Nuestra emigración y la del imperio

Diario de Navarra, INOCENCIO F. ARIAS ES DIPLOMÁTICO, 18-03-2009

L A policía estadounidense de la frontera con Méjico tiene menos trabajo. La crisis trajo una palpable reducción del número de los que tratan de cruzarla ilegalmente. Llegar al paro ilegal en un país extranjero no es halagüeño. Sería interesante conocer el alcance que nuestra profunda recesión y paro, doble que en Estados Unidos, han tenido en nuestra inmigración . Hay aspectos en que el paralelismo del fenómeno migratorio en los dos países es chocante.
EEUU y España son dos naciones prósperas situadas a las puertas de un continente con nivel de vida muy inferior. Nuestro país está a veinte kilómetros de África, y EEUU posee una frontera de 3.200 kilómetros con Méjico. La inmensidad de la misma lleva a las autoridades a calcular que sólo logran detener a un tercio de los centenares de miles de personas que tratan de burlarla. El porcentaje de los que logran colarse en España tampoco debe ser despreciable. En el gigante estadounidense se estima que hay más de doce millones de ilegales. Son predominantemente hispanos y más de la mitad de la cifra total procede de Méjico. También allí hubo una regularizacion en el lejano 1986( IRCA) que se presentó como un compromiso: se amnistiaba legalizándolos a numerosos emigrantes, pero se reforzaban las medidas contra la emigración ilegal. La ejecución del mismo fue desequilibrada, llegó la regularización pero no se actuó con firmeza en lo segundo, se reforzó la policía de la frontera, pero no se persiguió a empleadores que alegan que sin los ilegales muchos sectores de la economía se desplomarían.

Los adversarios de la emigración ilegal han razonado que esto es una tomadura de pelo y encontrado argumentos para oponerse a una reciente legalización que propugnaba Bush. El expresidente y otros políticos pretendían dar la oportunidad de legalizarse a cualquier emigrante que llevara en el país más de cinco años, pagara una multa de 2.000 dólares y los impuestos correspondientes al dinero ganado en EEUU. En el 2007, la medida fue derrotada en el Senado 46 – 53. Los contrarios pensaban que la amnistía era un regalo para alguien que había burlado la ley o que de nuevo el Gobierno no aplicaría con seriedad las medidas punitivas. Las acusaciones, reales o tergiversadas, de que están sobrerrepresentados en las cárceles se dan igualmente en los dos países.

La actitud de la población es curiosa y debe tener un reflejo en España. Si se pregunta a los estadounidenses si los “emigrantes ilegales deberían ser deportados por haberse internado ilegalmente en el país” 69% favorecen la expulsión. Si la formulación es otra, si se inquiere “qué se debería hacer con las personas que llevan años trabajando irregularmente” un 62% contesta que se les debería dar la oportunidad de conservar su empleo y eventualmente pedir la regularización. La cuestión, con Obama concentrado en las medidas económicas, está aparcada por ahora. En las decisiones de los políticos incide el peso creciente de la población hispana regularizada, proclive a la permisividad, y cuyo voto ha inclinado la balanza a favor de los demócratas en varios estados. Diferente es la asimilación. En EEUU, el melting pot, el crisol que lo digiere todo, sigue funcionando a pesar de que haya voces, Huntington, Buchanan, que apunten que la emigración mejicana acabará quebrantando la identidad de Estados Unidos en California, Nuevo Méjico, Tejas etc.Los datos muestran, sin embargo, una notable asimilación: un tercio de la segunda generación contrae matrimonio fuera de su ambiente. Crece en la tercera.

En nuestro país, este tema, con un importante porcentaje de islámicos, es diferente. En contra de lo que se cree, una parte considerable de los jóvenes argelinos, o incluso marroquíes, que llegan a nuestras costas no son ignorantes y sin empleo en su país. Según el investigador Ali Bensaad de la Universidad de Provence, 65% de los harragas (emigrantes clandestinos) dispuestos a pagar 3.000 euros por alcanzar nuestras costas tienen un empleo y un 30% ha estado en la Universidad. Su ansia de marcharse no es sólo económica, es el desencanto, es el deseo de vivir en una sociedad más abierta. ¿Podemos asimilar a estas personas del modo que lo hace Estados Unidos?

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