Inmigración y crisis
Kristine ha vuelto a Georgia
La historia de una joven ayuda a entender por qué muchos inmigrantes no se van
La Vanguardia, , 24-08-2009JAUME V. AROCA – Barcelona
DE NUEVO EN SU OTRA CASA Se quedará en Tiflis para estudiar Derecho pese a que en su país las cosas no son fáciles
Kristine Liparteliani ha regresado al país donde nació, Georgia. Quiere continuar su estudios en Tiflis una vez ha obtenido el título de bachillerato en el Instituto Manuel Vázquez Montalbán de Sant Adrià de Besòs. Fue una de las mejores de su grupo en la selectividad: un 7,10. La quinta nota más alta entre sus compañeros de curso, superada por su amiga del alma, Cindy, que obtuvo un 8,40 y fue la mejor.
El retorno de Kristine es un relato que no responde para nada a ninguno los clichés construidos en torno al supuesto y, en general, frustrado retorno de los inmigrantes a sus lugares de origen.
Frustrado porque ya parece evidente que el regreso no tiene las proporciones que presagiaban los responsables políticos cuando lanzaron sus programas de ayuda para quienes deseen volver a sus países de origen.
Tal vez no sean las medidas las que estén equivocadas, sino la presunción de que la crisis va a generar un regreso masivo. En realidad, si se toman como referencia las series estadísticas de otros países con una dilatada tradición inmigratoria, las crisis – así ocurrió en los años setenta en los países de la Comunidad Europea-nunca han generado oleadas de retorno. Pueden ralentizar el ingreso de nuevos migrantes, pero no van a diluir por ensalmo la población que se ha incorporado al mercado de trabajo en los años de bonanza. De ocurrir, sería la primera vez.
Kristine, en cambio, sí retorna. Ha vuelto porque, con 18 años recién cumplidos, quiere estudiar Derecho en su país. “Me gusta Georgia y allí tengo muchos amigos. Y tengo un amigo importante”, explicaba antes de marchar a Tiflis el pasado 24 de julio.
Ahora, desde allí envía de vez en cuando un correo electrónico. En verano del 2008, la última vez que estuvo en la capital georgiana, donde vive buena parte de su familia, pasó una semana atrincherada en casa mientas el ejército ruso bombardeaba el aeropuerto. “Encerrados en casa, recitábamos poemas de memoria y cantábamos canciones patrióticas mientras bebíamos”, recuerda.
Pero, por ahora, aquel mal trago a cuenta de la disputa territorial entre Rusia y Georgia no parece arredrar a Kristine. Ni tan siquiera el hecho objetivo de que la universidad georgiana no ha salido muy bien parada del desmantelamiento de la viejas facultades comunistas.
Paradójicamente, sus padres – su madre es pianista, y su padre es ingeniero-,que están sin trabajo desde hace algunos meses, regresarán a Sant Adrià en septiembre. A no ser que durante este mes surja algo en su país, cosa harto improbable. No ven más futuro en Georgia, tanto o más perjudicada por la crisis, que en Catalunya. Aquí volverán con el hermano de Kristine, que no ha tenido tanta suerte como ella en la escuela.
Kristine ha pasado ocho años en Sant Adrià de Besòs, lo justo para cursar parte de la enseñanza secundaria y el bachillerato. No ha pasado inadvertida. El curso pasado fue la alumna del instituto que redactó y leyó la presentación del centro en una visita oficial del presidente del Parlament. “Claro que la recuerdo. Es más, le pedí el texto que leyó porque una parte lo escribió y lo leyó en georgiano”, explica Ernest Benach. Todo el equipo pedagógico que le acompañaba, como es habitual en estas visitas, la recuerda.
“No es extraño – señala su tutora en este último curso, Elvira Fernández-,Kristine era una alumna que siempre sabía dónde tenía que estar y a quién debía adular. En broma, yo le decía que era la alumna más pelota de todo el curso”.
¿Sentido de la responsabilidad o del respeto en un lugar donde no es fácil encontrarlo? Elvira hace la siguiente observación: “No deja de resultar llamativo que entre los cinco alumnos que obtuvieron mejores resultados en la selectividad haya dos inmigrantes relativamente recientes, una de las cuales (Kristine) ha tenido que familiarizarse con dos idiomas, el catalán y el castellano”. Es un dato relevante.
El Cercle del Coneixement, una asociación que reúne a líderes empresariales y centros de formación, preparaba antes del verano un trabajo (todavía inédito) en el que pone en cuestión que la inmigración sea objetivamente una causa directa de una mala formación escolar. Cuando menos, no es el único problema.
El secretario para la Inmigración de la Generalitat, Oriol Amorós, ahonda en esa idea desde otra perspectiva: “Tal vez hemos especializado demasiado el mercado de trabajo para los inmigrantes en empleos de baja cualificación. Mucha gente que llega a Catalunya tiene una formación universitaria que despreciamos y que acaba perdiéndose en el fregadero de un restaurante”.
¿Hasta qué punto ahí está la razón de fondo por la que Kristine decide volver a su país? Ella no tiene una respuesta para esta pregunta. Pero todos sus amigos georgianos en Catalunya, incluidos sus padres o su gran amiga Lana Shiukashvili, están trabajando en empleos muy por debajo de su formación.
Lana se licenció en Moscú y escribió en diarios y revistas georgianos. Era una persona relativamente conocida en los ricos medios culturales de su país. Ahora trabaja limpiando un bar por 400 euros al mes después de perder su otro empleo de cuidadora de un anciana. Su casa es una habitación en un piso compartido en el barrio barcelonés de Poble Sec. Su salario le da justo para pagarse la vivienda, y no puede enviar dinero a sus dos hijas y su madre.
Pero aun en estas condiciones, Lana está decidida a quedarse. Su objetivo es conseguir una documentación en regla que, dentro de un año o dos, le permita volver a Georgia. ¿Y entre tanto? “Entre tanto, renuncio a la vida”, dice. No tiene interés por la cultura catalana o española. No lee. No habla bien ninguno de los dos idiomas. Ha renunciado a sí misma. Y este no es un recurso poético, es un mecanismo de defensa psicológico. Lana se limita a hacer lo que hay que hacer.
En efecto, ya se ha dicho, la historia de Kristine no responde a ningún cliché. Pero se puede sacar algunas conclusiones.
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