GRAN BRETAÑA se despertó ayer con varias refinerías paradas y con sus trabajadores en la calle reclamando al Gobierno que ponga coto a la proliferación de contratos de construcción con empresas extranjeras. La gota que ha colmado el vaso ha sido el anuncio de una nueva planta de Total, cuya obra acometerán 600 trabajadores italianos y portugueses, una mano de obra más barata que la local.En una situación de bonanza la noticia podría haber pasado desapercibida, pero con el aliento del paro en la nuca muchos trabajadores y los propios sindicatos se han tomado el asunto como una amenaza.El caso es muy problemático porque hay quien ve detrás de este malestar un trasfondo racista y, de hecho, los antieuropeístas y la extrema derecha han empezado a moverse para pescar apoyos en esa charca. Pero lo cierto es que Londres no puede limitar el tráfico laboral entre los países de la UE. En el fondo, lo que debe entender la sociedad, allí y aquí, es que no puede quedarse sólo con la parte de la globalización que le beneficia, así como que el proteccionismo es una receta inútil.