Se estaban ahogando y gritaban tan fuerte pidiendo auxilio que sus voces se oyeron desde las casas de Los Cocoteros (Lanzarote) más cercanas a la playa. Aquellos que las escucharon salieron a todo correr. Unos se lanzaron al agua en busca de supervivientes. Otros arrojaron cuerdas para que los que se mantenían a flote se pudieran agarrar a ellas. Aunque atardecía, aún quedaba luz suficiente para ver una escena atroz: una patera volcada a apenas 20 metros de la playa, seis jóvenes luchando por mantenerse a flote y los cadá –
veres a la deriva de dos mujeres, una de ellas embarazada, y de una veintena de chicos, la mayoría niños de corta edad, a los que se les habían acabado las fuerzas para seguir luchando contra el océano.
“Cuando llegué allí, lo que vi era tétrico: gente flotando a la deriva, la patera volcada y varias personas agarradas al barco”, explicó Christian Hunt, un surfista uruguayo vecino de la zona que el domingo por la tarde se arrojó al agua para buscar a los supervivientes de un naufragio en el que fallecieron 21 inmigrantes.

MORADOS Y A PUNTO DE RENDIRSE
To –
davía recuerda emocionado que al alcanzar la patera vio a un menor y que, cuando se disponía a salvarle, le pidió en francés que ayudara primero a otro niño más pequeño que pugnaba por mantenerse a flote. “Cuando llegué, todos ellos estaban morados, con síntomas de hipotermia y a punto de rendirse”, relató. Uno a uno, y pese al mal estado del mar, Hunt y otro surfero fueron sacando del mar, a bordo de su tabla, a los seis únicos supervivientes.
Hasta ayer por la tarde se habían recuperado los cadáveres de 21 víctimas. De ellas, 15 eran menores, algunos de solo 7 u 8 años. Además, se encontró el cuerpo de una mujer embarazada y de tres hombres adultos. Los servicios de salvamento aún buscaban a otros tres inmigrantes que viajaban en la patera y cuyos cadáveres habían sido avistados. Los vecinos que participaron en el rescate, así como algunos miembros de los equipos de salvamento, se encontraban conmocionados por la experiencia de tener que sacar del agua los cuerpos de unos niños de tan corta edad, entre ellos el de una pequeña de solo 8 años.

20 HORAS DE TRAVESÍA
Al volcar la patera, los inmigrantes que no lograron agarrarse al casco se vieron condenados. No sabían nadar y, además, muchos, para protegerse del frío de la travesía, llevaban varias capas de ropa. Cuando los sin papeles cayeron al mar, las prendas, totalmente mojadas tras 20 horas de viaje, se convirtieron en losas.
La delegada del Gobierno en Canarias, Carolina Darias, reconoció que la barca no fue detectada por el Sistema Integral de Vigilancia Exterior, el complejo montaje de cámaras térmicas, sensores y radares que permite a la Guardia Civil controlar todo el litoral canario y localizar a la mayoría de las pateras. Darias cree que el fuerte oleaje impidió que fuera descubierta, ya que al tratarse de una embarcación pequeña pudo confundirse con una ola.
Ayer, cuando los fotógrafos capturaron la imagen de los equipos de salvamento sacando del agua el ca –
dáver desmadejado de un niño de corta edad volvieron a exponer, en toda su crudeza, el enorme cementerio en que se han convertido las aguas que separan África de las islas Canarias. De nuevo, queda la sensación de que con los naufragios de pateras y cayucos ocurre algo parecido que con las hambrunas que asolan el continente negro: si con estas últimas es necesaria la imagen atroz de un niño moribundo para que las conciencias vuelvan a agitarse, con las primeras es necesaria la estampa de un hundimiento en primera línea de playa como el de julio del 2007, en el que murieron 20 inmigrantes también frente a Canarias.
De hecho, a partir del testimonio de varias familias de magrebís y subsaharianos que nunca más han vuelto a tener noticias de sus miembros que intentaron emigrar a Europa, las oenegés alertan de que de forma regular desaparecen en el Atlántico y el estrecho de Gibraltar pateras y cayucos sin que nadie lo sepa. De hecho, la asociación Proderechos Humanos de Andalucía sostiene que, de cada tres cayucos que salen, uno se pierde.
Un estudio del Instituto Universitario Europeo, dependiente de la Unión Europea, sostiene que solo en el Estrecho han desaparecido desde principios de la década de los 90 – – cuando el fenómeno migratorio se disparó – – entre 8.000 y 10.000 inmigrantes marroquís tras naufragar las embarcaciones de fortuna en las que viajaban.