¿Cómo es posible que gane Berlusconi?

Cada vez que el primer ministroitaliano domina en las urnas Europa se pregunta por qué ocurre

El Correo, ÍÑIGO DOMÍNGUEZ, 14-06-2009

Berlusconi ha vuelto a ganar unas elecciones y surge la misma pregunta: ¿cómo es posible? Fuera de Italia no se comprende y dentro, tampoco demasiado, al menos para la mayoría de la población que no le vota, un 54% de lo participantes en las últimas generales más el 20% de abstención. Es difícil de explicar, pero desde luego no se entiende sin algunos puntos elementales. Uno es su monopolio televisivo, tres de las cuatro privadas en abierto, siendo la otra, La 7, minoritaria. Esto es así desde hace 25 años. Que Italia lo permita ya es una anomalía, pero que ese empresario pueda ser primer ministro rompe cualquier esquema conocido. Cuando Berlusconi está en el poder controla además las tres cadenas públicas. Por otro lado, además de su olfato para detectar el gusto del público, mira constantemente los sondeos y se mueve en consecuencia. Es el populismo audiovisual.

Otro factor determinante es la nulidad de la oposición que le ha tocado en suerte. Su ascenso ha coincidido con la crisis de identidad de la izquierda desde la caída del muro de Berlín y la desaparición del PSI con la operación anticorrupción ‘Manos Limpias’. La izquierda se ha quedado vieja, se ha alejado de la realidad y se ha atomizado hasta el infinito. Aún así, Prodi, sin ser una lumbrera, ha ganado dos veces a Berlusconi, en 1996 y 2006. Pero en ambos casos el centroizquierda arruinó él solito ese patrimonio, paralizado por sus divisiones internas y nunca ha afrontado el conflicto de intereses del magnate cuando ha tenido oportunidad. Hay una mayoría de italianos a quienes no les gusta Berlusconi, pero no tienen a quién votar.

Otro hecho decisivo: en Italia, país conservador, siempre ha ganado la derecha. Y si Berlusconi es la derecha desde hace 15 años es lógico que gane siempre. El PCI, la mayor fuerza comunista de Occidente, sólo logró ser el primer partido en 1984, pero en unas europeas y por el efecto emocional de la muerte de su carismático líder histórico, Enrico Berlinguer. Hay una mitad de italianos que odian a los comunistas, aún en estos términos de guerra fría, y el líder del PDL ha explotado al máximo ese filón, identificando a sus rivales con una clase caduca. Prodi ganó en 1996 porque la coalición de Berlusconi acudió dividida, sin la Liga Norte. Luego las aguas volvieron a su cauce. ‘Il Cavaliere’ ha sabido asimilar la extrema derecha y crear un bloque cercano al 50% de los votos.

Pupilo de Craxi

¿Cuál es la clave de su éxito? De nuevo se asiste en Italia estas semanas a otra oleada de ensayos que intentan explicarlo. El sociólogo e historiador francés Marc Lazar opina que la popularidad de Berlusconi se debe a tres factores: uno histórico, otro político y un tercero, antropológico. Históricamente, cuando entró en política en 1994 supo presentarse como un hombre nuevo en un país convulsionado por el vacío político dejado por ‘Manos Limpias’. Aunque en realidad, como pupilo de Craxi, es una versión mejorada y aumentada del viejo sistema. En este sentido, el sociólogo Luca Ricolfi apunta que, precisamente lo que la mitad de Italia no soporta y asombra al mundo, su modo de ser irreverente e informal, «gusta a quien está harto del teatrino de la política, de la hipocresía institucional y de los políticos tradicionales». En su libro ‘¿Por qué somos antipáticos?’, refiriéndose a la izquierda, Ricolfi diagnostica agudamente el sentimiento de superioridad moral que la hace insufrible incluso a los indecisos.

Lazar opina que Berlusconi, con su televisión, «revolucionó la comunicación política poniendo su figura en el centro del debate» y aún hoy sigue infringiendo reglas cotidianamente para mantenerse en ese lugar y con el perfil de alguien ajeno al sistema. El segundo factor, político, se debe a que ha construido un liderazgo que calza como un guante «en la democracia del marketing» y ha impuesto una hegemonía cultural en grupos sociales muy distintos. Aquí entra en juego de nuevo su televisión. El último aspecto que cita Lazar es el más tremendo: «Berlusconi es el triunfo de los defectos de Italia y los italianos, la escasa conciencia civil, la falta de tradición democrática, la prevalencia de los intereses particulares sobre los colectivos… Y de comportamientos aparecidos en los últimos veinte años: el individualismo exasperado, el deseo de riqueza asociado a la exhibición del dinero, la vulgaridad transgresiva, el miedo a la inmigración, la obsesión por la seguridad». No obstante, concluye que esto no quiere decir que los italianos sean tontos, sino que es una fórmula populista que triunfa por la ausencia de una oposición creíble.

Mediocridad total

La obsesión por comprender el magnetismo de Berlusconi genera libros que lo analizan hasta extremos inverosímiles. ‘Fenomenología de Berlusconi’, de Pierfranco Pellizzetti, alabado por Umberto Eco, es un venenoso ensayo que describe al magnate como el triunfo de quien mejor personifica la mediocridad total en un país que ha logrado ser totalmente mediocre. Y Marco Belpoliti ha dedicado un libro, ‘El cuerpo del capo’, plagado de citas de Baudrillard, Berger, Sontag y demás, a la obsesión de Berlusconi por sí mismo y por su imagen. Es todo publicidad y él es un vendedor, con una sonrisa perenne que transmite optimismo, simpatía, narcisismo y deseo de seducir. Belpoliti analiza sus fotos, desde los ochenta, donde se toma por un gánster a lo Alain Delon, y concluye que Berlusconi siempre actúa, que ha huido en todo momento de revelarse tal como es, que no hay una sola foto suya que lo retrate íntimamente. También el interior es otro misterio.

El periodista estadounidense Alexander Stille opina en ‘Citizen Berlusconi’, espléndido ensayo de 2006, que Berlusconi hizo pasar el país de la cultura del XIX, «en la que la política es un choque de ideologías, a un mundo posmoderno en el que las fuerzas motrices son la personalidad, la celebridad, el dinero y los medios de comunicación. Ha tenido una consecuencia positiva: los italianos dejaron de morir por la política. Y un efecto negativo: no había ya ideas políticas por las que mereciera la pena luchar o discutir». La advertencia de Stille es que quizá Italia no está atrasada ni está ocurriendo algo incomprensible, sino que es la vanguardia de por dónde irá la política.

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