La senda italiana
La Razón, 13-08-2009Uno de los pilares básicos de la democracia es la libertad de expresión en los medios, el libre intercambio de ideas. No es que Italia, tan admirable por tantas razones, carezca de ella, pero Silvio Berlusconi –dejando al margen sus devaneos sexuales– ha conseguido desde el poder y, antes, desde la oposición el monopolio de los medios de comunicación. El ciudadano italiano no dispone de otras fuentes que las que, con matices, le suministran los medios controlados por «Il Cavaglieri». Pero hay algo, consecuencia o no de lo anterior, todavía más grave: el desplome del sistema de los partidos políticos. Al hundimiento del poderoso Partido Comunista Italiano, le siguió, como en España, una izquierda aglutinada por el Partido Socialista que ha ido desmenuzándose hasta quedar en cenizas. Sin oposición política, convertida la izquierda en un mar de buenas intenciones sin norte ni dirección, Berlusconi se ha convertido en dueño y señor, apoyándose en la Liga Norte, parafascista, de la política italiana. Su derechización viene influida por Fini y por el sustrato nostálgico de quienes no conocieron el totalitarismo. De ello se desprende la ley que permite la creación de los «vigilantes ciudadanos», sin armas, con seudouniforme, que controlarán a los indocumentados y emigrantes clandestinos. Serán organizaciones parapoliciales que han recordar forzosamente el siglo XIX y XX cuando en períodos de crisis, incapaz la fuerza pública de mantener el orden, se requería a los ciudadanos (de ahí las milicias requetés, por ejemplo) y, en consecuencia, también la creación de otras milicias de sentido contrario. El peligro estaba servido.
Uno se observa siempre en el amigo. Y nuestra relación con Italia ha sido siempre más que próxima. Sin embargo, hay dos diferencias que nos separan. No pueden existir aquí por ley los monopolios informativos y los dos partidos mayoritarios se mantienen fuertes. Pero el peligro de desafección partidista existe y se acentúa día a día. No es sólo la crisis económica lo que debe preocupar al poder y a la oposición. La corrupción –aunque hoy no pase factura– es la gota de agua que corroe la piedra angular y puede debilitar el sistema. La prepotencia resulta también mala consejera. En nuestro país los problemas de la inmigración son parecidos a los italianos. Por fortuna, disponemos de diques y de un amplio –aunque no siempre eficaz y siempre mejorable– sistema de información. Hemos sido país colonizador y colonizado, emigrante y acogedor de emigraciones de diverso signo. No conviene, sin embargo, hacerse ilusiones. Se oyen ya voces que identifican los emigrantes en paro con la delincuencia, craso error. Y los hay que desearían defenderse hasta de los amigos. Algo sobre la situación de esta ley de vigilancia ciudadana debería decir la Unión Europea, hoy de vacaciones estivales. Tras la siesta –que no sé si es merecida– habría que llamar la atención a Berlusconi sobre todo ello. Imagínense, por ejemplo, que tiene usted un hijo de aspecto, por ejemplo, norteafricano y el comité vigilante le interroga. Imagínense que uno y otros llegan a las manos. Se producirá un inútil conflicto civil que habrá de resolver la autoridad policial y judicial. ¿Es que la policía italiana se siente incapaz de resolver un control humanizado de la emigración? Contemplamos hace pocos meses escenas contra los gitanos rumanos –ciudadanos comunitarios– que eran una verdadera provocación a esta Europa que imaginamos tolerante. La senda italiana puede llevar a un abismo que deberíamos evitar.
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