LAS CICATRICES DE LA INMIGRACIÓN (IV) / LAS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA MACHISTA
'Olga', la médico a palos
El Mundo, , 25-10-2009Sufrió palizas la «gorda de ojos hinchados», vivió con una soga invisible al cuello y fue violada por su marido, que decía que todas eran unas putas menos ella. Al final, la médico salió entera. De aquella relación nació un niño mentando a un fantasma: «Mamá, papá puede entrar por la ventana si no le abrimos la puerta» Madrid
El marido le daba una bofetada de escarmiento, le hacía una foto a aquella cara de payasa a la que se le corría el carmín y luego le mostraba la imagen – espejo deformante – , riendo como arlequín loco.
- Mira, mira qué fea estás.
El marido le decía «quieta aquí», le apretaba por el cuello con la mano cuando se enfadaba y la emprendía a puñetazos con aquel pelele de esposa que siempre andaba husmeando hombres, claro, que no obedecía, que era una «puta idiota», una «gorda de ojos hinchados».
Llegó a España la sin papeles enamorada. Pongamos que se llama Olga, aunque lo suyo no tenga nombre. Al final el rumano se le tiraba encima en la cama y la desvestía. Ella lloraba mientras él lo hacía. Él la veía llorar. Al rumano le daba igual.
Al principio no era así. Ni lo de las tenazas de dedos al cuello. Ni lo de las fotos de sádico. Al principio, el tipo le fue con un cuento. Érase una vez un príncipe llamado Stefan.
Lo conoció en Rumanía en 2002, adonde la médico Olga acudió a un curso de posgrado sobre anestesia en la Universidad Politécnica de Bucarest. Si ella parecía Bambi por primera vez ahí fuera, él era un cazador con resabios. Se enamoraron, se hicieron novios y aquel hombre «algo infantil» que le sacaba 15 años y se hacía pasar por ingeniero apretó una lazada que no aflojaría nunca más.
El máster acabó. Ella regresó a su país – que nos pide ocultar por seguridad – y él volvió a España, donde tenía residencia legal y un montón de trucos de cartas listo. Que si «eres la mujer de mi vida». Que si «tú no eres como las demás». Que si «casémonos y tengamos hijos». Olga aceptó ir a visitarle a Madrid y, desde allí, pusieron la proa apuntando a Rumanía. Habría boda en el país de los Cárpatos, sólo una condición puso la doctora: que le dejara ir a otro curso a Israel. Pues claro, amor.
«Le amaba, pero había cosas que no me gustaban. Se ponía violento por tonterías. Hablaba mal de las mujeres. Decía que eran todas unas putas, que sólo querían seducir a los hombres para quedarse con su dinero. Todas, menos yo».
Empezó a entender algo de lo que se le iba a venir cuando llegó a aquella localidad rumana y observó a la vecina. Aquella vecina que siempre escapaba rápido con cualquier excusa, dejándose el café a medias, cada vez que Stefan entraba por la puerta. La vecina, que miraba a Olga sonreír y bajaba los ojos.
«Un día a solas me dijo que si no sabía yo quién era Stefan. Me contó que pegaba muchísimo a su anterior mujer, que ella oía los gritos. Me contó que su ex escapó cuando el niño tenía dos años porque no podía más. Y que la destruyó». Stefan le contó a Olga que había muerto de cáncer. Olga, que es médico y que descubrió en un cajón el certificado de defunción, vio que la causa de la muerte había sido otra.
No se fue porque estaba enamorada hasta las trancas y porque, al fin y al cabo, tras las mirillas, las vecinas ven gigantes donde sólo hay molinos. Habría boda para el 24 de agosto de 2004. Stefan no era ningún monstruo.
«Una vez compré dos tazas de té: una para él y otra para mí, cosas de románticos. Una de las tazas se me rompió y se puso fuera de sí… Me decía que no vestía adecuadamente, que miraba a uno o a otro, que iba a ser una casada y lo único que tenía que hacer era obedecer al marido
Se iba y me dejaba llorando. Dos veces le devolví el anillo de compromiso, pero no me atreví a volver a mi país por vergüenza».
Hubo casamiento y vals, padrinos y matasuegras. A la semana, Olga le fue con la promesa aquella del viaje a Israel. Stefan se cagó en ella. «Estaba sentada. De repente se abalanzó. Con una mano me apretaba el cuello y con la otra daba puñetazos. Hasta que se cansó
Volvió con un ramo de flores. De rodillas me dijo que le tenía que hablar más suave, y que me olvidase de Israel». El próximo destino era Madrid.
La mujer se quedó en estado. Tres días de viaje en autobús para una embarazada de cinco meses. Si aquella habitación alquilada que les aguardaba en Madrid hubiera tenido felpudo, en él se habría leído bienvenida al infierno.
«Esperaba sin comer y sola en nueve metros. No me decía a dónde iba. Nunca me dejaba más de uno o dos euros. Me empujaba, me golpeaba, me humillaba. Yo lloraba cuando me hacía el amor encima. Él me veía llorar y le daba lo mismo. Me decía que, si le denunciaba, me iban a expulsar por no tener papeles y que el hijo sería para él y que lo daría a un centro de acogida».
Llegó el día del parto, aquel caramelo que endulzó las primeras cartas de novios. Stefan pasó la noche en un bar porque se enfadó por no sé qué. Olga pasó la noche en quirófano porque el nacimiento casi se la lleva. Por la mañana, el padre se presentó amenazante. Fue lo primero que oyó al recuperar la consciencia: «Tú, ¿dónde has dejado a tu hijo?».
Las cosas habían cambiado. A las tres semanas, la que ya era madre le dejó.
Pasó que Stefan nunca se olvidó de ella ni tras el divorcio, propiedad en exclusiva que se rebela. Se sucedían los meses y Olga recomponía el puzle. Hasta que aparecía de nuevo él tras la presa. Así, un día la médico perdió su empleo como limpiadora porque él fue a denunciar a comisaría que aquella mujer no tenía papeles. Así, otro día le cayó el cielo encima a la salida de una entrevista de trabajo. «Me cogió por el pelo y me golpeó contra la pared. Me agarró por el cuello y empezó a pegarme preguntándome por el niño. Me daba patadas, me escupía. Me llamaba puta idiota».
La denuncia quedó en nada porque no presentó parte de lesiones y entonces había otras leyes que animaban a palizas de saldo.
¿Qué fue del niño? El pequeño, que hoy tiene cuatro años, salía con su discurso de dibujos animados tras aquellas visitas paternas en el punto de encuentro. «Papá me dice que lo ve todo, mamá. Tiene ojos en la nuca. Mamá, papá puede entrar por la ventana si no le abrimos la puerta».
Stefan volvió a Rumanía en 2008, al parecer, por un problema de corazón, y ha puesto una denuncia en un juzgado de su país pidiendo ahora la guarda y custodia del niño.
Olga homologó su título y trabaja en una mutua como médico. Pero después de una vida de zulo, le quedan dos pústulas de grillete que secar aún al sol, sus dos marcas de esclava.
La primera tiene que ver con una parte de su mente: «Una vez, cuando éramos novios y estábamos en distintos países, me dijo: ‘A las 23.00 de la noche piensa siempre en mí y yo pensaré en ti. Así siempre estaremos juntos’. Han pasado cuatro años, y hasta hace poco ha sido así, como si me persiguiera: eran las 23.00 y se me venía a la mente. Y tenía que esforzarme diciéndole a esa imagen: ‘Vete, vete, vete…’».
La segunda de las marcas tie – ne que ver con «una parte de su cuerpo».
- ¿A qué te refieres?
- Al cuello. Se me quedó esa manía: no soporto que nadie me toque el cuello. Ni tan siquiera el niño.
Las ‘sin papeles’, una diana fácil
>Entre 2004 y 2008, el porcentaje de extranjeras maltratadas en España pasó del 20,8% al 44,3%. El número de asesinadas en lo que va de 2009 es de 47, según datos oficiales. Dieciséis de ellas, el 34%, eran inmigrantes.
>Para Amnistía Internacional (AI), las víctimas ‘sin papeles’ tienen seis veces más riesgo de morir a manos de sus parejas o ex parejas que las españolas. La instrucción 14/2005 del Ministerio del Interior decía que, cuando una inmigrante acudía a denunciar, había que pedirle la documentación. De no tenerla, se iniciaría procedimiento de expulsión. Según AI, el Gobierno ha copiado esta idea y la ha incorporado a su reforma de la Ley de Extranjería. ¿Más problemas? Para acceder a las redes de acogida, también hay que denunciar.
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