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Vivir bajo el puente
Ismaila, Abdelilak, Mustafá, Abdul y otros tantos emigrantes anónimos ocupan nuestros puentes y los lugares más recónditos en busca de un techo. Viven en la calle y luchan por encontrar un trabajo que les lleve a un mundo mejor. No son indigentes pero viven como ellos. Saben que el paraíso no existe, pero no pierden la esperanza de encontrar un empleo.
Deia, 08-02-2009DEJÓ una mujer y cinco hijos, uno ha muerto ya, al otro lado del mar, en Senegal. Creyó que su diploma de soldador sería el pasaporte a un mundo mejor, como piensan otros tantos africanos que llegan en pateras para cumplir su sueño. Ahora duerme en la calle, debajo de un puente, come en comedores sociales y guarda su ropa en un carro que encontró tirado en la calle. Ismaila Samba, senegalés de 47 años, no piensa en volver a su país. “Ahora no puedo, sólo cuando tenga algo de dinero para que mi familia pueda cambiar de vida”. Es una de las tantas personas sin hogar que buscan techo en los puentes de Bilbao.
Hay casi mil personas en las calles de Bilbao que no tienen hogar. Los servicios sociales diferencian claramente entre los nacionales y los extranjeros. Los nacionales presentan patologías severas asociadas a enfermedades mentales con adicción. Los extranjeros vienen en busca de un trabajo y la falta de recursos asistenciales les lleva en muchas ocasiones a dormir en la calle. La situación hace que en muchos casos su situación se cronifique y acaben con otras patologías o adicciones. “Estas son las primeras personas que intentamos sacar de la calle”, señala una de las educadoras de los servicios de base.
La línea que separa la vida de una persona normal de un sin hogar es más fina de lo que muchos llegamos a pensar. Una mala racha, un palo en la vida mal gestionado, una depresión pueden llevar a una persona a vivir en la calle. Ocurre cada vez más entre las personas de la Tercera Edad y también en inmigrantes que no cumplen las expectativas para las que vinieron.
Ismaila samba soldador
“No puedo regresar sin dinero”
Es el caso de Ismaila Samba, senegalés de 47 años. Cruzó el estrecho en una patera con otros 40 africanos en busca de un mundo mejor, al otro lado tenía un hogar pero quería mejorar la situación de su mujer y cinco hijos. Su pasaporte para la felicidad, un titulo de oficial de calderas, no le ha abierto demasiadas puertas, pero en él tiene una fe ciega. “Fue muy duro llegar, era una patera muy pequeña, íbamos unos encima de otros castigados por el mar, pero lo logramos”. De eso han pasado ya dos años y medio, el tiempo suficiente para darse cuenta de que el paraíso no existe. Aún así Ismaila no quiere regresar. En este tiempo ha perdido muchas cosas en la calle, pero no la dignidad. Es la que le hace seguir adelante. “Volveré cuando haya ganado un dinero para que mi familia pueda mejorar. Así no puedo”.
De momento, vive debajo del puente de Rekalde. En el parking. Ha conseguido rescatar de la basura un carro de coche y allí puede guardar sus cosas: unas cortinas viejas, alguna chaqueta, mantas, todo para el frío. Junto al carro esconde unos colchones. Está todo bien ordenado, pensado para que cuando pasen los servicios de limpieza no se lo lleven. “Si lo dejo bien puesto no les estorba para limpiar”, o al menos eso cree. En la cartera tiene guardada la fecha y hora de su cita en SARTU, centro situado en Bilbao La Vieja donde se ofrecen cursos de formación de cara a un empleo. También, el teléfono de la persona que le atendió el primer día que llegó a Bilbao: “una chica me acogió en su casa y me dejó su número de teléfono por si necesitaba recurrir a ella”. Ismaila como otros sin hogar no lleva sus papeles encima. Son su gran tesoro. Por eso, los tiene a buen recaudo en un bar muy cerca de donde se cobija. El que certifica su identidad, el que da fe de que estuvo retenido en Málaga, y el más importante, el diploma de soldador. Encima sólo lleva la fotocopia de sus documentos personales y la tarjeta del comedor social.
Ismaila ha estado el último año en Barcelona, según dice, trabaja de soldador para otros, porque sin papeles lo tiene difícil. Pero allí, le dijeron que en Bilbao hacía mucha falta de esta gente, así que se vino en diciembre, no tenía nada que perder.
En Bilbao no hay tantos recursos sociales como gente necesitada, así que no ha podido entrar en el albergue, según cuenta. Aunque en este tiempo Ismaila ha perdido peso, a juzgar por las fotos de sus documentos, sigue teniendo un cuerpo atlético, como si viniera de jugar un partido de baloncesto en lugar de calentar el cuerpo en el comedor social. Sin embargo, sus ojos tienen un fondo amarillo que parece encender la alarma de algo que no va bien. La naturaleza es sabia y compensa. Ismaila es fuerte. El frío y la lluvia de estos días no le han hecho perder la calma. Lejos de molestarse, se muestra educado y agradable. Al final nos deja su número de teléfono, el que tiene para comunicarse con su familia. Quién sabe, quizás alguien pueda echarle una mano. 671387720.
abdelilak soldador
“Quiero papeles españoles”
Abdelilak está menos curtido, seguramente porque es mucho más joven. Aún tiene 27 años y la mirada inocente. En Marruecos nunca durmió en la calle, pero no se queja. Sólo lleva un mes en Bilbao, antes estuvo un año en Murcia. Ya le queda poco para que le reciban en SARTU donde está ilusionado con hacer un curso de soldador. Ha dormido tres días en el albergue, pero la quinta noche la ha tenido que pasar debajo del puente de Miraflores. Han coincidido malos tiempos para dormir al aire libre, aunque dice que desde allí las vistas son muy buenas. Mientras nos habla, otros cinco inmigrantes, también marroquíes, están durmiendo en colchones sobre la tierra del suelo. Hace frío y aunque ha escampado, la humedad se mete en los huesos, pero nada parece enturbiar su sueño. Addelilak tiene cuatro hermanos en Marruecos, pero quiere papeles españoles. Como Ismaila, solo lleva la fotocopia de sus papeles, los auténticos los aguarda en casa de un amigo que vive en San Francisco. Él lleva la tarjeta del comedor social, la de la red de bibliotecas y su cita para realizar el curso. Resulta curioso que alguien tenga ganas de leer en estas circunstancias, pero no es extraño.
Las escuelas para adultos tienen a más de una de estas personas inmigrantes realizando sus estudios. Por el día llevan una vida normal, por la noche improvisan un techo en los lugares más recónditos de la ciudad. A veces, no quieren recurrir a los recursos sociales. El director de Acción Social ha conocido más de un caso. “Conocí un chico marroquí, un buen chaval, que estudiaba en la escuela de adultos. Nunca faltaba y tenía una aptitud muy buena. Un día me dijo que vivía debajo de un puente así que hablé con el albergue por si era posible ubicarle una temporada hasta que pudiera pasar a otro recurso social. Finalmente, le encontraron una plaza. Un día me encontré con el responsable del albergue y le pregunté por él. Entonces me dijo que sólo había durado dos días. Su explicación fue que en el albergue sólo podía estar un tiempo y corría el peligro de quedarse sin su sitio en el puente”.
Mustafá albañil
“Espero encontrar trabajo”
Mustafá lleva quince años en España y siete meses en Bilbao. Antes había estado en Marbella trabajando de albañil. El próximo día 4 de marzo cumplirá 37 años. Mustafá comparte su improvisada vivienda en un solar de Zorrotzaurre con otros compañeros de Marruecos. “Pasa, pasa, ésta es la sala de estar y aquí la habitación”. Parece que hasta le hiciera ilusión invitarnos a ver su cobijo. En lo que hace las funciones de mesita incluso hay dos tazas de té, como si la visita hubiera interrumpido una charla. Es posible. Tiene una chaqueta colgada de una percha para evitar que se arrugue y ha cubierto el suelo de alfombras seguramente para resguardarse del frío. Todavía recuerda los días pasados cuando primero el ciclón y luego las fuertes lluvias amenazaban con llevarse todo lo que tiene.
Abdul carpintero de aluminio
“A nadie le gusta esta vida”
Abdul no quiere fotografías. Lo cierto es que está cansado, y también un poco enfadado. Hace diez años que dejó Marruecos para mejorar su situación y se encuentra viviendo en la calle, a veces debajo de un puente o en una chabola. “A nadie le gusta vivir así”, se lamenta. Pero llegados a este punto no encuentra alternativa. “Cuando vine de Marruecos ya sabía que esto no era el paraíso. Allí teníamos verdura, fruta, comida en abundancia y también una casa, pero trabajábamos por poco dinero. Por eso, me decidí a emigrar”. Estuvo en Marbella trabajando de carpintero de aluminio pero le dijeron que en Bilbao había muchas empresas de metal y se necesitaba gente así que vino a la capital convencido de mejorar su situación".
Desde mayo no ha encontrado nada. A veces se le pasa por la cabeza irse. “Yo no he venido para recibir ayudas, sino para trabajar y poder mejorar por mí mismo”. Pero irse sería fracasar. "Después de ocho años cotizando en la seguridad social, lo habría perdido todo, no hay derecho. A veces encuentra comida en las basuras de los restaurantes. Nadie lo diría porque Abdul tiene un aspecto cuidado y una conversación fluida.
Su compañero, estudió filología árabe, no quiere que se sepa su nombre. También es de Marruecos y tiene 42 años. Su experiencia empezó diferente a la de todos sus compañeros, aunque los avatares de la vida le han llevado compartir un mismo destino. Después de acabar la carrera se lanzó a la aventura. Estuvo primero en Francia y después, por distintas ciudades de España, trabajando de camarero. Hasta que un día ya no tuvo más trabajo. “Al principio con el dinero que ganaba incluso pasaba las vacaciones en Marruecos. Pero de pronto como casi todos, un día ya no encuentras trabajo y entonces la espiral. Esa que te lleva a vivir en un container de una obra, o a resguardarse del frío bajo un puente. A partir de ese momento, la lucha es por sobrevivir, por no cronificar la situación”.
A veces, este filólogo que nunca llegó a ejercer, tampoco tiene conversaciones en común con sus “vecinos”. Sin embargo, comparten toda una vida. “Somos una familia”. Si en Marruecos, “supieran cómo vivo, querrían que volviera pero ellos no saben nada”. Entre sus proyectos está estudiar euskera. “Me gustaría mucho aprender este idioma”. Su tono de voz resulta tan cálido como el fuego que han perdido sus colegas en el solar que ocupan para hacer frente a la fría tarde. Los vecinos se quejan de su presencia pero ellos dicen que sólo han buscado un lugar donde poder “estacionarse”. “No pretendemos molestar a nadie”.
los problemas de la emigración
Abdelilak vive debajo del puente de Miraflores donde comparte el suelo y el techo con otros emigrantes. · Procedencia: Marruecos, de donde vino hace poco más de un año. Primero estuvo en Murcia y desde hace un mes está en Bilbao · Edad: 27 años. · Familia: Tiene cuatro hermanos.
Ismaila vive debajo del puente de Rekalde · Procedencia: Senegal de donde vino hace dos años y medio aunque lleva en Bilbao desde el pasado mes de diciembre · Edad: 47 años · Familia: Tiene mujer y tenía cinco hijos, uno se le ha muerto. No quiere regresar sin nada de dinero con el que pueda mejorar su familia.
Estudio filología árabe y al acabar la carrera se lanzó a la aventura, ahora busca trabajo y vive en un container · Procedencia: Marruecos de donde partió hace 18 años. Después de estar en varias ciudades, finalmente lleva en Bilbao un año · Edad: 42 años. · Familia: Dejó a sus padres y hermanos en Marruecos.
las frases
“Quiero hacer un curso de soldador y poder trabajar y tener papeles españoles”
abdelilak
Marroquí
“Todos los que venimos en las pateras pensamos que esto va a ser mejor”
ismaila
Senegalés
“Después de estar ocho años cotizando no puedo irme y perderlo todo”
Abdul
Marroquí
“Aquí estamos para trabajar pero en Marruecos nunca vivimos así”
mustafá
Marroquí
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