Todo falló
El marido y asesino de Izaskun Jiménez, Jesús Francisco Jiménez, impedía a su mujer mantener contacto con su familia. Su madre y sus hermanos la tenían que llamar a escondidas y no eran conscientes de la situación tan dramática que vivía en casa.
Deia, 27-03-2009LA llamábamos por teléfono a escondidas de él", explicó ayer el hermano de Izaskun Jiménez, José Ramón, en las puertas del hospital de Cruces. La última vez que hablaron con ella fue hace un mes y la última vez que la vieron fue aproximadamente hace un año, explicó su madre, María Borja.
La dominación que ejercía Jesús Francisco Jiménez sobre su esposa y sus hijos comenzó desde el inicio del matrimonio, en 1980, cuando ella tenía sólo 15 años. Tal y como ya advertía una sentencia judicial en contra del agresor, éste impedía a su mujer cualquier contacto con sus familiares. Hablaban a sus espaldas, pero la información que daba ella sobre su situación era más bien escueta: “Estoy como siempre, me decía mi hija, y nosotros ya sabíamos lo que aquello significaba aunque ella me negara los malos tratos”, indica la madre.
Su hermano define a su cuñado como “un canalla”. “Sabíamos que vivían mal, pero no nos imaginábamos hasta qué punto”, reconoce. Sobre los hijos sólo puede describir que “han vivido un calvario”.
Graciela, la hija a la que Jesús Francisco apuñaló en el pecho, en la ingle y los brazos, seguía ayer en la unidad de reanimación, a la espera de ser trasladada hoy a planta. “Todavía no sabe que su madre ha muerto, aún no está en condiciones”, indicó José Ramón.
La familia de Izaskun vive en Gasteiz, donde ella fue enterrada el miércoles, mientras que la de su marido es de Lodosa. El matrimonio ha cambiado de residencia varias veces. En 2003, Jesús Francisco fue denunciado por un compañero de trabajo de la obra en Gasteiz. Le había pegado un puñetazo.
La familia recibía la Ayuda de Emergencia Social de la mancomunidad de Busturialdea, donde ella era conocida por los trabajadores de los servicios sociales. “La familia tuvo problemas de integración”, según algunas fuentes. El padre denunció al colegio donde iba el hijo pequeño por “discriminación racial”, aunque luego retiró la denuncia. La familia es de etnia gitana.
El edificio donde finalmente se instalaron en Gernika apenas tiene vecindario, ya que en el portal hay varias oficinas que se vacían cada noche. En las lonjas hay un bar, al que bajó a comprar tabaco todavía con las ropas ensangrentadas después de apuñalar hasta once veces a su esposa en la noche del lunes.
La disputa de aquella noche fue su hija Graciela. Días antes se había escapado con su hermano pequeño a Gasteiz. Quería huir de su padre y proteger a su hermano, pero volvió el domingo para que el chaval, de once años, asistiera a clase. Ella quería marcharse de casa e irse a vivir con su pareja. Jesús Francisco se oponía. De hecho, Jesús Francisco se opuso a todas las decisiones de emancipación de sus hijos, a quienes insultaba casi a diario y pegaba habitualmente.
Sólo una de ellos, Joana, tuvo el coraje suficiente para denunciar a su padre. Logró una orden de alejamiento de un año. Jesús Francisco no pudo acercarse a ella, a su domicilio ni a su trabajo.
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