La jornada de luto nacional del Día del Holocausto tuvo ayer en Israel un paradójico sabor a victoria moral, de haber dado una lección al mismísimo Hitler. La foto en cinemascope de Mahmud Ahmadineyad bajo un titular triunfante «Derrotado» ilustraba el diario «Maariv», colgado por las calles del centro de Jerusalén, donde la multitud se paralizó en seco un año más a las diez de la mañana para recordar a las víctimas con dos minutos de silencio sepulcral.

En la ceremonia de Estado, el primer ministro Benjamin Netanyahu, expresaba su agradecimiento a los «importante países que eligieron boicotear esa demostración de odio», – la conferencia contra el Racismo «Durban II», que seguía en Suiza – , «y a los representantes que dejaron la sala durante las odiosas palabras del presidente iraní». «No permitiremos a los negacionistas otro Holocausto judío», proclamaba.

Ha sido un éxito diplomático. Lo detallaban en las páginas del rotativo antes mencionado los responsables de Comunicación del Ministerio de Exteriores israelí, que han narrado cómo, durante casi dos años, sus funcionarios en todo el mundo han trabajado para convencer a otros países de no acudir a la cumbre. Que reclutaron estudiantes para protestar y se «anegó» la prensa extranjera con el mensaje israelí. Todo para que no se repitiera el espectáculo de 2001 en Suráfrica, la llamada «Durban I», donde Israel fue vapuleada por el mundo árabe. «Si (Ahmadineyad) no hubiera pronunciado un discurso lleno de odio, podría haber sido más difícil. Temíamos que diera una charla de boy scout, y luego nos habría costado explicar nuestro drama», ha explicado desde Exteriores Aviv Shir On.

Pero Ahmadineyad fue el de siempre. «Ayer el mundo fue testigo del retorno de Adolf Hitler», se lee en una carta que el presidente del Parlamento judío ha enviado a sus homólogos. Casi nadie oyó al canciller palestino condenar en Ginebra que Israel sigue construyendo «el muro de la segregación racial».