Cuando un primer ministro británico comienza a hablar de inmigración, lo más probable es que unas elecciones generales están a la vuelta de la esquina. Ayer, Gordon Brown habló de inmigración y lo hizo para anunciar que se va a endurecer la legislación, reduciendo el número de profesiones en las que se podrá contratar a personal cualificado de fuera de Europa.

En un intento por restar votos y protagonismo a la extrema derecha, Brown afirmó que quienes se preocupan por los elevados índices de inmigrantes no deberían ser calificados de racistas. El de ayer fue el primer discurso de Brown sobre inmigración desde su llegada al poder hace más de dos años. Prometió que las pruebas de acceso para inmigrantes cualificados al mercado laboral serán más duras, y serán admitidos solo si el empleador demuestra que no hay ningún británico con la misma cualificación que el inmigrante.