La mayoría de las marroquíes se casa con españoles que se ´convierten´ al islam
Al paraíso europeo por el matrimonio
La Vanguardia, , 25-07-2009BARCELONA – Redacción
A Samia le tiemblan las piernas sólo de pensar en decir a sus padres que sale con un francés
Las musulmanas sólo pueden casarse con musulmanes; ellos pueden hacerlo con judías y cristianas
En 1985 el director de cine francés de origen argelino Mehdi Charef presentaba una historia ambientada en un barrio periférico francés que para el espectador español de entonces podía parecer surrealista. Se titulaba Le thé au harem d´Archimède (El té en el harén de Arquímedes,versión de un alumno del teorema de Arquímedes). En una familia magrebí los hijos adolescentes estaban metidos en los mismos líos que sus vecinos franceses, de baja extracción social, pero tenían el problema añadido de la incomprensión más elemental: la madre no hablaba francés y los hijos no hablaban más que francés.
En Catalunya no se llega a esos extremos porque en no pocas ocasiones los hijos de inmigrantes hacen de intérpretes de sus padres, sobre todo de sus madres ante los médicos, los profesores o la Administración, pero sí se dan situaciones curiosas. En casa de M. los hijos mayores, de seis y cuatro años, ya no le contestan automáticamente en árabe – o en castellano cuando había visitas-,como hacían antes de ir a la escuela. Ahora lo hacen mucho más en catalán. Entre todos están llegando a un aralán.
M. nunca ha ido al cine y cambia de modelo y color de velo según la ropa que lleve, pero nunca deja ver su cabello a extraños. Su hija viste como cualquier niña de su edad y va a la piscina con sus compañeros de colegio. De momento es una incógnita qué ocurrirá dentro de siete u ocho años, cuando llegue a la pubertad. Si sus padres, de fuertes convicciones religiosas, permitirán que siga por ese camino o la enderezarán.
Es la incógnita que están despejando miles de familias con hijas adolescentes o ya mayores de edad sin haber hecho nunca una ecuación de segundo grado. El nudo gordiano de la integración es la pareja que formen esas chicas musulmanas.
Atendiendo a las estadísticas se da una paradoja. En la comunidad más numerosa, la marroquí, hay más mujeres casadas con españoles (supuestamente no musulmanes) que con hombres de su mismo origen. Para inscribir el matrimonio en el consulado y que sea válido en Marruecos el marido tiene que convertirse al islam.
El catolicismo permite a sus fieles casarse con personas de otra confesión aunque tengan que “intentar” educar a los hijos en su propia fe, según recoge un documento eclesiástico. El islam, sin embargo, permite a los hombres casarse con judías, cristianas y mazdeístas porque tienen un libro sagrado. El Corán, por el contrario, no recoge expresamente ese permiso para las mujeres porque se da por supuesto que es el hombre quien transmite la religión. Y, salvo excepciones, como Marruecos desde la última reforma del Código de la Familia, también la nacionalidad. Sus hijos llevarán un nombre árabe porque así debe ser en el islam.
Quizá por eso la mayoría de las chicas tienen tan metido en la cabeza que acabarán casándose con un musulmán. Todo es más fácil, sobre todo si ambos siguen las restricciones islámicas en cuestión alimentaria.
O familia o pareja. Samia, licenciada en Filología Francesa, con una hermana médico y padres de nivel cultural medio, está buscando a dos musulmanes que hagan de testigos de la conversión de conveniencia de su novio, un francés, para presentarlo a la familia y casarse. Sólo de pensar en confesar a sus padres que sale con un no musulmán le tiemblan las piernas.
No pareció inmutarse, sin embargo, la joven que se casó con un profesor de universidad español al que conoció cuando él fue de vacaciones a Marruecos. Tampoco se alteró el dueño de un hotelito del sur de Marruecos cuando su hija coqueteaba hace años con un huésped barcelonés. Es comprensible. Casar a una hija con un europeo es tener un pie en el paraíso. A poder ser la casarán con un pariente que tenga los papeles en la UE, muy cotizados, pero a falta de pan, buenas son tortas.
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