Desempleadas del hogar
Ya ni siquiera les sirve rezar. Las monjas de María Inmaculada se sienten impotentes ante la avalancha de mujeres que les piden trabajo mientras disminuyen las peticiones de servicio doméstico
Diario Sur,
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12-03-2009
A primera hora de la tarde, una treintena de mujeres de todas las nacionalidades hace cola a las puertas de la casa de las religiosas de María Inmaculada, en la calle Victoria de la capital. Esperan su turno para conseguir un número que les permita entrevistarse con las hermanas de la congregación para pedirles un trabajo. Su situación es desesperada. Muchas no tienen dinero para comer ni para alimentar a sus hijos. Algunas son antiguas conocidas de las religiosas, que ya les habían conseguido un trabajo en limpieza doméstica, el cuidado de niños y para acompañar a ancianos. Pero la crisis ha obligado a despedirlas de sus puestos y ahora vuelven a pedir ayuda.
La hermana Encarni, directora del centro social de la congregación, asegura que están desbordadas y se sienten impotentes. Hasta hace unos pocos meses, el centro social era una maquinaria bien engrasada. Casas que necesitaban servicios para el hogar acudían a las religiosas para pedirles empleadas internas o por horas y la hermana Encarni coordinaba a empleadas y contratantes. Las chicas incluso podían permitirse rechazar los trabajos que no les interesaban.
Pero ahora la situación es distinta y la hermana Encarni recuerda con nostalgia los momentos de bonanza. «Mujeres que son muy buenas trabajadoras y que estaban muy bien colocadas vuelven a nosotras porque sus patronos ya no pueden seguir pagándoles», señala la religiosa.
Cada día se agolpan a las puertas de la sede una treintena de mujeres. Al día, sólo dan 20 números. Antes, el reparto de citas se hacía por la mañana, pero las chicas hacían cola desde las cinco de la madrugada para estar entre las primeras y las monjas decidieron pasarlo a la tarde. «Muchas llevan aquí desde el mediodía, pero al menos no se calan con el frío de la madrugada», indica. A partir del número 21 sólo pueden darles las gracias y pedirles que prueben suerte otro día. Y todo para dar sólo uno o dos trabajos al día entre una veintena de historias difíciles. Y a veces ni siquiera eso.
«No nos llaman de las casas para pedirnos trabajadoras porque la situación está muy mal, así que tenemos que elegir a una sola persona entre todas; yo me acuesto cada noche rezando a Dios para que me ayude a elegir a la que lo necesite más y con un nudo en el corazón porque no podemos hacer más», señala la hermana Encarni.
Vuelven las españolas
Aunque sí lo hacen. En muchas ocasiones acogen a las chicas que están más desamparadas. La congregación recupera así la razón por la que nació: ayudar a jóvenes descarriadas para evitar que terminasen en la mala vida. Las mujeres provienen de más de treinta países. Las españolas también han empezado a llamar a las puertas de María Inmaculada, donde hasta hace poco, las usuarias eran todas inmigrantes.
La hermana Encarni indica que atienden a 20 jóvenes al día de lunes a jueves, lo que al mes supone unas 320 mujeres. Las religiosas no preguntan cuál es su situación legal en España. Algunas están aquí de forma irregular. Aunque estas monjas dan fe del frenazo que ha sufrido la inmigración en menos de un año. Las mujeres que hacen cola prefieren no hablar ni enseñar sus rostros. «Sólo queremos un trabajo que nos de un techo y algo de comer», indica una joven sudamericana. Un deseo difícil de cumplir en los tiempos que corren. Aunque puede que, mientras cruzan la puerta de María Inmaculada, recuperen un lugar en sus vidas para la esperanza.
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