SONRISAS DEL ESTE
La Razón, 20-03-2009A dos calles de mi casa hay un semáforo que siempre está en rojo, vaya en coche o en moto. Pero ese color es otro para una inmigrante del Este que desde hace un par de años, haga frío o calor, está allí dedicando sus horas a vender paquetes de «kleenex». Para ella, el semáforo está siempre en verde.
Muy pocos le dan limosna, sin embargo ella no deja nunca de sonreír a todo el mundo. A cada conductor, a todo aquel que le da unos céntimos. Por eso el otro día puse los «warnings», aparqué en doble fila y salí a conocerla. Quería saber por qué siempre sonríe.
Tímidamente, me dijo que tiene 31 años. Que viene de Rumanía. Que no tiene papeles. Vive con su marido y su hijo en un piso en muy malas condiciones, compartiendo cada centímetro cuadrado con otras dos familias. Y cada día, en la calle, tiene que soportar desde insultos hasta proposiciones indecentes. Aún así, ella siempre sonríe.
Me contó que necesitaba encontrar un trabajo digno para que su hijo pudiera crecer e ir al colegio. Incluso hizo labor comercial conmigo para tantear si yo podía conseguirle una casa donde limpiar. Y sonreía mientras pronunciaba palabras como «hambre» o «alquiler».
Es la crisis en persona. Es quien seguramente recibe más rechazo y menos ingresos de toda la ciudad. Así que le pregunté que cómo conseguía mantenerse siempre sonriente.
No me respondió con palabras. Sólo con una sonrisa.
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