguales en derechos y en deberes. Desde 1789, la identidad nacional de Francia es esta identidad republicana, con exclusión de toda referencia, en el espacio público, al origen, la etnia o la confesión. Se trata, pues, de una representación política de la nación.

Ahora bien, esta concepción es cuestionada por los partidarios, minoritarios, de una visión esencialista de la nación, que define al ciudadano menos como sujeto social que como individuo étnica y culturalmente predeterminado por su origen y su cultura. Este modelo, fuertemente anclado en Europa, se adhiere al liberalismo económico y, sobre todo, alardea de las apariencias de respeto por la diversidad (de costumbres, de poblaciones, de culturas).
Estas dos visiones están en abierto conflicto. Nicolas Sarkozy, partidario del modelo minoritario anglosajón, trata formalmente con deferencia a la tradición hegemónica republicana. Probablemente, su gestión pretende crear un bloque de liberales identitaristas y de nacionalistas conservadores (que se le haya unido el monárquico ultranacionalista Philippe de Villiers no es una casualidad) para contrarrestar a la corriente republicana clásica. Pero la identidad de un país no se cambia por unas elecciones. Al contrario, la cuestión de la nación, en la época de la mundialización y de la construcción europea, merece un tratamiento más serio.

*Politólogo y ensayista. Traducción, Xavier Nerín.

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