Doce horas de trabajo por 45 euros

La Voz de Galicia, Natalia Bore, 11-01-2009

Los inmigrantes, en su mayoría sin papeles, se concentran cada día en algunas plazas madrileñas esperando «la lotería» de poder trabajar en la construcción

Los inmigrantes, en su mayoría sin papeles, se concentran cada día en algunas plazas madrileñas esperando «la lotería» de poder trabajar en la construcción

Comienzan a reunirse a las seis de la mañana. No importa que llueva sin clemencia o que el frío les congele los dedos. A las 11 – tras cinco horas de espera inútil – aún los hay que no han perdido la esperanza de que alguna furgoneta pare frente a la plaza en la que se concentran a diario y les ofrezca trabajar en la construcción. Sin contrato, sin prestaciones, sin Seguridad Social. «Pero es mejor que nada», afirman.

Se autodenominan «jornaleros», porque eso es lo que son: trabajan en las obras por lo que les ofrezcan, y la crisis ha hecho que cada vez sea menos. «Puedes llegar a trabajar doce horas por 45 euros», explican.

Latinoamericanos de procedencia múltiple, magrebíes, subsaharianos, del Este… Decenas de personas que, en su inmensa mayoría, solo tienen en común carecer de papeles; es decir, estar en España en situación irregular. Y, también en su mayor parte, no haber visto nunca «un pico y una pala» antes de pisar suelo español.

Desafían los tópicos más extendidos entre la población, porque, en contra de lo que mayoritariamente se piensa de ellos, tienen formación – algunos incluso la universitaria – y, pese a ello, trabajan en las obras. ¿Por qué? La respuesta es unánime: porque en sus países de origen aún ganan menos. «¿Cuánto es en España el salario mínimo?», pregunta un joven boliviano, de 32 años, auditor de profesión ahora reconvertido al sector del ladrillo. La respuesta, trasladada a su país, es demoledora: «En Bolivia el sueldo base es de unos 55 euros mensuales».

Estar con ellos mientras pasan las horas esperando a que llegue alguna furgoneta a ofrecerles tajo para el día es hacer un viaje a la dureza de su vida cotidiana. No quieren dar sus nombres, pero sí relatan cómo es posible sobrevivir en unas condiciones económicas que la crisis ha debilitado hasta el extremo. «Subsistir sí se puede. Vivir ya es otra cosa», comenta un joven peruano. Tiene 25 años y dejó sus estudios – quinto curso de Derecho, incluidas las prácticas en un juzgado y el trabajo en un gimnasio – para venir a trabajar a España. Una deuda contraída por su padre lo obligó a ello, y sus ojos se velan al relatar «lo duro» que es adaptarse. «Ya no es solo que las condiciones en las que trabajamos sean malas y que, debido a la crisis, aún hayan empeorado más, sino a que emocionalmente es muy duro. Hay gente que no lo soporta y que acaba en el alcohol. Es una pena, más que una vergüenza», sentencia.

Él resume el sentimiento de todos, ya que tiene previsto regresar a su país en junio o julio del próximo año. El balance que hace de su estancia en España es agridulce: «He trabajado. He tenido más suerte que otra gente, que ni siquiera ha podido hacerlo. Y, aunque no me voy satisfecho, sí más tranquilo». A la pregunta de por qué en la construcción, responde que porque «es lo menos malo entre lo malo. Sería peor trabajar en el campo, ganas aún menos».

Pero se hace difícil entender cómo se sobrevive con tan poco dinero. ¿Qué pasa si no hay oferta de trabajo un día y otro, y otro? «Bueno – responden varios – esperamos hasta las 11 o las 12, y si no tenemos trabajo nos vamos a hacer cola en comedores sociales, en iglesias…». Ese es el modo de cubrir las necesidades básicas de alimentación, mientras que el alojamiento lo resuelven «compartiendo una habitación que cuesta entre 200 y 300 euros» entre varios. El objetivo es economizar al máximo para poder enviar dinero a sus familias.

Pese a las dificultades con las que lidian cada día, mantienen viva la ilusión de que todo mejore. «Yo tengo esperanzas de que haya una regularización el próximo año», dice el trabajador de Bolivia, que se queja de que, «cuando no tienes documentos, tus derechos se limitan». Y todos ellos lo saben por experiencia, ya que se multiplican las situaciones en las que sus empleadores no les pagan tras concluir el trabajo. «Y no puedes hacer nada, ni siquiera denunciándolo. Tú eres un inmigrante y ellos son españoles».

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