EN EL CAMINO DE LA HISTORIA JUAN JESÚS AYALA
La tragedia de Lanzarote, ¿hasta cuándo?
El Día, , 23-02-2009Por lo que se ve, en materia de seguridad todo funciona. El SIVE es un dechado de perfección técnica que es capaz de detectar hasta un mosquito en el horizonte. Eso nos dicen. Pero sucede que los responsables de proteger las costas de Canarias muchas veces se olvidan de asumir esta responsabilidad y propician que en el almanaque de la tragedia hayan días oscuros y noches tenebrosas que penetran en el rescoldo de la inoperancia que hace que muchas vidas se pierdan en la lucha estéril con unas olas que estallan a pocos metros de la playa o en el roquedal que está ahí mismo. Todo funciona y si algo se atasca, por supuesto, no es culpa de esa inoperancia sino que hay que buscar a otros que aunque no tienen nada que ver siempre se les señala con el dedo inquisidor de esto y de aquello. La tragedia de Lanzarote que es una más, y no será la última, podrá quedar como referente del despiste o como se ha dicho que las olas eran tan altas que impedían que el radar funcionase como tal y se escabullera la patera por debajo de sus ondas detectoras; pudiera ser, tal vez, que los dispositivos de los que se alardea de sofisticados y de máxima competencia sean eso, un disimulo más que hace se mire para otro lado. Y ahora, cuando es lacerante lo que se observa, esas muertes innecesarias y que aún están por contabilizar, venga a ser esta tragedia simplemente el pretexto de que hay que perfeccionar los controles. Lo que puede hasta parecer bien y todas las justificaciones dadas son hasta necesarias para defender lo que es indefendible, aunque se acompañen de la mudez de los predicadores copartícipes. Pero qué más da. Lo importante es arremeter contra esto y aquello. Pero cuando un problema, como éste, les toca cerca desde su ámbito político, hacen mutis por el foro, se amparan en el silencio y de aquellas altísimas tribunas no sale más que un simple quejido lastimero, dejando atrás la crítica que no comprometa su fidelidad a personas que pudieran poner en la picota sus prebendas políticas. El adulamiento soporta hasta las palabras huecas y los aplausos sordos. Lo que salta, desde la perplejidad y desde el cabreo que puede suponer hasta una tomadura de pelo es el galimatías del pretexto de poner en peligro el control de las costas canarias que, de momento, se protegen por la demagogia de discursos camuflados en vez de someter sus consideraciones en pro de una mejora simplemente para evitar estas muertes y proteger la vida de los que pretenden llegar al paraíso y lo que encuentran es que ese paraíso se pierde envuelto en unas simples olas que cualquiera pudiera soportar a excepción de los que no saben nadar como esta pobre gente. ¿Hasta cuando? De momento aquí no se mueve nadie, a nadie se le pide la dimisión ni nadie dimite. Todo está bien y de seguir así las cosas lo único que podemos desear es que al menos la próxima barquilla que llegue a las costas de las islas no tropiece en su singladura con unas olas de tres metros de altura que oscurecerán su visibilidad desde un SIVE perfectamente dotado, dicen, de alta tecnología.
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