Bodas
El Correo, , 13-04-2009Durante el pasado año, la fiscalía de mi provincia evitó veintiocho bodas de conveniencia, la mitad de ellas ya consumadas – administrativamente, se entiende – y las otras en curso. No es una cifra alta. Cualquier transeúnte un poco atento a lo que sucede en la calle puede percatarse de que se trata de una práctica bastante extendida. Lo discutible tal vez es que haya que perseguirla. Matrimonios de conveniencia los ha habido siempre, desde mucho antes de la multiculturalidad y sus luces y sus sombras. Había quien se casaba por amor al armario del que no quería salir, quien daba lo que vulgarmente se conoce como un braguetazo y quien procedía por vía matrimonial a la fusión de empresas o linajes. Sin embargo parece que el concepto de bodas de conveniencia sólo se aplica a parejas de distinto origen étnico o nacional. Uno no alcanza a ver la diferencia entre la rumana o la brasileña que quieren salir de pobres pasando por la vicaría y la aborigen que echa el lazo al notario del pueblo aunque de quien está enamorada en realidad es del vecino camarero. Pueden invertir los sexos, que el resultado viene a ser el mismo. Es cierto que para muchos inmigrantes el matrimonio es la patera más segura. Y también abundan los casos en que, conseguidos los papeles y esquilmada la libreta de ahorros del pardillo o la pardilla de turno, los días de vino y rosas acaban como el rosario de la aurora. Cosas de la vida. Turbulencias propias de los desvaríos sentimentales, de los caprichos de Cupido, de la ceguera hormonal. Pero, salvo los casos en que medien las mafias de turno, tal vez debiera permitirse a la gente que se case y se descase a su antojo con independencia del motivo que le lleve a ello. Si para obtener el divorcio basta con el mutuo acuerdo de las partes, carece de toda lógica que eso mismo no sea suficiente cuando se trata de consagrar una unión. La fiscalía no está para sentar criterios de moralidad, sino para perseguir el delito. Pero tampoco les falta razón a quienes sugieren que los contrayentes podrían guardar las apariencias dentro de unos límites prudentes. Que un novio no acierte a decir la edad de la novia puede ser despiste. Que además ignore el nombre de su pueblo natal puede atribuirse a una mala formación escolar en el área de sociales. Pero si además de eso no sabe si fuma o no y cuáles son sus apellidos, entonces es para sospechar que estamos ante algo más que un idiota.
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