´Hammam´ y prostitución
La Vanguardia, , 14-09-2009Joana Bonet
Parece que lo que importa de la prostitución (femenina y masculina) es que se vea, no que exista
Hay que remitirse a su origen para comprender qué significan los cuerpos moviéndose lentamente entre el vapor mientras, indolentes, van perdiendo su sombra con una respiración volcánica. El hammam Cagaloglu de Estambul es visita obligada para el viajero que quiere asomarse a esa laxa concepción del mundo encima de las milenarias losas de mármol. Allí, bajo una atmósfera blanquecina, la humedad cambia el rumbo del tiempo sin avanzar hacia delante sino hacia dentro, a la mismidad. El sudor brota por el cuerpo, como si fuera un surtidor de agua anegada en la piel, mientras la mente intenta pensar aunque sólo pueda ser habitada por el vapor. Hay algo infernal y a la vez placentero en esta práctica que los turcos mejoraron de los romanos. Una especie de ahogo voluntario al que poco a poco te vas acostumbrando. A veces tengo la sensación de que la realidad crea atmósferas de vapor. Submundos envueltos en vaho ardiente y acuciados por un sentimiento higiénico para exfoliar pieles muertas. Pieles muertas que enseguida resucitan.
Ocurre ahora con el asunto de la prostitución: un tema que llevaba una temporada desenfocado y adormecido, suspendido entre vahos. En el 2001, desde ERC se pidió que se descriminalizara a las prostitutas, que pudieran organizarse en cooperativas de autogestión y que tuvieran cobertura social. La iniciativa del primer tripartito catalán se enquistó en debates morales. Abolicionismo frente a reglamentarismo. Hace dos años el Congreso dio carpetazo a la regularización: PSOE y PP votaron en contra. El asunto era tan controvertido que se prefirió que los dossiers cogieran un poco más de polvo y de vaho. Su concepción: la idea de un cuerpo que se vende impide aceptar la indignidad del acto. Montserrat Tura y Anna Simó alertaron sobre la vulnerabilidad a la que estaban expuestas mujeres esclavas con recursos tan miserables con los que era imposible que, ni ellas ni sus hijos, tuvieran una vida digna. En la alegalidad, las mafias campan mejor.
Pero faltaba una foto. Las buenas noticias necesitan de una imagen que ejerza de estímulo narrativo. Una imagen fuerte. No vale el texto relacionado con la criminalidad de la trata de mujeres, ni tan siquiera las páginas – como llevan este y otros periódicos-de anuncios en los que se ofrecen “jovencitas insaciables muy jóvenes” o “madre rusa te hará disfrutar”. No basta con la realidad, hay que ofrecer realismo sucio para escandalizarse y actuar. Resulta secundario el problema social: la falta de controles sanitarios, las condiciones infrahumanas, las hormonas. Parece que lo que verdaderamente importa de la prostitución (femenina y masculina) es que se vea, no que exista. Dudo que se pueda erradicar la oferta y la demanda, en todo caso se haría aún más clandestina. Es hora de ir abandonado esa atmósfera de vapor y plantarle cara a la realidad.
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