«Esto es duro, echo de menos los ríos. Cuando puedo voy a las fragas del Eume»

La Voz de Galicia, María Cedrón, 03-05-2009

Varios inmigrantes cuentan la historia que ?los ha arrastrado hasta el municipio coruñés

Hace doce años, Milagrosa Benga Mba dijo adiós a su padre en una aldea ubicada a veinte kilómetros de Bata, la segunda ciudad de Guinea Ecuatorial después de Malabo, para venir a Galicia. Apenas sabía escribir y las matemáticas eran una ciencia que se le escapaba. «Había ido poco más de un año a la escuela», explica. Pero se esforzó. Fue una autodidacta. Ahora, una década más tarde, vive en un piso de su propiedad en Arteixo, donde trabaja para Zara. Ha logrado muchas cosas, pero no acaba de adaptarse. También tiene morriña. La suya es solo una de las más de 1.600 historias de inmigración que hay en este municipio de A Coruña.

«En la aldea en Guinea, mi madre tenía una pequeña plantación, pero ella murió y yo estaba triste. Tenía unas primas aquí en Galicia. Fueron ellas las que me convencieron para venir», recuerda. La joven no vino sola. Con ella trajo a su hija mayor y a otro niño más pequeño. «Fui madre por primera vez con trece años», cuenta. Pero todavía tendría un tercer descendiente. «A los tres días de llegar conocí al que luego fue mi marido. Fui a la discoteca con mis primas, a Santa Cristina. Estaba en una esquina porque tenía vergüenza de bailar. Entonces un chico se acercó. Tenía la misma edad. Ahí empezó todo. Nos casamos, pero hace poco más de un año acabamos divorciándonos. Cosas de la vida», explica.

La vivienda, un imán

A Arteixo llegó, como tantas otras personas, atraída por el precio de la vivienda. «Teníamos alquilado un inmueble en O Burgo, en Culleredo, pero comprobamos que por lo que pagábamos allí teníamos la opción de comprar algo en este ayuntamiento y para aquí nos trasladamos», añade. Su hija ahora vive en A Coruña, «nosotros somos de la etnia fan, pero ella está casada con otro guineano que es bubi», y sus hijos viven con ella en Arteixo.

Pese a que está ya plenamente integrada, Milagrosa echa de menos, extraña la vida y las costumbres de su país. «Esto es duro, echo de menos los ríos. Cuando puedo escapo a las fragas del Eume. Hasta ahora acostumbraba a ir cada año a la aldea, en Guinea. Compraba un saco de arroz y una caja de pescado para repartir entre los del pueblo. Ahora, con las facturas que tengo que pagar…», comenta con tristeza.

Escapar al corralito

Pero no es la única que echa de menos su tierra. Aurora Mollo es italiana. Llegó a Arteixo desde Argentina hace siete años. Lo hizo después de que la deflación arrastrase, como un huracán, todo lo que había construido en el país austral junto con su marido. Lo tenían todo y acabaron teniendo muy poco, prácticamente nada. «Teníamos una carnicería allá, pero con los problemas económicos que hubo perdimos el negocio», recuerda. Su esposo tuvo un infarto. Con la enfermedad llegó el elevado gasto en medicamentos. «Los remedios costaban dinero. Tenía que tomar un montón. Allí tampoco hallaba dónde trabajar porque una mujer con una cierta edad ya no encuentra trabajo», añade esta madre de nueve mujeres y un varón.

Galicia no era, en principio, un destino al que hubiera pensado emigrar. «Tenía una hija casada con un hijo de gallego, la consuegra se volvió para acá y vine para acá», recuerda. Llegó a Arteixo y pudo hallar trabajo para cuidar a su marido. «En un principio lo que encontré fue trabajo en un taller de costura, pero ahí nos trataban mal. Teníamos muchas horas de pie… Luego empecé a trabajar como cocinera en un restaurante, lo dejé porque eran muchas horas y tenía que atender a mi marido, pero luego regresé y mejoré». Su esposo acabó teniendo otros tres infartos más. Con el último falleció.

Durante ese tiempo, esta mujer viajó a Argentina para ver a una familiar. Allí se enteró de que una de sus hijas, Carla, nacida en Argentina, estaba pasando bastantes penurias. «Vi dónde vivía y pensé que no podía estar ahí. La convencí para que viniera», cuenta. Carla acabó también en Arteixo. «Al principio llegué aquí con mi hija. Estuve dos años sola aquí, trabajando en un bar y limpiando casas. Luego vino mi esposo», explica la joven, al tiempo que habla de lo mal que lo pasó cuando llegó. «Lo que percibes es una sensación de desarraigo», cuenta.

Viaje de ida y vuelta

Pero ellas son solo dos de la media docena de miembros de la familia que llegaron a estar en ese municipio coruñés. La primera en venir ha vuelto a Argentina. Tenía un negocio ligado al sector inmobiliario. Tuvo que regresar.

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