Debate en libertad

EL CORREO participa en un 'world café' organizado en Nanclares de la Oca con presos, víctimas, funcionarios, juristas y ONG para «acercar la cárcel a la sociedad»

El Correo, A. DE LAS HERAS / Ó. B. OTÁLORA, 14-06-2009

La cárcel vasca de Nanclares de la Oca es la primera en el mundo que organiza un ‘world café’, un debate en el que intercambian opiniones presos, familiares, víctimas, funcionarios, psicólogos, jueces de vigilancia penitenciaria, abogados y representantes de ONG, entre otros colectivos. EL CORREO participó el pasado miércoles en el segundo encuentro – el primero se celebró el verano pasado – , en el que intervinieron 200 personas, entre ellas unos 70 internos. «No somos extraterrestres, sino personas que han cometido errores», proclamó Gloria, una reclusa colombiana.

En el polideportivo de la prisión se colocaron 50 mesas con cuatro sillas. A lo largo de cuatro horas se plantearon tres grandes temas de reflexión y los intervinientes iban cambiando de sitio para dialogar con personas diferentes. Las conclusiones debían mejorar la vida carcelaria y el sistema penitenciario. Yolanda, de la Fundación Gizagune (especializada en mediación de conflictos), que organizó la iniciativa con el equipo de Nanclares, marcó como objetivo «acercar la cárcel a la sociedad, para que estos dos mundos separados por una barrera se ‘permeabilicen’ y fluctúen».

Después de una coreografía interpretada por presas y presos al ritmo de ‘Carmina Burana’, empezaron a hablar. Para no interrumpirse, una pelota de goma daba el turno de palabra, aunque se olvidó al agilizarse la conversación.

¿QUÉ SUGIERE LA CÁRCEL?

Tras asumir la imagen negativa que tiene la cárcel, se debatió sobre su capacidad de reinserción. «Antes de entrar, pensaba que era un mundo poblado por marcianos», confesaba una belleza de Medellín, Gloria, que ha pasado antes por Alcalá Meco. «Hay gente educada, que ha estudiado… Yo me considero normal, somos personas que han cometido un error. Hay que educar a la sociedad». A ella, la estancia entre rejas le ha servido para «reflexionar». Ahora, cambiaría muchas cosas. Por ejemplo, «dedicaría más tiempo a mi hija que a trabajar y trabajar».

Iñaki, un interno, decía que había visto «muchas películas sobre prisiones, y lo único que se parece a la realidad es la bandeja en la que se sirve la comida». El comentario levantó los aplausos del público.

Celina Pereda, directora de Drogodependencias, y con experiencia en Médicos del Mundo y Harresiak Apurtuz, destacó que «el modelo penitenciario no contempla las especificidades, sino que mete a todos en el mismo saco, por rentabilidad económica». En Nanclares conviven 714 presos y 70 reclusas, muchos condenados por tráfico de drogas y robos, pero también por asesinatos, violaciones, estafas y, cada vez más, por delitos de tráfico. «La sociedad quiere que se retire a los que ponen en peligro su seguridad sin preocuparse de por qué lo hacen», indicó Pereda. Roberto cree «en la reinserción de todas las personas, también de un violador en serie. Encerrarle con llave y tirarla para que se pudra no es la solución».

Al tiempo que los participantes exponían sus argumentos, dos internos pintaban en murales las imágenes que les sugerían los comentarios. La organización del evento, con la entrada de intrusos en el recinto, supuso una gran prueba de seguridad. Pascual, brasileño, confesaba que para él era «como un día en libertad», porque conversaba con personas diferentes de otros temas. Mientras transcurría el ‘world café’, dentro, un interno se puso agresivo y fue encerrado en lo que denominan ‘la corchada’, una celda de aislamiento con una cama como único objeto, para evitar que pueda autolesionarse.

¿CÓMO DERRIBAR LA BARRERA?

Las rejas y alambradas no representan sólo un muro físico, hubo quien describió la cárcel como un «agujero inmundo» donde «se sufre la soledad pese a estar rodeado de mucha gente». Yolanda, impulsora de la iniciativa, recordó en este punto que «también existen las víctimas y sus voces; ¿qué pasa con ellas, dónde están?». La moderadora animó a «ponerse distintos sombreros» en alusión a la empatía, y a mirar por un «caleidoscopio para no sesgar».

Lucía, una joven estudiante, recomendó abandonar el «paternalismo» y «preguntar a las víctimas cómo necesitan ser resarcidas, si es que están dispuestas a ello, y a los presos qué está en su mano hacer por ellas; que piensen por ellos mismos». Surgieron ideas como que condenados por tráfico de drogas ayuden a familiares de personas que han sufrido una adicción.

Pascual, un interno brasileño que ha cumplido cuatro de los doce años que le impusieron por un intento de homicidio, se confesaba «arrepentido». Piensa en ello a diario y se siente culpable, sobre todo por su hija. «Ella piensa que su padre es bueno, no entiende que sólo pueda verme una hora a la semana. Los familiares de las víctimas y de los presos pueden aliviar el dolor, pero nunca olvidan». Pascual asegura estar pagando la responsabilidad civil y ha enviado un «recado» a su víctima a través de conocidos comunes en forma de disculpas.

¿CÓMO SENTIRSE ÚTILES?

Representantes de 35 organizaciones no gubernamentales – algunas presentes en Nanclares, como la Comisión Antisida – , y los internos, propusieron un «cumplimiento alternativo de las penas», una «mediación entre víctima y agresor» y «pedir un perdón sincero».

Pascual planteaba «cuidar ancianos en residencias, no sólo pasear por el Camino de Santiago». Para evitar que su cabeza dé vueltas, la llena de actividad: gimnasio, limpieza, talleres… «Estar tumbado a la bartola esperando a que venga la libertad no sirve de nada». Defensor de la pena de muerte para algunos delitos, confiesa que para él un violador o un asesino «no tiene perdón».

Gloria, que asegura haberlo pasado muy mal en prisión, aunque también ha aprendido mucho, planteó la necesidad de eliminar la droga. «Te prohíben meter un chicle en el vis, pero dentro se consume», comparó. Criticó que haya reclusas que «se niegan a aprender a leer o escribir» y propuso motivarlas para que, al menos, su estancia «les sirva de algo».

«¡Los que vengan de la calle vayan saliendo, por favor!». Un funcionario de prisiones apremiaba así a los rezagados. Pasaba la una y media de la tarde, hora en la que los presos terminan de comer y uno de los momentos más complicados. Los reclusos se meten en sus celdas para realizar el segundo recuento. El tercero y último del día será a las nueve de la noche.

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