Jugando a ladrones y policías
Diario de noticias de Gipuzkoa, 23-05-2009era sábado por la noche en la Parte Vieja. Lo vimos todo desde el mirador del colega Haritz, en la calle Aldamar. Unos imberbes magrebíes trataban de afanarle la cartera a un morroxko acompañado de su cuadrilla. Eran unos heavys canónicos, y aunque todos sabemos que bajo ese aspecto de adoradores de Satán son pura miguita de pan, esas greñas, cueros, tachuelas, calaveras y botas deberían ser motivo suficiente para disuadir a un moro esmirriado.
Pues no fue así. Retuvieron al carterista al grito de “¡eres idiota, la has cagado!” mientras esperaban a la Policía Municipal. Al rato llegaron los hombres de Gasco y procedieron a su habitual quehacer burocrático.
Impresiona la nula reacción de los jóvenes inmigrantes, ni siquiera hicieron el amago de escapar. Estaban tranquilos, sabedores de su inmunidad, como cuando te pillan en el juego de policías y ladrones en el recreo.
Ese pequeño suceso no tuvo repercusión en ningún medio de comunicación. Ya no es noticia, y así ahorramos un poco de alarma social, que los ánimos ya están muy caldeados. Seguro que no tardarán mucho en cargarse a un morito . Ese día se abrirá un intenso debate, repitiendo el clásico modus operandi, ése que hace que no nos miremos en el espejo hasta que éste ya se ha roto.
Nadie se queja de ellos mientras limpien nuestra mierda o la de nuestros viejos, pero nos engorilamos cuando importunan nuestro bienestar, sobre todo en fin de semana. Contener la vena xenófoba, la que compartimos todos los pueblos del globo, es la única manera de no empeorar las cosas.
En esa labor de autocrítica clasista, poco ayuda la inoperancia demostrada por el Ararteko, la Diputación, SOS – Racismo, la Justicia y por supuesto, la Policía. Por suerte, el cambio en Ajuria Enea nos trae buenas nuevas a los donostiarras: ¡Gasco ficha por Lakua! Pero no descorchemos aún la gaseosa, pues ahora sus decisiones afectarán a muchos más contribuyentes.
Entre tanto, mi bigotito fascistoide sigue creciendo bajo mis narices. La otra noche cambié de acera al ver a tres tiarrones de piel marronácea frente a mí. Nunca lo había hecho, ni aquí, ni en el Bronx, ni en Londres, ni en Brasil. Me jodió en el alma.
Esos pocos pasos recorrieron una distancia enorme entre la razón y la paranoia. Si no consigo enmendar el paso sabré que he fracasado, pues el progresivo aburguesamiento al que nos hemos acostumbrado ya no es compatible con la inmaculada barandilla de la Concha.
(Puede haber caducado)