«No podía ni salir de casa»
Diario Vasco, , 03-06-2009
DV. ¿Hora española o ecuatoriana?, le suele preguntar su marido antes de quedar. A Virginia Arellano, nacida en Ecuador hace 34 años, hay cosas de su país que no le gustan y una de ellas es la falta de puntualidad. «Es sólo un ejemplo pero se puede aplicar a muchos otros aspectos. En general nos tomamos la vida mucho más a la ligera». Arellano, que llegó a España hace diez años, reconoce abiertamente que se siente más a gusto con los códigos sociales de su país de acogida. «Aquí la palabra se cumple y no se dejan las cosas para otro día», resume.
La adaptación a las costumbres locales no es la única razón que hace que Virginia ni se plantee volver a su país en un momento en que miles de inmigrantes están pensando en hacer las maletas. El verdadero motivo es que quiere que sus dos hijas, de 14 y 2 años, se formen en otros valores. «En Ecuador las mujeres tienen que estar ya casadas y con niños a los 20 años. Soy de las que creen que las chicas tienen que pensar primero en completar sus estudios y en encarrilar su carrera profesional, y luego ya tendrán tiempo de plantearse el matrimonio».
Virginia no es dada a contemporizar. Ni siquiera la precariedad de su situación actual hace que pierda de vista sus objetivos. Tuvo que cerrar en diciembre el locutorio que puso en marcha cinco años atrás y desde entonces su familia sobrevive únicamente con los ingresos de su marido. «No tengo derecho a subsidio porque cotizaba como autónoma», aclara.
Los sueños de Virginia se desmoronaron cuando cerró por última vez la puerta del locutorio. Aquel día se vio a sí misma despidiéndose de su hija de 4 años al venir por primera vez a España, recordó todas las noches que se había entregado al llanto rota por la nostalgia, contó los platos que había tenido que fregar en las cocinas de los bares, las horas de incertidumbre a la espera de unos papeles que nunca llegaban… Las imágenes se superponían unas sobre otras mientras la pena se le metía cada vez más dentro. «Cuando cerré el locutorio me vine abajo, no podía ni salir de casa. Era como si todo lo que había hecho se derrumbase».
Durante el mes y medio que duró aquel repliegue tuvo tiempo para repasar algunas de las escenas de su vida. Se recordó con 24 años diciendo adiós a su ciudad natal, Santo Domingo de los Colorados, cerca de Quito. «Me vine sin pensar muy bien en lo que hacía. Mi hermano, que vive en Londres, me desaconsejó que abandonase Ecuador porque él ya conocía lo que era sufrir lejos de tu familia y tus amigos. No le hice caso porque entonces en Ecuador había una fiebre enorme por venir a Europa. Llegué a San Sebastián un mes de febrero con un frío horrible y los primeros días tuve que dormir como pude».
Tres empleados
Virginia, no obstante, tuvo suerte y al cabo de poco tiempo encontró trabajo en San Sebastián cuidando a una niña de meses. Los padres del bebé la trataban como si fuese una más de la familia. «Se portaron de maravilla conmigo y yo estaba también muy a gusto con ellos, pero empecé a plantearme que tenía que traer a mi hija a España. Todas las noches me acostaba pensando en ella, así que alquilé un piso y me puse a trabajar fregando platos en un bar de la Parte Vieja». Por aquel entonces Virginia había conseguido ya papeles. Del bar pasó a un hotel, donde se empleó como ayudante de cocina. Aunque las cosas le iban bien, decidió ponerse a prueba y se embarcó en la aventura de crear un locutorio. «Vi que sólo había uno en todo San Sebastián y decidí montar otro. No tenía experiencia como empresaria, pero al principio nos fue muy bien. Tenía a tres personas trabajando e incluso tuvimos que ampliar el local porque se nos quedaba pequeño».
Virginia empezó a detectar señales de que las cosas no iban bien mucho antes de que los periódicos llevasen la palabra crisis a sus titulares. Habían pasado cuatro años desde el inicio de su actividad empresarial. «Los envíos de dinero – recuerda – se ralentizaron a raíz del hundimiento de la construcción. Los inmigrantes fuimos los que sufrimos el primer golpe». En los meses previos al cierre del locutorio abundan las confidencias trufadas de pesimismo de compatriotas y antiguos clientes. «Aquello era como un centro social y veías que crecía el número de personas que querían volver a sus países. Me decían: ‘Si ya no podemos mantener a la familia no tiene mucho sentido que ellos sufran allí mientras nosotros estamos sufriendo aquí. Nos vamos allí y sufrimos todos juntos’».
De momento Virginia ni se plantea el regreso a su país. Después del varapalo por el cierre del locutorio ha recuperado su tono vital y ha empezado a prepararse para buscar un trabajo en el sector de la asistencia a ancianos. Se lo debe a sus hijas.
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