Dicho claramente: como resulta que la niña ecuatoriana de ocho años hizo muy bien en llamar a la Policía Local de Murcia que gobierna Nuria Fuentes, dado que el compañero sentimental de su madre ecuatoriana, que tampoco es que sea un lince la buena señora eligiendo a sus compañeros sentimentales, le estaba propinando una paliza sin su debido consentimiento, nos vamos a quedar sin saber qué hubiese pasado de no tener lugar la oportuna llamada de socorro y la bienvenida intervención de los agentes, que se presentaron en el nido de amor de esta familia de inmigrantes que otra cosa no sé, pero desde luego que lo que no han encontrado en España es el equilibrio emocional.

La niña de ocho años ve cómo el boliviano – ¡viva el crisol de culturas! – al que su madre le ha entregado el corazón se lo está partiendo, con la nada romántica fórmula de golpearla con muy poco tacto y mucha mala leche, y menos mal que reacciona y llama a la Policía, que detuvo de momento al agresor y lo dejó sin concluir el acto de amor con su pareja, que a partir de ahora debería andar por la vida algo más espabilada, ¿o es que el boliviano de cuarenta años que le estaba dejando claro de una puñetera vez que el amor es ciego, sordo y tonto resulta que es fácil de confundir con el príncipe Alberto de Mónaco, Sean Connery, el Dalai Lama, Tomás Fuertes o Jorge Valdano? Me temo que no y lo siento por ella, a la que le deseo mejor suerte en el amor y ni un susto más.

No sabemos qué habría pasado si esa niña, obligada a hacerse adulta y desconfiada de tan desagradable manera, no reacciona con decisión y actúa, pero lo que sí sabemos a estas alturas de agosto es que los delitos de violencia de género no se han tomado vacaciones y que los malnacidos que los cometen no tienen vergüenza, pero sí tienen un gusto pésimo: es el caso del joven que, de nuevo en Murcia, demostró a su enamorada lo loco que estaba por ella, y sin ella también, arrancándole el pelo a tirones, ¡qué derroche de donosura, gallardía, finura y clase!