Peleas, poca higiene y mala sanidad
ABC, , 27-05-2009Deterioro en el clima de convivencia. Deficiencias sanitarias empeoradas. Uso de las porras por los policías durante la vigilancia. Cuestionable desde la óptica de la mayor eficacia operativa policial. Higiene escasa… Son sólo algunas de las conclusiones a las que ha llegado el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, en el durísimo informe que ha elaborado su Oficina sobre las condiciones en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE).
El mal estado de las dependencias, añade, «contribuye poderosamente a no relajar la tensión propia de una situación de prohibición de libertad». Y relata más ejemplos, como el hecho de que, debido a la precariedad sanitaria, en los días posteriores a la visita de la Oficina se contratara un servicio médico para «superar las graves deficiencias». También se da «un alto número de derivaciones a centros hospitalarios».
Pero el texto elaborado por Múgica tiene su reflejo también en la propia experiencia de los internos. Jorge, dominicano de 36 años, es uno de ellos, y relata así a ABC su calvario en el CIE. No tiene reparos en calificar esa instalación como «el Guantánamo español». «Me sentí encarcelado. Es peor que una prisión», añade. Desde el primer momento en que puso el pasado enero el pie en el centro supo que aquello no sería una experiencia precisamente grata. «Uno de los policías me lo dijo: «No sabes lo que te espera», y, claro, me asusté». Los primeros problemas que percibió fueron menores. Sólo funcionaban dos de los seis teléfonos desde los que se podía llamar, lo que provocaba peleas entre los internos.
Pero lo peor estaba por llegar. «Mis 11 días en el CIE fueron 11 días de hambre: muy poca comida, de mala calidad, con yogures caducados, pescado que no sabía bien. Si se quejaban, algunos funcionarios les hablaban «muy agresivamente»: «Si no os calláis, os vamos a dar h… para que dejéis de chillar», asegura que les espetaban.
Hacinamiento y peleas
«Las peleas son diarias, fundamental por el hacinamiento de las personas. El patio lo abren tarde, y, a veces, ni lo abren, por lo que nos concentrábamos en el salón, donde unos jugaban con una pelota al fútbol, daban golpes, otros se escupían… Hasta que una noche, a las tres de la madrugada, entraron cinco policías y le pegaron una paliza a un argelino llamado Alí. Lo llevaron a una habitación de aislamiento y ningún interno le vio hasta el día de su deportación. Le rompieron una muñeca y el codo», indica. Los hechos ya los han puesto SOS Racismo y la red Ferrocarril Clandestino en conocimiento de la Fiscalía de Madrid.
Afirma Jorge que, cuando ingresó, no le leyeron ningún derecho: «Entras como un animal» y que no les proporcionan productos de higiene, algo que sí ocurre en las cárceles. «Tienes que pedir a través de una reja un pedacito de jabón que da sólo para una vez». «Las seis duchas de mi área estaban fatal y a los dos váteres, en ocasiones, no se podía ni entrar de la suciedad que había».
Un interno venezolano comprobó que otro tenía tuberculosis. «Le pregunté a un policía si era lícito que una persona así comiera con el resto de internos, pero no obtuve respuesta». Los malos tratos verbales, asegura, son reiterativos: «No le prestes atención a ese gilipollas, que viene a ensuciar España», escuchó decir a otro funcionario.
Otro tema le puso los pelos de punta. Un funcionario le comentó que había un interno homosexual «que estaba buenísimo y que le sirvió de aperitivo a muchos otros internos». Era la explicación que le daban a que un día, cuando alguien preguntó cuál era el menú, por megafonía informasen: «Pollo horneado y de aperitivo maricón».
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