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El Correo, , 13-05-2009L a familia gitana de La Arboleda ya está en su nueva casa. Todo ha transcurrido con gran normalidad y civismo. Los recién llegados tuvieron que acercarse al barrio escoltados por la Ertzaintza. Después, al llegar a su domicilio, descubrieron que les habían cortado la luz y les habían tapiado la puerta. Son cosas que pasan. A veces en el vecindario te reciben con pasteles y otras con sabotajes e intimidaciones.
Ayer la familia recién llegada salió poco a la calle. Frente a su edificio hacía guardia una patrullita de paisanos. En silencio, con sus pancartas y su pequeña fantasía parapolicial. Lo avisó el presidente de la Asociación de Vecinos: van a hacer una vigilancia «exhaustiva».
Pese a su afición por el acoso, parece que los vecinos se han tranquilizado algo. Ya no zurran a las trabajadoras sociales, ni corean enormidades frente a las cámaras. Han visto que salían feos en la tele y han decidido calmarse. Quieren evitar el «linchamiento mediático». Estupendo. El siguiente paso consiste en que ellos mismos eviten en lo posible linchar a nadie.
Los vecinos ya no hacen tanto hincapié en la supuesta conflictividad de la familia. Ahora apuntan a los políticos y al modo en que se adjudican las viviendas sociales. Las nuevas pancartas exigen «pisos gratis para todos». El nivelazo reivindicativo en Trapagaran sube como la espuma.
También se diría que los políticos del pueblo que encabezaron el motín han reculado. Les habrán pegado un toque y ellos habrán contestado al modo habitual: posición de firmes y taconazo. Ojalá la situación se tranquilice y los recién llegados tengan la oportunidad que piden para demostrar que no son más conflictivos que el resto del pueblo. Alguna voz popular habla ya de discriminar a los nuevos vecinos en el día a día, por ejemplo no sirviéndoles en los bares. Estamos seguros de que esta propuesta peligrosa y descabellada no prosperará. Nadie puede ser capaz de equivocarse tanto.
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