«Se hundían como plomos»

ABC, ERNESTO LUNA | ARRECIFE, 17-02-2009

Existen lugares donde el océano parece estar en batalla casi constante contra la tierra firme. La patera que viró el pasado domingo frente a Los Cocoteros (Lanzarote) se vio envuelta en uno de estos enfrentamientos, de los que siempre resulta aconsejable permanecer alejado.

La barquilla, procedente de algún punto de África Occidental, fue avistada a la altura del Charco del Palo, al norte de la isla, desde donde fue seguida por tierra por efectivos de la Policía Local de Haría. El débil cascarón de madera dirigió la proa hacia el sur, en paralelo a los afilados, negros y amenazantes rompientes de basalto y lava. La noche había empezado a caer, cuando una sucesión de grandes olas convirtió el viaje de la esperanza de 28 magrebíes en un giro a la muerte.

El definitivo asalto de la mar se produjo a tiro de piedra de Los Cocoteros, un paradisíaco y apartado núcleo residencial, que ayer figuró con letras mayúsculas en el mapa de la tragedia. Los gritos desesperados y las llamadas de auxilio en francés de los que lograron permanecer asidos a la patera alertaron a los vecinos. Entre ellos se encontraba el uruguayo Christian Hunt, residente en la zona. No se lo pensó ni dos veces ni una. «Me tiré al agua con la ropa puesta», relata.

Una tabla salvadora

Procedentes del interior del casco derrotado, dentro de la bolsa de aire, llegaron a sus oídos los gritos de varias personas. A su alrededor flotaban otras, amoratadas, mortalmente embutidas en gruesas ropas, ateridas. «En cuestión de un minuto se iban para el fondo», recuerda. «Se hundieron como plomos», musitó un viejo marinero con la mirada perdida en el horizonte. Nadie pudo hacer nada por ellos. «Había seis agarrados que son los que saqué», resume. Para ello contó con la ayuda de una tabla de surf que le lanzó desde tierra su mujer, mientras que los vecinos echaron una soga a cuyo extremo había un salvavidas.

Ni siquiera el trueno del helicóptero al sobrevolar la zona de la tragedia lograba ayer apagar el ruido del mar, que sin embargo era menor que en la fatal noche. La mala suerte quiso que el naufragio coincidiera con la marea baja, una circunstancia que contribuyó a que, tanto los cuerpos que no pudieron ser rescatados como la propia patera, fueran desplazados mar adentro y en dirección sur, hacia un enclave conocido como La Caleta de Los Cocoteros.

Los alrededores, dominados por viejas salinas y descampados plagados de algas, permanecían tomados por decenas de vehículos de emergencias, mientras los barcos proseguían con la búsqueda. Algunos de los fallecidos aparecieron prácticamente incrustados contra las rocas.

Los gritos de los inmigrantes, que se mezclaron con el fuerte viento que soplaba en la zona en la tarde del domingo, quedarán siempre en la memoria de los residentes en Los Cocoteros. La escena dantesca de los cuerpos de los inmigrantes fallecidos flotando en el mar, junto a las llamadas de auxilio de quienes querían sobrevivir, no será fácil de olvidar para los que vieron la tragedia.

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