El Raval se alza tras acoger el último crimen

l La calle Hospital se llena de carteles «por un barrio digno» entre críticas a la inmigración y a los Mossos

El Mundo, 15-08-2009

XIANA SICCARDI / Barcelona


En la confluencia de la calle Hospital con la rambla del Raval, ayer por la mañana un adolescente magrebí liaba tranquilamente un porro. Lo hacía apoyado en la pared de un edificio que exhibía los carteles de «Volem un barri digne» en sus balcones. Apenas 12 horas antes, en el mismo lugar, un chico argelino de 18 años moría desangrado en plena calle. Fue un compatriota de su misma edad – Adel A., ya detenido por los Mossos d’Esquadra – quien, para poner fin a una disputa, sacó un cuchillo que llevaba escondido entre la ropa y lo mató. ¿El motivo de la pelea? «Que el que lo mató quería que le vendiera cinco euros de hachís y él dijo que no vendía droga», según el relato de una testigo, no confirmado por los Mossos d’Esquadra.


Ésta ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia entre los vecinos, hartos de peleas, cuchillos, tráfico de drogas y prostitución agresiva. Por eso la calle Hospital se convirtió ayer en un muestrario de carteles de «Volem un barri digne». Hasta ayer, la plataforma que las distribuye, Raval per Viure, dice haber suministrado un centenar.


«El Raval te embrutece – explica Germán, vecino de la Rambla del Raval – . Te acostumbras a ver tirones, borrachos, a estar alerta, a ver traficantes, a ver cómo no paran de abrirse restaurantes de paquistaníes que no pagan el gas y que no tienen salidas de humo mientras los buenos restaurantes de la rambla del Raval tienen que pagar 14.000 euros en el acondicionamiento de sus locales». «El Ayuntamiento no usa toda la fuerza que tiene para compensar lo que sucede aquí», asegura.


Dice que lo más impactante que ha visto «ocurrió hace tres años, cuando dos paquistaníes bajaron corriendo la calle Joaquín Costa en pleno día, persiguiendo a dos magrebíes que les habían robado unas chaquetas, llevando dos catanas desenfundadas en alto entre la gente».


Enfrente de donde está fumando el chico del hachís cuelga otro cartel de la plataforma. Es un primer piso de escalera oscura y portal desconchado donde vive Mustafá con toda su familia. Es un paquistaní que ha decidido colgarla ante «las constantes peleas con cuchillos que hay entre los argelinos, una cada día», justo debajo de su casa. Por su piso corretean varios niños pequeños, y ya se ha acostumbrado a «mirar en el portal antes de entrar, y asegurarme de que la puerta está cerrada». Justo en ese portal, un familiar suyo explica que «hace siete meses cuatro hombres me atracaron y me robaron el móvil y los mil euros que llevaba encima de la recaudación semanal de la tienda de mi padre, y los Mossos d’Esquadra aún no me han dicho nada».


En una panadería de la misma calle Hospital, las dependientas coinciden en el problema de las peleas diarias y, especialmente, los robos. «El lunes mismo vi como un chico estiró el bolso a una turista y, como ella no lo soltaba, la arrastró por el suelo de acera a acera, justo aquí delante de nuestro escaparate. Es una barbaridad». Su compañera en el establecimiento dice que lo peor son las peleas entre magrebíes. «Siempre llevan cuchillos escondidos y con ellos nunca se sabe. Puedes pasar por delante o verte en medio sin darte cuenta». Y lamentan que la calle Hospital sea peligrosa. «Los turistas lo saben y vienen menos. Y eso, en la caja, se nota mucho».


Otra vecina que lleva 24 años en el Raval y que regenta otro establecimiento cercano al lugar del crimen ofrece la clave: «La calle está dividida. De la panadería hasta la rambla del Raval el territorio es de los magrebíes y su negocio de hachís, y de la panadería hacia Las Ramblas, de los traficantes subsaharianos que se dedican a la cocaína y el caballo. Es más: ¿ve ese container en la puerta de la Biblioteca de Catalunya (Hospital, 56)? Pues cada noche cuando voy a bajar la basura, un negro que siempre está al lado me dice ‘No, señora, ya le pongo yo la basura dentro’. ¿Por qué? Porque ahí escondida tienen la droga que se pasan el día vendiendo en la calle». «Y en la calle Robadors – dice – sacan un colchón a la acera por las noches donde duerme el camello. La maquinaria de la droga tiene que estar en marcha las 24 horas».

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