«Prefiero morir en la calle que en casa»
El Correo, , 13-10-2009Los dramas provocados por un ERE tienen rostro y nombre propios. Como el de Ali Sambaou, un trabajador beninés de 36 años, afincado en Vitoria, con los papeles en orden y al borde de la «desesperación». Hace tres meses que no ve «un duro» de su empresa, una firma de estampación de metales, inmersa en un expediente de regulación de empleo desde septiembre. Los acreedores le acosan. Pagar la hipoteca de su piso se ha convertido en un imposible; el desahucio llama a su puerta. Y, por supuesto, los envíos de dinero a su familia – en su país le aguardan su mujer y cuatro hijos – pasaron a mejor vida.
Sambaou se siente «engañado» y «estafado» por su jefe, que ni le da la carta de despido para buscarse la vida ni le abona los atrasos. Siempre según la versión del afectado, el empresario redactó «de forma incorrecta» el documento del ERE, que se alargará un año, por lo que su resolución – y el inicio de los pagos – se demorará «hasta diciembre». Una pausa imposible para su maltrecha economía. «No tengo dinero ni posibilidad de buscar trabajo en otro sitio hasta que se resuelva el proceso de regulación de empleo». ¿Cuándo sería? «En UGT nos han dicho que hasta diciembre no habrá noticias», esboza con gesto preocupado.
Tres mensualidades
Sin dinero en sus bolsillos ni visos de conseguirlo, sólo atisba un parche: recibir las tres mensualidades que le adeudan. Así iría tirando. Ha exigido en múltiples ocasiones el ingreso a su jefe. Sin embargo, únicamente ha obtenido la callada por respuesta, «mientras otros compañeros han recibido un porcentaje importante». Desmoralizado, inicia hoy una huelga de hambre frente a su empresa, ubicada en el polígono de Gojain, en el linde con Legutiano. «Encontrar otro trabajo ahora es casi imposible, además, si cambiara perdería esa compensación básica para pagar mis deudas», comparte.
En la misma situación se encuentra su amigo Abdulai Ismail, con el que comparte domicilio. Éste, de momento, no se atreve a escoltarle en su protesta. «Vivimos con un hermano suyo que, a día de hoy, es el único con ingresos. Recibe 400 euros mensuales». Tan escasa cantidad se esfuma de sus manos en un suspiro. Por eso, muchos días tiran de la caridad de una mezquita de Vitoria a la que son asiduos al profesar el credo musulmán.
«Prefiero morir en la calle que en mi casa», se justifica. Por eso se ha decidido a lanzarse a la acera por su futuro y el de los suyos. En Benin, inquietos, su mujer y cuatro pequeños aguardan noticias. «Acaban de empezar el colegio y nos han advertido que si no pagamos la matrícula, les impedirán entrar. Imagínate cómo me siento», argumenta. «No me queda otra que protestar».
d.gonzalez@diario – elcorreo.com
(Puede haber caducado)