DESDE DENTRO RICARDO PEYTAVÍ

¿Quién embarca a quince niños en un cayuco?

El Día, , 17-02-2009

HACE UNOS DÍAS explicaba Cristina Valido, consejera de Asuntos Sociales del Cabildo de Tenerife, que las pateras y cayucos seguirán llegando a Canarias pese a la crisis. Harían falta muchas crisis como la que padecemos, una superpuesta a otra y prolongadas durante bastantes años, para que el nivel de vida del Archipiélago se aproxime al de muchos países africanos. Para ser precisos, al de la mayoría de los habitantes de muchos de esos países africanos, pues siempre hay ricos que viven realmente bien en cualquier lugar del mundo. Y lo hacen con independencia de que atravesemos un período de vacas flacas, o de que habiten en los territorios más desheredados del planeta. En definitiva, esa disparidad en cuanto a nivel de vida crea un potencial suficiente, en términos de campo eléctrico, para que salte la chispa por muy separados que estén los polos. Desgraciadamente, en el caso que nos ocupa, la fiabilidad de los motores fuera borda y la facilidad para orientarse en pleno mar con un GPS, incluso en un cielo nublado durante el día y oscuro, muy oscuro, por la noche, transforman el medio en más permeable. La chispa, supongo que no hace falta explicitarlo, son los cayucos, y los muertos la descarga que nos estremece a todos.

Ya sé, porque nos lo han dicho muchas veces y alguien se encargará de recordarlo estos días que somos culpables de las desgracias africanas por nuestro pasado colonial. Ni yo, ni muchos de ustedes, han colonizado jamás territorio alguno, pero somos igualmente culpables. Luego está el SIVE sistema integrado de vigilancia exterior, o algo así que unas veces funciona y otras no. Porque habrán de saber ustedes, culpables de toda culpabilidad, que en este país unas cosas marchan siempre y otras a ratos. No fallan casi nunca, por ejemplo, los rifles en las monterías; sobre todo cuando caza un ministro y un juez estrella; funcionan casi siempre los programas a medida del político que gobierna en las televisiones pagadas con dinero de todos, sea quien sea quien las controla en Madrid o en las autonomías; funciona la imagen y el buen rollito progre, que se rasga las vestiduras porque un señor pesque salmón en los fiordos de allá arriba, pero no porque otros cacen muflones de Despeñaperros para abajo.

Sin embargo y al margen de las muchas cosas que funcionan y de las otras muchas más bien muchísimas que no, al margen también de esa culpabilidad que tenemos todos por haber nacido en un mundo que nuestros antepasados supieron hacer rico y próspero yerro que nos persigue toda nuestra vida como el pecado original de Adán y Eva en el Paraíso, al margen de todo eso, como digo, ¿quién sube a una patera a quince niños y a una mujer embarazada de ocho meses? Ya lo sé que los sube el hambre y la desesperación. Eso me lo siguen diciendo. Y también me dicen que los suben las mafias. ¿Tienen padres esos menores? ¿Tienen familiares en el caso de ser huérfanos? ¿Qué entrañas poseen los unos y los otros para permitir semejante crimen?

Estas preguntas, empero, están fuera de lugar. No son políticamente correctas. Todo lo que atenúe nuestra responsabilidad y ponga parte de culpa en “la otra orilla” se sale del guión. Qué pena; sobre todo por los muertos.

rpeyt@yahoo.es

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)