Decenas de inmigrantes marroquíes se refugian en pabellones del canal de Deusto

Se instalan con mantas y colchones en las antiguas naves portuarias,que se derribarán en marzo, ante la falta de plazas en los albergues

El Correo, TERESA ABAJO, 14-02-2009

Hay pocos lugares tan inhóspitos como un pabellón abandonado. En el de Marítima Candina, junto al canal de Deusto, no queda rastro del tráfico portuario ni de ninguna otra actividad humana, salvo por algunos detalles. En un rincón de la nave, entre charcos, hay tres sillas – una sin respaldo – , un taburete, un neumático, dos cacerolas y el maltrecho asiento de un coche. Hay vida. Son los enseres de los inmigrantes marroquíes que han buscado cobijo bajo esta inmensa cubierta de dientes de sierra, y en otros edificios de la zona. Son lugares sucios, húmedos y oscuros, pero al menos tienen un techo.

A lo largo de la ribera, hasta el antiguo depósito franco, decenas de personas sobreviven en construcciones condenadas al derribo, su refugio para pasar el invierno. En Lagun Artean calculan que son «entre 60 y 80», y probablemente aciertan. Al ser el centro asistencial más cercano – su sede está en Deusto – acuden a ellos para tomar lo que pueden ofrecerles: el desayuno, el café con galletas «o algo de merienda» que se sirve de dos a cuatro de la tarde, la ducha y la lavandería. Son servicios abiertos, sin ventanilla ni lista de espera, aunque estos dos últimos «tienen una capacidad limitada. Ahora viene mucha más gente que antes», destaca la directora, Amaia Porres.

Algunos llevan más tiempo, pero fue hace tres meses, al apretar el frío, cuando más personas se instalaron en los pabellones. «Aquí estamos muy mal, tenemos miedo de que venga la Policía, pero no hay otro sitio. Todos están completos». Lo dice un joven embutido en un saco de dormir, del que no asoma ni un centímetro de piel con una cámara cerca. Tiene 23 años y habla bien castellano «porque llevo en España mucho tiempo, desde los doce. He estado en Murcia, en Madrid…». En la improvisada habitación, seguramente los antiguos vestuarios de Marítima Candina, hay seis colchones donde se desperezan cuatro chicos envueltos en mantas.

Para llegar hasta aquí hay que atravesar varios boquetes abiertos en los tabiques y subir las escaleras. El recorrido, como todo el pabellón, está salpicado de desperdicios, que se mezclan con viejos archivadores y papeles con el anagrama del Puerto. En una pared han escrito unas frases en árabe, en otra se lee Mohamed. En los antiguos vestuarios, las taquillas están repletas de ropa de abrigo y sobre un estante hay copas y botellas de plástico. Los carteles que decoran la habitación – pura nostalgia cinematográfica, con fotos de James Dean y Humphrey Bogart – desentonan. Apenas hay luz.

Un café en Lagun Artean

Rashid, a sus cuarenta años, es el mayor del grupo, que se ha formado sobre la marcha, cubriendo huecos con mantas y sacos de dormir. Se muestran hospitalarios con los extraños, aunque hablan poco y con frases cortas, contundentes. «No tengo papeles». «Queremos buscar un trabajo, una vida mejor». «Aquí no hay nadie que roba». En este pabellón duermen unas quince personas. Algunos, como Mustafá, salen todas las mañanas por el camino que conduce a Botica Vieja y nadie diría que han pasado la noche en una nave abandonada. Hoy tiene prisa porque «a las doce y media voy al comedor social».

Otros se quejan de que en Mazarredo – la ventanilla única que centraliza los servicios de emergencia social en Bilbao – «no dan tarjetas» para el comedor, menos aún para dormir en un albergue. «Estamos hartos», se queja un joven con amargura. «Los únicos que nos hacen caso son los de Lagun Artean. Allí puedes ducharte, afeitarte, tomar un café con galletas». Un refrigerio que «se está convirtiendo en la única comida del día», sospecha Amaia Porres. «Pueden repetir lo que quieran y repiten muchas veces, se nota que están pasando hambre».

Mientras comen algo hablan de sus necesidades inmediatas – «nos piden linternas, velas, mantas, algo para hacerse un bocadillo» – y de su vida. «Es gente con empuje que quiere salir adelante», asegura la responsable de centro. «Muchos de ellos son chavales que no están deteriorados. No están acostumbrados a vivir en la calle, pero ahora no tienen otra alternativa». Los alojamientos sociales de Bilbao tienen todas las plazas ocupadas y en el resto de los municipios vizcaínos ni siquiera hay albergues.

La vida en los pabellones desgasta – «vienen muertos de frío» – pero lo más duro es «la falta de futuro. Se preguntan ¿y mañana qué, dónde está el empleo?». El chico embutido en su saco de dormir tiene una respuesta. «Si no encuentro nada, habrá que ir a otro sitio. Quiero hacer un curso de electricidad o de fontanería». Tiene una cita en la asociación Izangai «el 16 de marzo». Para entonces ya no estará aquí, si se cumplen las previsiones de la comisión gestora de Zorrozaurre.

Las antiguas naves portuarias, que ahora pertenecen al Gobierno vasco, se derribarán a partir de la segunda semana de marzo. Todas salvo el depósito franco – futura sede de Idom – y otras dos naves gemelas. Vecinos de Camino Morgan, la calle más cercana, han protestado por la presencia de los ‘okupas’ y el Consejo de Distrito de Deusto ha aprobado esta misma semana una propuesta para reforzar la vigilancia en la zona.

En plena cuenta atrás, la vida sigue más allá de Marítima Candina. En una construcción de ladrillo se han instalado Mohamed, Ismael y Mihamed, tres amigos que vinieron juntos de Marruecos, «del Sahara», hace cuatro años. En la puerta se ha formado una gran humareda, porque han hecho fuego quemando papel dentro de un cubo para cocinar unas lentejas. Por la noche irán al comedor social. Han estado «en Barcelona, ocho meses en el tomate de Almería» y también bajo el puente de Rekalde. En el pabellón se han acomodado como pueden con una guitarra, una minicadena en la que suena música árabe y una caja de tomates y mandarinas. «No robamos, lo cogemos de la basura de los supermercados. Somos gente tranquila», dicen. «Estamos aquí para cambiar de vida y no molestamos a nadie, póngalo así».

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