Claro y Conciso: ¡Ánimo, buenos guatemaltecos!
Prensa Libre, , 04-08-2009
Hace algunos meses conocí a un hábil mecánico nicaragüense que reside en el país; tiene dos niños, y aunque la vida le cuesta, su actitud es —por positiva y esforzada— plausible. Hace poco viajó a su país, para cumplir con lo que su estatus migratorio le exige. Siendo un hombre de menos de 30 años, regresó acompañado de su hermano de unos 25.
Cuando me lo presentó, le pregunté al muchacho: ¿Están contentos con Ortega en Nicaragua? Me respondió: “Están contentos los haraganes a los que él les regaló un pedazo de tierra la primera vez que estuvo en el gobierno, pero eso arruinó todo; no hay trabajo, la cosa está muy dura; tengo fe de mejorar en Guatemala”.
El joven me hizo ver que así como muchos guatemaltecos ven a Canadá, EE. UU., España y otras naciones que se han convertido en su ruta atractiva de escape, para buscar un mejor futuro, seguridad y librar a sus hijos de la inclemente selva guatemalteca, muchos cubanos y nicaragüenses huyen de regímenes que ofrecen solo una bota aplastante puesta en el pie de un mediocre que se yergue —disfrazado de presidente democrático— como un dictador; alguien que aniquila, lo que a estos jóvenes hermanos los hizo venir a Guatemala, el anhelo de desarrollarse.
Hay correlación entre libertad e inmigración; las naciones libres ponen obstáculos para no recibir más gente que amenace con “arrebatar” el empleo de los lugareños. Lo contrario ocurre en países sin libertad. La gente escapa despavorida. Es cuestión de naturaleza humana querer vivir en sitios donde su vida y la autonomía valgan algo. Países donde se pueda emprender un pequeño taller, una tortillería o cualquier otra empresa, sin que uno tenga que pensar en pagar un guardia privado, y menos aún, extorsiones a delincuentes que viven a sus anchas, solapados bajo un fétido aparato de justicia.
La emigración no solo se da a nivel individual; supimos hace poco que Kellogg dejará de fabricar en Guatemala, invocando certeza económica y mejores condiciones en México; también Shell está vendiendo su operación en Centroamérica, sospechándose que lo hace por temor al nefasto modelo chavista que se expande con pocos obstáculos. A esas malas nuevas, que significan huidas de capitales, pérdidas de empleos y que favorecen el ya penoso frenazo económico nacional, se suman miles de muertes violentas que quedan impunes; menores indefensos e inocentes, padres de familia que dejan sin sustento, abrigo y amor a los suyos.
Como contrapartida, la cercana Panamá ha aprobado —en pleno año de recesión mundial— construcciones nuevas por más de US$1 mil 200 millones, y junto con Costa Rica, aún atrae toda la inversión privada posible, que es la única productiva y que genera empleo directa o indirectamente por impuestos. Nosotros —mientras tanto— creamos un clima hostil para la inversión y “planificamos” tres millardos más de endeudamiento, que implicará comprometer a las futuras generaciones.
Digo ¡ánimo!, porque quienes sabemos que la fe, el trabajo tesonero y la integridad pagan también estamos obligados a enseñarlo a quienes nos rodean, colaboran con nosotros; con quienes tratamos cotidianamente. Es un error craso confiar en que será la amoral “oposición” política la que salve el país. Deberá ser usted quien defienda su emprendimiento, su libertad y a los suyos. Territorios que fueron inhóspitos y se convirtieron en naciones libres, como EE. UU., jamás contaron con el apoyo de la “comunidad internacional”, menos con dádivas o limosnas; tampoco se dejaron amilanar con bufones burocráticos como Inzulsas y Zelayas; aquellos antiguos colonos estadounidenses resolvieron abrir brecha, trabajar duro y no dejar que nadie les limitara sus —naturales— derechos; lo mismo hicieron alemanes y japoneses, levantando a sus naciones de las cenizas para llevarlas al éxito.
La libertad no es gratis, cuesta y para lograrla hay que vencer la manipulación, el abuso, la corrupción y la cobardía. La apatía nos lleva por una ruta de muerte. ¡Piénselo!
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