El emporio rumano
El Mundo, , 25-05-2009Los miembros más cualificados de este colectivo auguran el fracaso del ‘plan retorno’ Madrid
¿Le interesa al ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, que los rumanos que protagonizan este reportaje se marchen de España? Livia, Catalina, Cristian y Alina llevan más de un lustro asentados aquí, trabajan en destacados puestos de la Administración o de la empresa privada y aportan cada uno entre 5.000 y 13.000 euros anuales a las arcas del Estado. Son un pequeño ejemplo de lo que representa la comunidad extranjera más numerosa en nuestro país (más de 700.000 empadronados), pero, en estos momentos de paro, la sociedad se olvida de que son tan europeos – y tan rentables – como los alemanes o los británicos.
«Las opiniones xenófobas se han incrementado con la crisis económica, hay un clima de mayor rechazo a la inmigración», opina Miguel Pajares, del Grupo de Investigación sobre Exclusión y Control Social de la Universidad de Barcelona.
Pajares es experto en el colectivo rumano y coautor del Estudio sobre la inmigración rumana en España, un trabajo que constata que los rumanos tienen «miedo de su mala fama, lo que les genera un complejo a no ser bien recibidos, por los estereotipos que circulan sobre ellos». Están hartos de que se les identifique con los gitanos – que apenas son 25.000, según algunas estimaciones – , con las prostitutas y con los delincuentes. «Algunos dicen que tienen miedo a relacionarse con los autóctonos porque ‘saben que la opinión de los españoles sobre los rumanos es mala y que los españoles piensan que todos los rumanos se dedican a robar’», añade el texto.
Otras investigaciones, como el Informe anual 2009 de SOS Racismo, reprenden a las instituciones, y en especial a los medios de comunicación, por el tratamiento que dan a estos ciudadanos. Y eso que, en proporción, cometen un menor número de delitos que los españoles; van menos al médico – prefieren la farmacia al ambulatorio – y, antes de ir a buscar trabajo a las oficinas del Inem, recurren a las redes sociales de empleo que funcionan entre compatriotas.
Según el Ministerio de Trabajo, hay 258.141 rumanos afiliados a la Seguridad Social (de un total de 18.034.183 ocupados). No sólo son médicos, como Cristian, o titulares de una agencia de seguros, como Livia, sino también peluqueros, camareros o empleadas del hogar más formados que la media, que trabajan honradamente en España, han suscrito una hipoteca y, como todos los entrevistados, desean permanecer en nuestro país a largo plazo.
Recientemente, Corbacho ha planteado pagar el retorno a los 70.129 rumanos parados que quieran volver a su país y cobrar allí la prestación por desempleo. Pero los consultados por este periódico auguran que esta iniciativa – dirigida a las 41.329 personas que actualmente perciben algún tipo de prestación – fracasará estrepitosamente.
Mientras tanto, los otros rumanos, los que invisiblemente permanecen al margen de los medios de comunicación, extienden su emporio por lo que ya se ha convertido en su casa y piden a la sociedad que les saque de las páginas de sucesos y deje de llamarlos extranjeros.
LIVIA VRINCEANU. Agente de seguros
«He hecho mi hogar en ’Pocerolandia’»
Salió de Rumanía en 1999 porque el despacho de abogados que había montado no acababa de funcionar y la empresa en la que trabajaba su marido se fue a pique. Los comienzos aquí no fueron fáciles, pero encontró trabajo como agente de seguros y ha terminado siendo titular de una sucursal de La Estrella. «La crisis se está notando, pero peor lo hemos pasado en Rumanía», resume Livia Vrinceanu (37 años). Tiene 15 personas a su cargo y clientes de todas las nacionalidades. «Muchos regresan a Rumanía y a los pocos meses me entero de que están de vuelta aquí. No consiguen adaptarse, les ponen demasiadas pegas para montar cualquier negocio». Ella tampoco va a retornar, tiene su vida hecha en España. «Somos dueños de un piso con una hipoteca a 35 años que alquilamos a una familia paraguaya. Nosotros vivimos de alquiler en Seseña (Toledo), en un ático de 205 metros cuadrados con tres baños por el que pagamos 800 euros». «En Pocerolandia hemos hecho nuestro hogar», dice con una sonrisa, y casi se ve obligada a añadir: «En realidad no es tan inhóspito, ya hay algunas tiendas».
ALINA NEDEA. Abogada
«No me veo como una inmigrante»
«Parece que el de fuera tiene menos derecho a hacer cosas malas que el de aquí». La frase de Alina Nedea (27 años) resume la opinión de muchos inmigrantes. Pero esta joven promesa del bufete Cuatrecasas (habla seis lenguas y es experta en Derecho Comunitario) nunca se ha sentido parte de este colectivo. Hizo un máster en la Sorbona de París, donde fue becaria de la Autoridad Nacional de Competencia, trabajó como profesora de Políticas Comunitarias en Gerona, ejerció como abogada en Bruselas… y acabó en Madrid, donde vive con su novio valenciano. «Me siento en casa en cualquier parte. No me veo como una inmigrante», asegura. Se considera «afortunada», pero aún recuerda los silencios embarazosos que al principio oía al otro lado del teléfono cuando buscaba piso en España. «Casi tenía que pedir perdón, decirles que no era la rumana que se imaginaban». Su vida en Rumanía le iba bien – «realmente no tenía motivos para irme» – , pero Gerona la atrapó en 2003 con una Erasmus y ya no se plantea volver. «El plan de retorno me parecería maravilloso si fuera a tener éxito, pero soy escéptica».
CATALINA ILIESCU. Profesora universitaria
«La actitud xenófoba es por desconocimiento»
No hay un solo rumano en España que no sepa quién es Catalina Iliescu (43 años). Traduce, preside una asociación, organiza talleres, idea herramientas online, es profesora en la Universidad de Alicante y acaba de ser nombrada directora de la sede que tiene la institución en el centro de la ciudad. Los premios por su trabajo en defensa de la cultura rumana se le acumulan. «¿Volver? Quizá me lo plantee cuando me jubile…», apunta. Y es que está muy a gusto en Alicante, en donde se instaló por amor en 1990. Ella era guía en la llamada ruta de Drácula y él un turista español. Se casaron con la muerte de Ceaucescu y, tras meter su pasado en un par de maletas, se tiró de cabeza a aprender valenciano. «Al principio sufría discriminación para convalidar los estudios, acceder a determinados exámenes…», recuerda. Catalina está convencida de que «las actividades xenófobas proceden de un desconocimiento del otro» y por eso se sirve de las actividades culturales para dar a conocer la realidad de los rumanos. «Es verdad que hay casos de delincuencia, pero hay que mirar en colectivo el conjunto y no demonizarlo».
CRISTIAN RIZEA. Médico residente
«Si hay lista de espera no es por nuestra culpa»
Como en el hospital público en el que hace la residencia hay muy pocos médicos rumanos, sus compatriotas le acribillan a llamadas. Una vez cometió el error de dar su móvil y desde entonces su número va pasando de mano en mano. Todos quieren que el doctor Rizea, neurofisiólogo de 31 años, les explique los resultados de una prueba o les dé cualquier tipo de consejo sanitario. Vino a Madrid en 2000 con la que ahora es su mujer y terminó arrastrando a sus padres y a su hermana. Empezó – «como todos» – en la construcción, trabajando de noche y estudiando de día. «Acostumbrado a lo otro, ahora las guardias están chupadas». Se queda aquí «porque es donde hay mejores salidas» y porque sus compañeros de la Universidad de Bucarest ganan allí en un mes lo mismo que él en dos turnos de noche. Sobre los estereotipos, defiende que «los extranjeros aportan a la Seguridad Social más de lo que piden». «No es cierto que los inmigrantes colapsen los recursos sanitarios. Si no hay plazas en los colegios o existe mucha lista de espera, no es por nuestra culpa. El Gobierno debe habilitar más plazas».
elmundo.es
Vídeo:
Vea las opiniones de los entrevistados.
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