Boda con Sidi Ali y zumo de aguacate

El Periodico, BEATRIZ Mesa, 01-08-2009

Solo se vieron dos veces, pero ya se gustaban y se querían. Durante un año intercambiaron mensajes por internet y surgió el «voy a pedir la mano a tu padre». Un mes después, en un salón de bodas de la ciudad de Mohamedía, se abrazan por vez primera rodeados de un ambiente profundamente conservador. Nada más cruzar la puerta de la sala, los invitados se dan cuenta de que la tradición y un riguroso protocolo van a marcar el desarrollo de la celebración.
El público, mayoritariamente femenino, está claramente segregado. El ala izquierda está reservada para los hombres, que permanecen sentados, indiferentes a la boda, hablando entre ellos con un té en la mano.
En la ceremonia del té no participan las mujeres. Envueltas en modestos caftanes (el atuendo tradicional marroquí) las mujeres se dirigen al centro de la sala para desplegar sus encantos. Ululan y bailan alrededor de la novia, de rojo pasión en los labios e intrincados ornamentos de henna –la planta medicinal–en manos y pies que representan amor, prosperidad, fertilidad y protección de los malos espíritus.
Evocando un paso de Semana Santa, seis hombres vestidos con chilabas blancas, zapatillas de color azafrán y gorros rojos balancean el trono donde la novia reposa con una sonrisa forzada.
No sabe que pose adoptar dentro de esa carroza tan sofisticada que deslumbra por los cientos de brillantes de imitación con los que ha sido decorada. Su misión no es otra que levantar la mano, saludar, y dejarse adular.
Siguen 30 minutos de paseos y paradas, mientras el resto de mujeres, de manera simbólica, echan a la novia agua contra el mal de ojo. Uno de los momentos más importantes de la ceremonia musulmana, pero… ¿Y el consorte? ¿Dónde está?
En las bodas musulmanas, es el que menos protagonismo acapara. Está sentado en un arcaico sofá, al final del salón, esperando que el largo ritual llegue a su fin. Esperando que su novia descienda del trono porque entonces ya se habrá consumado la ceremonia del matrimonio. Y la novia será su esposa, lo que para ella significará su mutación en mujer madura.
Ahora sí. Ya son marido y mujer. De la mano (lo más picante de la noche) recorren las mesas de los invitados, algunos con empacho de zumos de aguacate y agua Sidi Ali, la marca más extendida en las celebraciones tradicionales, donde no hay una gota de alcohol, ni rastro de colillas, y la comida no se sirve hasta pasada la medianoche.
Y llega el momento de que el grupo musical disipa el aburrimiento con canciones tradicionales que el público corea. Hasta que de repente, irrumpe en el escenario la estrella de la noche: la joven esposa envuelta en un segundo caftán, muy pesado, de tonos naranjas, tocada con una corona plateada.
Parece una princesa salida de un cuento. Y los invitados el pueblo de su reino. Solo hay miradas, tambores y melodías hasta el final de la noche, que las mujeres cierran con un intenso ulular cuando el novio, por fin, la besa.
En la frente.

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