Las uvas de la ira

Las Provincias, VICENTE GARRIDO GENOVÉS, 04-01-2009

Se acaba el año envuelto en la incertidumbre. Se respira un ambiente de expectativa sombría, de resignación ante lo peor, aunque sin perder el talante que nos permita aguantar el chaparrón. Atrás hemos dejado un año difícil: la magnitud de la crisis económica y financiera que ha sacudido el mundo supone una oportunidad para interrogarnos sobre dos cuestiones que, en la Comunidad Valenciana (y en otros lugares de España) tienen una importancia extraordinaria si miramos hacia un futuro no muy lejano.

Hay muchos problemas sí, pero quiero iniciar este año de 2009 escribiendo sobre dos asuntos que el difunto 2008 nos legó como inmensas tareas pendientes: la inmigración y la educación. La gestión de ambos tiene una profunda repercusión en toda la vida social, incluyendo el ámbito de la economía, y si bien su efecto más grande puede que sea a medio y largo plazo, su desarrollo recto o torcido requiere, como en ningún otro caso, de una política acertada, firme, que sepa adónde ir sin bandazos y demagogias. Por otra parte, la educación y la inmigración tienden a unir sus destinos en la generación de esos resultados.

Quizá pocos valencianos repararon en una noticia que publicó LAS PROVINCIAS el pasado mes de noviembre: La Comunitat registró la mayor llegada de inmigrantes desde 2005, aumentando en más de 130.000 habitantes en el último año. En los últimos once años, la población inmigrante ha crecido en más de un 700% en nuestra tierra, un fenómeno que nos obliga a tomar medidas para encarar el próximo decenio con esperanza. Una de esas medidas pasa necesariamente por la educación. Ninguna política de integración tendrá éxito si no logramos que los hijos de los inmigrantes prosperen en sus estudios, lo que equivale a decir que entiendan y acepten nuestra cultura y que estén capacitados y dispuestos a contribuir al bien común. Existe una abundante investigación que revela la importancia de la segunda generación como precedente del grado de integración que, a la larga, van a experimentar los inmigrantes en su país de acogida. Si los hijos de éstos logran sentirse españoles y valencianos, si disponen de cultura y de un trabajo digno, el viaje – muchas veces dramático – de sus padres habrá valido la pena.

Sé que en la perspectiva actual esto es un logro particularmente oneroso. En España y en nuestra Comunidad el fracaso escolar es muy importante, el clima entre los políticos y los profesores no es el mejor. Pero no queda más remedio que arrimar el hombro, cuando vemos a los trabajadores españoles regresar a faenas en el campo que hace sólo unos años habían abandonado en manos de los inmigrantes. Sin embargo, en previsión de que las cosas sigan yendo mal, debemos de asegurarnos de que no cometemos errores que han generado en otros lugares graves crisis de violencia y malestar social.

La biología social nos enseña que en tiempos de dificultad regresamos a la protección del grupo, de lo que nos identifica, en este caso nuestra condición de valencianos y españoles: cuando el alimento escasea los foráneos no son bienvenidos. Pero la cultura se desarrolla para corregir las tendencias naturales que se oponen a los valores que, como seres racionales, decidimos asumir. Esa es la razón por la que enseñamos Ética, o curamos a quien no tiene medios.

Nuestra Comunidad participa del gran desasosiego del mundo actual. Cualquiera que lea a Henning Mankell ha apreciado cómo se desmantela el otrora paradigma del bienestar en Suecia mientras el inspector Wallander se esfuerza por resolver los crímenes de cada novela. Mi impresión es que hasta ahora no estamos haciendo las cosas mal, pero es que hasta ahora el dinero parecía que nunca iba a faltar. El panorama ha cambiado, y la realidad es esta: que los peor preparados serán los que más duramente vivirán la crisis, y que entre la población inmigrante ese riesgo de peor preparación es mucho mayor.

Los inmigrantes, en su mayoría, han venido para quedarse. Cuando vienen tiempos de zozobra es cuando se sabe quiénes son de verdad buenos dirigentes, así como la altura moral de los dirigidos. Con la minoría que nos roba y ataca hemos de aplicar severamente las leyes, pero con la inmensa mayoría hemos de obrar con inteligencia, y de acuerdo a los valores que profesamos. Es cierto que hemos de pedir a los inmigrantes que hagan un esfuerzo y que no se aíslen ellos mismos, pero no cabe duda de que la comunidad de acogida ha de dar las opciones materiales para que la vida en común sea posible. Ahora más que nunca la educación es una prioridad, un grito para la supervivencia futura del capital humano y social de nuestra tierra. Abstenerse de ese esfuerzo es sembrar las uvas de la ira.

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