El velo

Diario de noticias de Gipuzkoa, , 08-11-2009

Supongo que tiene que resultar muy difícil explicarle a quien le da una paliza a una mujer por no llevar velo, que ha infringido un Código Penal de obligado cumplimiento, tengas las creencias religiosas que tengas, vengas de donde vengas y sea la que sea tu cultura originaria, si el autor o los autores de ese bochornoso hecho se sienten autorizados a ello por sus textos sagrados, de indudable inspiración divina, y por las consecuentes enseñanzas religiosas recibidas. Si es que los hechos han sucedido tal y como se han contado, para que el público se escandalice y vea, condene y arme bulla con los excesos del mundo islámico, las voces que piden condena ejemplar de los autores, que es algo que hoy se pide mucho, con objeto de que éstos “se vayan enterando”, no reparan, o lo hacen de manera muy aleve, en que es muy posible que quienes le propinaron una paliza a la mujer que no llevaba el velo preceptivo no entiendan que de los preceptos de un Código Penal se derivan penas de cárcel por hacer aquello que en conciencia se sienten legitimados a hacer y de que lo sucedido es un asunto que no atañe en exclusiva al mundo musulmán. Si lo entienden y piensan que no va con ellos, es la cuestión de fondo que desde aquí no podemos resolver porque no sabe resolverla nadie, y esto es lo que se digiere mal. No basta con la fuerza. ¿Qué fuerza?

Dudo de cuál puede ser, por parte de los autores de la paliza, el sentimiento de pertenencia a una sociedad basada en un sistema de libertades cívicas, laica, al menos en teoría, o si éste es relativo, mera cuestión de papeles y permisos de residencia y trabajo. La sucesión de episodios relacionados con sus preceptos religiosos me hace pensar que están convencidos de que viven en un mundo burbuja regido por sus propias leyes, al margen del común. El conocimiento que tenemos de las creencias, preceptos religiosos, costumbres, leyes escritas y no escritas que rigen las comunidades musulmanas me temo que sea poco menos que nulo. Y están al cabo de nuestra calle, en nuestro mismo barrio. Sus hijos acuden a unos centros escolares en los que reciben una educación que, en principio, si las cosas funcionan como están planeadas, se contradice con la que les dan en el ámbito familiar o en la mezquita del barrio. Al otro lado empieza un mundo distinto, regido por otras leyes, en el que el nuestro resulta enemigo, porque está basado en libertades que resultan incompatibles con sus prohibiciones.

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