«Le miré a los ojos y supe que iba a seguir viviendo»

El Correo, JORGE BARBÓ, 11-10-2009

Samuel lleva poco más de un año en Bilbao, pero en este tiempo se ha ganado la confianza y el cariño de muchos de sus vecinos con su trato amable y servicial. Nervioso y a medio camino entre la modestia y el orgullo, relata la tarde en la que, en un acto de valentía, salvó de una muerte casi segura a un hombre al que un compañero de piso había apuñalado en el cuello en Bilbao La Vieja.

- ¿Cómo ocurrió todo?

- Yo estaba recogiendo chatarra, dando una vuelta por las obras. Subí al contenedor a recoger escombros, porque yo no busco en la basura, y encontré un poco de cable. Era la hora de comer y la calle estaba casi vacía. Fue entonces cuando vi a un hombre saliendo de su casa ensangrentado. Había gente llamando a la Policía y a la ambulancia. No me lo pensé dos veces, me quité el jersey y lo ayudé. El miedo me entró después; no al cogerlo, sino al verle las heridas. Él me miraba con sus bonitos ojos verdes y yo sabía que iba a seguir viviendo. Ayer mismo hablé con mi madre y le conté lo que había hecho. Está muy orgullosa.

- Días más tarde fue al hospital para interesarse por su estado de salud…

- Sí, pero no me dejaron entrar porque no soy familiar, porque no tenía su apellido. Ya sabes, cosas administrativas. Ayer lo vi en su casa y me saludó desde el balcón. Estoy feliz por haberle salvado la vida.

- Su intervención fue providencial.

- Fue un gesto humanitario, sin más. Si veo un gato en la ría, yo me tiro. Es es mi forma de ser desde siempre, desde joven. Trabajé en Cáritas en Jaén y con Cruz Roja por las noches durante seis meses. Estos gestos van conmigo. Lo siento por el maquinista que falleció el jueves. Si llego a estar allí, también hubiera echado una mano.

- ¿Cómo es un día en la vida de Sami?

- Tranquilo, llamando a puertas. Voy al centro, como en el comedor, me voy a las duchas de Zabala, por la tarde paro en la biblioteca del Casco Viejo. Allí tengo mi tarjeta y aprovecho para leer historias. Me conecto a Internet y leo los periódicos. El día lo paso como puedo. Un día tengo buena suerte, saco un poco de chatarra. Otros días, no hay nada. De tanto pedir tabaco he echado músculo.

- Y al caer la noche…

- Una asociación me ha pagado dos meses de alquiler y con la renta básica podré tener una habitación digna como todo el mundo. Por ahora, duermo gracias a la generosidad de un médico que me ha dejado una cochera en un bajo. Él confía en mí. Ni te cuento el ruido que hay por la noche.

«Como en ’Titanic’»

- Luego ha encontrado buena gente.

- En ninguna ciudad he visto esto. Aquí hay personas que acogen a los inmigrantes , les dan de comer, les dan ropa y la ducha gratis. He viajado por toda España y aquí es distinto. Como te llevas con la gente, la gente se lleva contigo. Depende de dónde te metes y con quién andas.

- ¿Cómo fue a parar aquí?

- Ya había estado en Bilbao, en un viaje que hice a Suiza, de joven. En Túnez trabajaba en el sector turístico: empleos temporales en hoteles, se cobra muy mal. Un día cogí la mochila y desde entonces no he visto a mi familia. Estuve ocho meses en un centro de trabajadores temporales en Melilla y allí me pagaron un billete hasta Málaga. En el barco, ¿has visto la película del ‘Titanic’? Pues me sentí igual – extiende los brazos, como en la escena de la película – . Desde entonces, he trabajado por Andalucía en la oliva, en la fresa, en el ajo y en la construcción. Pero se acabó el trabajo y un día me dije: ¿Qué haces aquí?, te vas a morir de hambre, de calor, de sufrimiento. Bilbao es mi última parada. Quiero trabajar aquí cuando se arreglen mis papeles y lo de mi orden de expulsión.

- Explíqueme eso de la orden de expulsión.

- Cuando llegué a Málaga no tenía dinero, sólo me dieron 30 euros para el billete del barco, nada más. Dormí toda la noche en un parque y cuando vi la estación subí al tren, aunque sabía que no podía pagarlo. Pensé que era como antes, que cuando te cogían, te bajaban en la siguiente parada. Pero el revisor avisó a la Policía Nacional en la estación de Córdoba y allí tramitaron mi expulsión.

- ¿Qué diría a aquellos que miran con desconfianza al de fuera?

- A la gente que es de aquí, ciudadanos de esta tierra, les puedo comprender, porque escucho y veo en la ‘tele’ los problemas que pasan y la gente está harta. Tienen miedo del que llega de fuera, porque hay algunos que vienen a hacer el mal, a ganar dinero en el menor tiempo posible y marcharse.

- Y usted no es de esos…

- Yo estoy limpio y pienso de otra forma. Quiero vivir, trabajar y jubilarme aquí. Volver a mi tierra con mi cochecito para demostrar a mi madre y a mi padre que he conseguido algo. Cuando vuelva, pienso ponerme dos corderos delante, y no pararé hasta que hasta que los termine.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)