Niños en un viaje para titanes

La Verdad, P. NAVARRO, 08-11-2009

Para el ciudadano occidental, embarcar en una patera rumbo a Europa es sinónimo de jugársela. Sin embargo, para muchos de los menores que llegan e nuestras costas, esta triste aventura se asemeja, más bien, a un juego. Esa es la sensación que, al menos, transmite Yasim, un chaval argelino que desembarcó en Cartagena hace, apenas, dos semanas. «No pasé miedo ni por un momento durante las 18 horas de viaje, pero yo tenía claro que todo iba a salir bien. No conozco a nadie que haya tenido problemas», asegura este chico de 17 años.

Aquella noche, cinco magrebíes, incluido él, llegaron al módulo de primera estancia del Centro de Protección de Menores de Santo Ángel. Todos habían superado las pruebas médicas para determinar su edad y, a pesar de viajar en embarcaciones distintas, todos se conocían: eran vecinos en su pueblo natal. En total, ya son 31 los inmigrantes menores de edad que han llegado al litoral murciano este año, todos argelinos, y en general, mayores de 16 años. Su destino inicial e inmediato, estas instalaciones situadas en un chalet construido en plena huerta, donde conviven hasta 24 chicos de diferentes nacionalidades, en situación de desamparo.

«A nosotros no nos importa la puesta en marcha del SIVE (Servicio Integrado de Vigilancia Exterior). Por regla general, todo el que es interceptado y tiene menos de 18 años se queda en España, independientemente de su situación y eso es algo que los más jóvenes saben cuando se lanzan a la mar. Esto favorece, además, un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años», señala el director del centro, Diego Tortosa.

Y no se les puede culpar por ello, porque el mero hecho de pisar estos centros supone para estos chicos la apertura de todo un mundo oportunidades de las que, a priori, carecen en sus países de origen. Aquí, se les proporciona alojamiento y comida, formación gratuita y se les ayuda a encontrar un empleo.

«Antes de salir de Argelia, mis amigos en España me contaban lo bien que te tratan en estos sitios. En casa tenía cubiertas las necesidades básicas, pero uno siempre quiere ir a más. Por eso me marché en contra de la voluntad de mis padres», resaltaba Yasim.

La situación Eric, de 16 años, era un poco peor que la del argelino, Este hijo de unos pobres campesinos guineanos, decidió huir de casa y emprender un viaje de siete meses rumbo a España. Sin embargo, lo más normal es que sean los propios padres, incapaces de mantener a todos sus hijos, los que reúnan dinero para mandar a uno de sus pequeños a Europa. «Las familias lo ven como una inversión. No sólo eliminan una boca que alimentar, sino que además esperan recibir envíos de dinero», asegura Tortosa.

Éste, además, es uno de los motivos por los que no se consigue devolver a estos jóvenes a sus países de origen. Desde el momento en que un menor no acompañado llega a la Región, se convierte en responsabilidad de los Servicios de Protección de la Administración autónoma, que tiene la obligación de intentar el reagrupamiento familiar, bien con alguno de sus familiares en España, si los hubiera, bien con su familia en el país de origen.

Gestiones con consulados

Estas gestiones se hacen directamente con sus consulados, que, normalmente, suelen denegar la repatriación «al no localizar a la familia», algo a todas luces falso, según el director del centro. A partir de ese momento, a la Comunidad no le queda más remedio que iniciar los trámites de regularización para que continúen en nuestro país legalmente hasta que cumplan, al menos, los 18 años.

En el caso los subsaharianos se da un fenómeno bastante curioso. «En Canarias las pruebas médicas confirman que muchos son mayores de edad. Sin embargo, meses después de ser repartidos por la península, aparecen con pasaportes formalmente falsos que los identifican como menores y tenemos que aceptarlos», relata Tortosa.

Los chicos pueden pasar unos dos meses en el módulo de Monteagudo hasta su traslado a otros centros gestionados, bien, por la Comunidad, bien por organizaciones con las que existen conciertos. Entre tanto, se les atiende médicamente, y se comienza a introducirlos en la lengua española para facilitar su rápida incorporación a los diversos programas de formación laboral. «Si ellos se comprometen con las normas y el trabajo, nosotros lo hacemos con su futuro», apunta el director. «Es lo que peor llevo, la falta de libertad que tengo aquí, pero creo que puede merecer la pena», indica Yasim. Mohammed no siente lo mismo, y nada más llegar al centro escapa. «No podemos hacer nada, ya son mayorcitos. Otro cogerá su plaza», concluye Tortosa.

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