Sobre inmigración

Diario de noticias de Gipuzkoa, por Antxon Lafont Mendizabal, 07-08-2009

L AS apelaciones, más o menos controladas, son reveladoras de convicciones reductoras que, desgraciadamente, resisten al tiempo.

Un artículo de Javier Fernández recientemente publicado en este periódico sobre la aparente desconfianza de la población vasca hacia los inmigrantes estaba ilustrado por una foto de Miguel Angel Molina, cuya leyenda era reveladora de cierto concepto de la inmigración. La foto, excelente, mostraba una agraciada chica joven de facciones indias, sudamericana, que paseaba del brazo de una mujer mayor de nuestra región. La acompañante sudamericana recibía en la leyenda de la foto el apelativo “origen latino”. En la misma foto aparecían también dos hombres de color, de origen seguramente africano y que recibían la denominación “otros dos inmigrantes”. La diferencia de tratamiento, origen latino para la chica e inmigrantes para los hombres de color, me chocó, así como la contracción del término “latinoamericano” en “latino”.

Nos han enseñado que las poblaciones de América Latina conquistaron “su independencia” en el S. XIX ganando guerras de emancipación contra las metrópolis europeas. Varios acontecimientos mundiales crearon las circunstancias favorables a esas pretendidas luchas “de liberación”. En efecto, la Revolución Francesa y el imperialismo napoleónico, la desintegración progresiva del aparato político y militar del reino español, la emancipación de trece colonias norteamericanas, fueron hechos que alteraron la sumisión al poder europeo. La primera revolución industrial del carbón y del hierro, simbolizada por la máquina de vapor de J. Watt (1782) abría perspectivas que justificaban las pretensiones de soberanías de los adinerados que constituyeron las elites de los territorios ultramarinos.

Surgieron los libertadores de territorios pero no de poblaciones a las que se pretendió contentar con reformas agrarias insuficientes a sus exigencias vitales.

Ya en el S. XVII, la colonización minera había generado el caldo de cultivo de la emancipación. Las reformas agrarias, por las que el latifundista “acogía” el minifundio indígena de usufructo, condicionándolo, se han prolongado hasta nuestros días, acrecentando los descontentos.

Las guerras de independencia del siglo XIX fueron la ocasión de reforzar la elite civil de origen europeo y, en algunos casos, mestizo. El indio siguió colonizado. Las protestas de trabajadores rurales, sin recursos legales ni políticos, preparaban la segunda y real liberación, a los comienzos de la cual, asistimos hoy. Los indios, en su mayoría, no piden más que sobrevivir, defendiendo a la naturaleza contra la extracción especulativa de mercancías naturales.

Recientes reestructuraciones políticas democráticas han generado una nueva clase, responsable de su deber de conquista de una real independencia basada en la liberación cultural. Seamos más precisos, por consiguiente, no llamando latinos a los habitantes sudamericanos de origen indio, que conocen y hablan su propia lengua, y que están elaborando su real independencia, aunque conozcan también, no siempre, la lengua “castellana – latina”.

En cuanto a las personas de origen africano se les apela inmigrantes. Todo un proceso cultural nos es necesario para tratar el tema global de la inmigración sin prepotencia cultural y/o étnica.

Los adversarios de la reivindicación cultural la hacen étnica y acusan, a sus defensores, de autoexcluirse cuando desean conservar su lengua, sus costumbres y conceptos de vida. Algunos “bienpensantes” de la península ibérica serían capaces de reprochar a “sus latinos” de atacarse a la lengua española que llegarán a verla amenazada por el quechua o el tupi, practicado por algunos de ellos.

Ciertos moralistas conciben la asimilación en el sentido de fagocitar las culturas que acogemos para destruirlas e imponer la del poderoso. No se favorecerá así, la convivencia. ¿Qué y quién da el derecho de imponer una cultura en un territorio, como Europa, en el que acabaremos siendo todos inmigrantes?

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