El éxodo de Aizarnazabal

Diario de noticias de Gipuzkoa, 20-03-2009

¿qUÉ hay Sajjad? ¿Cómo va eso?". El hombre sale de la pastelería de la mano de Nur, su pequeña de año y medio. Su carácter retraído le impulsa a devolver el saludo como pidiendo permiso, con la cabeza hundida entre los hombros. Sajjad Hussein, 40 años, es de esa pasta. No le gusta meter ruido, la consigna que ha hecho suya desde que llegó hace cinco años a la localidad guipuzcoana de Aizarnazabal, con el único ánimo de buscar sustento para los suyos. Siguieron su estela tres decenas de compatriotas y, en breve espacio de tiempo, esta pequeña localidad guipuzcoana de 638 habitantes, enclavada en el valle del río Urola, se convirtió en punta de lanza de la inmigración en Gipuzkoa.

Si la presencia de ciudadanos extra comunitarios ronda el 5% de la población en el territorio, Aizarnazabal doblaba hasta hace bien poco ese porcentaje, con la acogida de 66 inmigrantes. Son datos publicados hace unos días que, paradójicamente, no se ajustan a la realidad actual, en un contexto en el que la crisis parece estar borrando del mapa muchos de estos flujos migratorios, echando al traste buena parte de los estudios vigentes hasta hace bien poco. “Fuimos muchos, pero la mayor parte marcharon”, asegura Sajjad en su renqueante castellano, con cierta sensación de pérdida.

Basta darse una vuelta por esta localidad para comprobar que él y un puñado de extranjeros más son el único vestigio de la inmigración en este municipio de Urola Kosta.

La alcaldesa de la localidad, Aizpea Manterola (ANV), reconoce que en la localidad había empadronados en 2007 una quincena de pakistaníes, 18 latinoamericanos y 24 magrebíes. La tasa de inmigrantes subió gracias a la industria, pero del mismo modo está ahora cayendo en picado, en un vaivén que guarda relación directa con los expedientes de regulación de empleo que sobrevuelan sobre el tejido industrial. “Buena parte de ellos han encontrado trabajo durante estos años atrás en forjas de hierro, pero es cierto que está habiendo muchos despidos”, admite la máxima regidora del municipio.

De hecho, la de Hussein es hoy la única familia pakistaní agrupada en este municipio rural, en el que desde los años 60 se instalaron varias empresas aprovechando los terrenos llanos de los que disponía el municipio. “Ellos son el eslabón más débil de la cadena, los primeros en notar este tipo de situaciones”, asegura un vecino del municipio, que no quiere revelar su identidad.

época de vacas flacas

Regreso al país de origen

Algunas de las empresas más significativas instaladas en el municipio, como Kitmar Engineering S.L., que fabrica puertas correderas y herrajes (50 empleados), o Plastinka S.A, de matricería y fabricación de piezas de plástico (100) no atraviesan precisamente su época más boyante. “Estamos notando que las cosas no están bien. Habitualmente llegábamos desde La Rioja, donde siempre hemos estado ocupados en la agricultura. Era venir aquí y encontrar cualquier cosa en la industria, pero ya no es tan fácil”, lamenta Alí Abbas, de 31 años, que invita a este periódico a visitar el interior de su domicilio para conocer algún detalle más del curioso éxodo que parece haber vivido el municipio.

El joven muestra los dedos de su mano: “cuatro, ni uno más”, dice, en alusión al número de pakistaníes que siguen viviendo en la localidad. “Llegamos a estar 30, pero muchos se han ido a Azkoitia y Azpeitia. Tengo incluso un amigo que se marchó hace unos días de vuelta a Paquistán. El pobre se había quedado en paro, nada tenía que hacer aquí, y decidió volver a su país a la espera de que la situación vuelva a ser un poco más favorable”, explica Abbas.

En el salón de su casa se escuchan arengas ininteligibles. Provienen del televisor que está puesto a toda pastilla. “Tenemos conexión con todos los canales. Me gusta seguir la información de mi país”, recalca el joven, que lleva siete años empleado en una fábrica de Itziar que opera en el sector eólico.

Según la alcaldesa, la integración de este colectivo no acaba de cuajar en el municipio debido a las dificultades que entraña el idioma. “Algunos se han apuntado a clases de euskera, pero es cierto que supone un escollo”, admite.

El joven Alí le da la razón, aunque sólo en parte. De entrada, cuando llegó al municipio hace nueve años, lo primero que pensó fue la enorme similitud que ofrecía el paraje que tenía ante sí con su Chndala natal. “La mayor diferencia es lo atrasados que vivimos allí, pero todo es muy parecido en cuanto al día a día entre los vecinos. La gente nos trata de maravilla, tanto la Guardia Municipal como en el ambulatorio… La verdad es que no hay la más mínima queja”, asegura.

Tiene, además, motivos más que justificados para estar contento, en este contexto laboral tan poco propicio para las alegrías. Anteayer le renovaron el contrato por otros seis meses, y afronta así la recta final previa a la relación contractual estable y definitiva. Recalca una cuestión. La gente debe saber, incide el hombre con cierta preocupación por trasladar el mensaje, que el sueldo medio de un trabajador paquistaní es de unos cien euros. Por eso es tan importante para él mantener su empleo. “Sobre todo, porque de los 1.400 euros que gano puedo enviar 400 a mi familia para que salgan adelante”, explica el hombre, sintiendo el extraordinario peso que tiene su labor dentro del organigrama familiar.

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