Prisioneras de las mafias en Buztintxuri

Las mafias de la prostitución obligan a 15 mujeres en el barrio pamplonés de Buztintxuri a prostituirse y a pagar en tres años 60.000 euros por haberlas sacado de sus países. Distintas fuentes afirman que si no lo hacen, amenazan con asesinar a sus familias

Diario de Navarra, IVÁN BENÍTEZ . PAMPLONA, 28-09-2009

ATRAPADAS de por vida. Esclavas de una deuda que no pueden pagar. Vivir o morir. La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino la esclavitud más antigua. Un sometimiento que se da en Pamplona cada noche en pleno siglo XXI. Lo peor de todo: no se puede erradicar. El paso del tiempo lo ha demostrado.

Violadas y engañadas

La policía tiene identificadas a todas las mujeres. Aseguran que son 15, la mayoría subsaharianas. Aunque es difícil de comprobar, creen que no hay ninguna menor. Los proxenetas les quitan el pasaporte en cuanto caen en sus manos. Según fuentes policiales, siempre sucede la misma historia: salen de su país ilusionadas. Un amigo o familiar les hace creer que han conseguido un trabajo para ellas, normalmente de cuidadora, y les ayudan a salir.

No llegan en avión sino en patera. Durante el viaje sufren todo tipo de vejaciones, violaciones, palizas, muchas mueren en el intento y, una vez que desembarcan en la costa española, caen exhaustas sobre su propia realidad. Les han engañado. La persona que un día les prometió una vida digna, y era amigo de la familia, es ahora un proxeneta con toda una red de tentáculos a sus pies. A partir de este momento, derrotadas sobre la arena blanca de alguna playa, se convierten en esclavas de un “jefe”, así les califican entre ellas a los “chulos”. Quedan cautivas de una “deuda” que oscila entre los 40.000 y 60.000 euros y que deben pagar en tres años si no quieren morir. Se convierten en prisioneras de su propia vida. Sírvase de ejemplo: para sufragar esta cantidad, si cualquiera de estas chicas cobra 30 euros por servicio mínimo, necesitaría 2.000 servicios para poder pagar la deuda. Y esto, sin descontar el dinero que un ser humano necesita para cubrir lo básico para vivir: comer, medicinas, alquiler de la habitación… Toda una vida.

La noche cae en el barrio pamplonés de Buztintxuri como una lápida. Es sábado, 19 de septiembre. El periodista atraviesa la rotonda de entrada al barrio y advierte las botas blancas de una joven de raza negra. Se apoya sobre el círculo rojo de uno de los semáforos de la Avenida Guipúzcoa, en dirección a Berriozar. El periodista detiene su vehículo. Ella se aproxima con prudencia. Los focos del coche iluminan su rostro. De lo delgada que es parece una niña. Se llama Nzinga y tiene 19 años. Le gustaría llegar a ser modelo. A su espalda, sentada, en un banco, próximo al supermercado BM, se encuentra Jinga, más gruesa, de 22 años, y con el pelo recogido en una diadema blanca. Conversa dos palabras con el periodista. “Sueño con ser actriz”, dice.

A 500 metros, en paralelo al carril bici, Sandra, una brasileña de 20 años baila a ritmo de música. El periodista vuelve a frenar. Baja la ventanilla. La muchacha se acerca. “30 euros 20 minutos”, dice, quitándose los cascos y mascando chicle. En la mano sujeta un móvil. De repente, se aparta. Ha visto la mochila cerrada de las cámaras. No le gusta. Empieza a correr. Se esconde entre la maleza del callejón que hay al otro lado de la tapia encalada de la fábrica Bosh y que, estos días se encuentra con pintadas por despidos.

El periodista continúa por este camino hacia el interior del barrio. Aparca frente al portal nº 45 de la calle Madres de la plaza de mayo. Apaga las luces. Espera. Unas botas blancas, muy parecidas a las de la muchacha del primer semáforo. Se aproximan despacio desde la Avenida. Atraviesa los 50 metros del camino y se queda a medio metro del coche. Esta chica, de 25 años, vestida con medias, minifalda roja y un suéter de cuello vuelto de invierno, la temperatura ha descendido hasta los once grados, se llama Ana y es centroafricana. Lleva dos años atrapada en la prostitución. Las primeras palabras que lanza al aire en un mal castellano y de manera autómata son: “30 euros….”. La conversación no se prolonga demasiado. “No puedo hablar, necesito dinero”, expresa . Se da la vuelta. Durante unos segundos se queda con la mirada fija en la pared. Han dibujado una cruz gamada. Acelera el paso al distinguir las luces de freno de un vehículo en el cruce con la Avenida Guipúzcoa. Ana abre la puerta del copiloto y se mete en el coche. Desaparece. Son las diez y media de la noche. A esta hora, sale del portal Marlin Sánchez , de 30 años. Pasea el perro. “Ahora vienen más temprano”, explica, “se suelen quedar hasta las seis de la mañana. Los clientes aparcan allí”, indica con el dedo, "detrás del Caprabo. Dejan el suelo lleno de preservativos y toallitas de higiene.

En un piso de una calle cercana, detrás del BM, Mari Jose retira la cortina de su habitación. Se queda unos segundos mirando por la ventana: tres prostitutas se protegen del frío. Suspira.

La policía también confirma esta cifra de 60.000 euros de deuda. Al parecer, los proxenetas exigen a las prostitutas esta cantidad para costear la compra de sus propios pisos. Durante este tiempo, las mujeres sufren todo tipo de sometimientos. Quedan completamente anuladas, encarceladas en sus propios cuerpos. Las mafias les han arrebatado la documentación y algo más: la libertad. Si huyen les amenazan con quemar vivos a sus familiares. Hay mucho miedo. No se pueden empadronar sin el consentimiento de sus “chulos”, tampoco pueden escolarizar a sus hijos. Al amanecer, llegan a casa, abren la puerta de sus habitaciones y caen heridas en un sueño profundo. Están tan mal heridas que no les quedan fuerzas ni para comer. El dolor no es sólo físico.

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