Tribuna Abierta

¿Aceptaría un contrato de trabajo como prostituta?

Diario de Noticias, por paco roda, 23-09-2009

SÉ que la respuesta a este dilema o conflicto no puede ser individual. Hacerlo así anularía todo el complejo debate, no tan actual, de la prostitución, el cual requiere una reflexión social, económica, política y estructural. Pero fundamentalmente una visión de género. No obstante, la pregunta nos sitúa personalmente ante este enmarañado, polémico y escabroso tema. Y lo es porque en juego hay algo más que una posición u otra respecto a la legalización, ilegalización o despenalización del consumo de sexo. En primer lugar, este debate no se puede abordar desde la atalaya de la ética o la moral. Tampoco desde la sacrosanta libertad o libre elección de cada uno ante el cuerpo, su propio cuerpo. Hacerlo así sólo nos lleva a centrar el problema en lo estrictamente individual. Algo, una vez más, de puertas adentro, algo íntimo, donde lo colectivo y lo absolutamente político no tienen cabida. Y esto es algo que la posmodernidad ha gestionado y ambientalizado a través de la primacía de los derechos del yo individual. Es decir, este tema no se puede plantear como una cuestión de derechos. Porque esta cuestión no está, no puede estar, a la altura del debate del derecho al aborto o del derecho a los anticonceptivos. Porque no es lo mismo legalizar prácticas individualizadas de gestión de la propia vida sexual y reproductiva que una práctica que enajeniza el propio cuerpo de las mujeres. Pero, sobre todo, no es lo mismo porque la conquista de los derechos mencionados fueron fruto de la unión de las mujeres y del movimiento feminista. Si este debate logra regularizar la prostitución, esclavizará, más aún si cabe, a las mujeres. Pero en absoluto las liberará. Porque lo que se persigue no es la libertad de prostituirse libre y legalmente, sino algo muy diferente, el derecho a comprar sexo libre y legalmente. Ésta es la cuestión y no otra.

No obstante, hay corrientes pro feministas y partidos progresistas de izquierdas muy influenciados por las teorías de la liberalización de cuerpos y almas, teorías que influyeron en los movimientos sociales de los años setenta y ochenta, y que hoy abogan por la regularización y legalización de la prostitución. Esta posición pretende con ello mejorar las condiciones de trabajo, seguridad y salud de las mujeres que ejercen la prostitución. Incluso desestigmatizarlas socialmente. Se trata de una posición que Malin Björk define como respuesta de control del daño o, dicho de otra manera, hacer más llevadera y amable la prostitución. Pero la legalización no tendrá los efectos buscados. Al contrario, la legalización será sinónimo de institucionalización de la misma. Y en este sentido no es exagerado decir que el Estado se convertirá en el mayor proxeneta. La legalización aumentará el número de chulos, consumidores, prostíbulos, casas de citas, pisos de alquiler, puticlubes de carreteras y, sobre todo, aumentará el número de mujeres, mayoritariamente extranjeras, que serán explotadas sin remisión. Porque si algo ha cambiado en el mercado del sexo es que éste es un asunto fundamentalmente de clase y raza.

Defender la legalización desde posiciones basadas en la libre elección individual, fuente de derechos personales o dejar hacer, porque algunas mujeres así lo eligen, es un grave error. Porque la gran mayoría de las mujeres que se prostituyen procede de los submundos neocolonizados y territorios megaexplotados de África, Asia, Suramérica y ex repúblicas rusas y de Europa del Este, lugares en los que la fuerte socialización patriarcalista ha influido en sus vidas y en su socialización sexual. Como también en las nuestras. Así que basar esa legalización en la libre elección es un atentado a la verdad objetiva. Esas mujeres ni son libres ni lo serán legalizadas.

No obstante, apoyar la legalización desde las posiciones que se mencionan traerá como consecuencia, si es que algún día se lleva a cabo tal legalización, algo muchísimo más grave. Si esta sociedad capitalista, abultada y sobredimensionada de derechos individuales pero con un escaso reconocimiento de los mismos, legaliza la prostitución, se quita un peso de encima como institución al servicio de los y las ciudadanas. Porque se exime de la responsabilidad de abordar el problema de manera social y colectiva. En definitiva, traslada el problema a las mujeres individualizándolo, culpabilizándolas de su decisión, pero se libera del ejercicio de sus compromisos sociales (prestaciones, ayudas, subsidios, planes de incorporación, rentas básicas universalizadas u otras medidas compensatorias que garanticen la autonomía real). Y es que no hay mayor compromiso público y político por parte del Estado que liberarlas de la explotación sexual. Y eso no se consigue legalizando la prostitución. ¿Se imagina usted legalizar la esclavitud abolida definitivamente desde 1888?

Por eso, y porque cada año entran en la UE entre 60.000 y 100.000 mujeres que serán víctimas de las redes de proxenetismo más despiadado creo, junto a la Coalición Internacional contra el Tráfico de Mujeres, que no hay una, sino al menos diez razones para oponerse a la regularización de este negocio.

Porque la legalización de la prostitución es un regalo para los proxenetas, los traficantes y la industria del sexo. Porque la legalización de la prostitución y de la industria del sexo promueve el tráfico sexual. Porque la legalización de la prostitución no supone un control de la industria del sexo. La expande. Porque la legalización de la prostitución aumenta la prostitución clandestina, ilegal y la prostitución de la calle. Porque la legalización de la prostitución y de la industria del sexo promueve la prostitución infantil. Porque la legalización de la prostitución no protege a las mujeres que la ejercen. Porque la legalización de la prostitución aumenta la demanda de la misma e incentiva a los hombres a comprar a las mujeres por sexo en un entorno social más permisible y de mayor aceptabilidad. Porque la legalización de la prostitución no promueve una mejora de la salud de las mujeres. Porque la legalización de la prostitución no aumenta las posibilidades de elección de las mujeres, ni les hace más libres ni autónomas. Y, finalmente, porque la gran mayoría de mujeres que están inmersas en las redes de la prostitución no quieren que se legalice o despenalice la industria del sexo. Y es a ellas a quien hay que escuchar.

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