Los traperos se han hecho gestores

Dos ejemplos ilustran la evolución de la chatarrería desde la furgonetaambulante hasta su actual condición recuperadora de residuos

El Correo, ÁNGEL RESA, 04-01-2009

La luz del atardecer concede un tono cobrizo a las montañas de chatarra que forman una especie de cordillera en los terrenos de Lajo y Rodríguez, en la carretera de Bergara. Allí fija su residencia Comercial Molazu, la empresa que sirve de ejemplo para explicar la evolución del negocio, desde la furgoneta que recogía enseres inservibles de un lugar a otro hasta la actualidad. Ahora Iñaki de la Llera aguarda a que le traigan ese material «al menudeo o al por mayor» que se somete a un vasto proceso de selección y terminará en camiones de acerías y fundiciones.

Iñaki es el vértice de una pirámide laboral que engloba a dieciséis personas, de las que cinco trabajan en la oficina. El resto se ajusta el casco y el chaleco reflectante para clasificar, cizallar, limpiar y cribar los metales de la chatarra con una maquinaria en la que destacan altivas las grúas – pulpo. «Mi padre ya era chatarrero», comienza a relatar De la Llera. «En su época eran traperos fundamentalmente. Comprábamos y vendíamos en las casas, hasta crines de caballo. Esto se empezó con un carro y un burro. Luego compras la furgoneta o un camión viejo y con mucha dedicación y amor al negocio…».

Hace falta mantener algún cordón umbilical con la chatarrería para encontrarle la belleza que Iñaki ve con toda naturalidad. «Parece un trabajo muy feo, pero no es nada feo. Claro que esto hay que llevarlo en la sangre. Tengo un nieto de cuatro años que ya sabe separar los metales». Es el hijo del yerno, encargado de la planta. «Un animal de chatarrería», añade orgulloso el padre de la criatura.

«Hemos pasado de traperos a recuperadores de chatarra, gestores de residuos no peligrosos», dice Iñaki para explicar la metamorfosis. Está empeñado en subrayar la labor ambiental de los nuevos chatarreros, vigilados por las normas del Gobierno vasco en asuntos propios de la ecología. «Nosotros recuperamos lo que la sociedad rechaza. Si no existiéramos, todo lo que ves ahí – alude a la cordillera de desechos variopintos – estaría en basureros incontrolados o en los márgenes de los ríos».

¿Les cuelan material robado? «Toda la gente es digna hasta que entra por esta puerta. Exigimos el DNI para controlar que la procedencia del material – aluminio, cobre, cinc… – es lícita. A la mañana me ha venido un extranjero sólo con pasaporte y le hemos echado para atrás porque pedimos un permiso de residencia estable». ¿Y la crisis? «Hombre, claro que se nota. Si los talleres andan mal, a nosotros nos repercute». Iñaki confiesa que la primera mitad del año fue muy buena para el negocio, que se desplomó en verano con la alarma global. «En julio la tonelada de hierro estaba a 300 euros; ahora, a 120. La televisión dijo un día que se pagaba el kilo de cobre a seis euros y se montó aquí una cola que no veas. No era cierto. Y ya les decíamos, ‘vete a que te lo compren en televisión’».

«Aquí entra todo lo que se pegue en el imán», declara Domingo Álvarez, hermano de Félix. «Siempre que no sea material robado», matiza. Muestran las fotocopias de DNI en un cajón de la oficina calentada por el fuego de las brasas para combatir el ambiente gélido de la típica mañana vitoriana, embustera como ella sola. Sol espléndido con el termómetro bajo cero. «La Ertzaintza tiene un libro con datos de los que vienen». Incluidas matrículas de vehículos. «Cada mes o mes y medio se pasa para controlar».

A voces

El negocio se localiza enfrente de la iglesia en Portal de Betoño, muy cerca de Krea. ‘Los Vascos’, reza el cartel. «Porque somos gitanos vascos, los únicos en Vitoria». Los Álvarez llevan dedicándose «toda la vida» a la chatarra. «La familia empezó con la furgoneta, voceando por el micro y recogiendo lo que se desechaba por los pueblos. Entonces veníamos a vender lo recogido a chatarrerías como ésta», indica Félix con orgullo de propietario. «Nos hemos instalado hace un año. Primero en Ali Gobeo, pero el pabellón se nos quedaba pequeño, y desde septiembre estamos aquí».

Más modesto que el negocio de Iñaki, los hermanos compran a particulares y empresas y venden a mayoristas, sobre todo a una empresa de Pamplona. «Nos va bien, tal como están las cosas», indican. Se refieren, claro está, a la crisis económica que ha tambaleado cimientos que se creían poderosos. Como De la Llera, los Álvarez fijan en julio el punto de inflexión. «Hasta entonces las empresas estaban funcionando al 100%. Ahora, por ejemplo, acerías muy grandes como Sidenor y Acelor están paradas hasta febrero. Aquí recogemos a talleres que venían tres o cuatro veces por semana y ahora hacen un viaje cada quince días. ¿No ves que los metales se rigen por la Bolsa?», aclara Domingo para enseñanza de legos.

En una pared de la oficina, escritos a boli, figuran los precios de cada material. El cobre, rey de este universo, a 1,20 euros el kilo. «Ha estado a cuatro», advierten. El bronce, a 1. El hierro, a 0,12. «Estuvo a 0,30», insisten como ejemplo del desmoronamiento. Pese a las caídas, no se quejan. «El trato con la gente es todo. Viene el cliente, hablas con él…». En efecto. Se oyen los neumáticos de un coche. Los asientos traseros, repletos de enseres. «¿Qué traes?», pregunta Domingo. «De todo», le responde el conductor. Y comienza la rueda. Sinónimos como seleccionar, apartar o cribar. La gestación de nuevas montañas.

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