Vacas en árabe y castellano

La mayor parte de los vecinos magrebíes de Marcilla viven en la zona del encierro, y para evitar coches aparcados en el recorrido del encierro, es necesario anunciarlo en árabe y castellano - Cuando no había carteles, un encierro se retrasó 20 minutos por no encontrarse al dueño

Diario de Navarra, ASIER SOLANA BERMEJO . MARCILLA, 27-08-2009

PRIMERO, las piscinas. Ahora, el encierro. Poco a poco, el árabe se ha convertido en la segunda lengua de Marcilla debido a la inmigración procedente del Magreb. “No son muchos. La población inmigrante en Marcilla es de algo más del 10%, de los que menos de la mitad son árabes”, afirma José María Abárzuza Goñi, el alcalde del pueblo, con casi 3.000 habitantes.
Los de esos países son un grupo “integrado”, según María Pérez Medina, concejal de festejos y presidenta del servicio social de base.

El problema: la mayor parte de los magrebíes viven en la zona donde transcurren los encierros. A la vez, la misma zona donde aparcan sus coches, unos coches que no pueden obstaculizar el encierro. Para avisar del evento y que todos se den por enterados, el Ayuntamiento echa mano de un peculiar bilingüismo. Pegados en el vallado, de manera casi simétrica, se lee no en euskera y castellano, sino en árabe y español: “Encierro de reses bravas. 18.00 h. Se prohibe el estacionamiento de vehículos en esta plaza durante la celebración de este acto”.

Bilingüismo a la antigua usanza, en definitiva. Como hace mil años, cuando el español sólo era “lengua romance”, un idioma en ciernes. El Ayuntamiento cuenta para esta tarea con un traductor e intérprete de lujo: el argelino Kadur Mesbata, de 40 años, vecino de la localidad y uno de los operarios que instalan los vallados de los encierros. Haber escrito estas líneas no ha sido un trabajo extra para él, sino un ahorro de tiempo. “Él conoce a la mayoría de los marroquíes, y era quien les buscaba cuando tenían coches mal aparcados”, explica Agapito Bertol Villanueva, el responsable de las seis personas que instalan el vallado en Marcilla.

Como ejemplo, Bertol se acuerda de un encierro que tuvo que retrasarse la friolera de 20 minutos. “Un vecino marroquí tiene un negocio de compraventa de coches, y los deja aparcados por el pueblo. En aquel momento se encontraba en Peralta, y por eso tardó en llegar”, comenta. “Lo que pasaba es que al verlo en castellano, aseguraban que no lo entendían”, añade. Ahora todos los vecinos entienden qué va a suceder. Y las vaquillas salen puntuales, ajenas al idioma en que se queje aquel a quien se dirijan sus cuernos.

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