La historia desesperada de Patricia y Ariel
Una pareja argentina afincada en Eibar lanza un grito de auxilio para salir del pozo económico en que han caído
Diario Vasco,
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31-12-2008
DV. Ésta es la historia de Patricia, Ariel y Tobías, una familia hispano argentina afincada en Eibar que lanza un grito de auxilio a través de estas páginas; es la historia de un proyecto de vida truncado por la falta de trabajo, de puertas que se cierran a miles de kilómetros de la familia; es la historia de un matrimonio que emigró de Argentina para ofrecerle a su hijo un futuro mejor en España y que ahora salda el 2008 con un panorama desesperado y sólo 50 euros en la cuenta corriente.
Patricia Actis Torres, 43 años y con nacionalidad española, y Ariel Fabián Guerrero, 48 años, han sacado fuerzas de la nada durante los últimos seis meses, pero ahora empiezan a tocar fondo. «Siento que ya no hacemos pie», dice ella mientras hace carantoñas al crío que responde con una sonrisa que engatusa.
El periplo migratorio de este matrimonio empezó hace seis meses. De su Argentina natal volaron hasta Olot, donde Patricia había residido durante diez años. Embarazada de ocho meses, resolvieron todo el papeleo pertinente y reunieron cuantos ahorros pudieron para emprender rumbo a la nueva vida, que luego se les tornó mucho más dura de lo que nunca habían podido imaginar. «¿Hasta cuándo aguantaremos? Ahora mismo ya no sabemos ni por dónde tirar», asegura Ariel, en paro desde principios de diciembre.
El 25 de junio nació el pequeño Tobías, su única razón de ser durante estos largos meses. Mientras su madre le cuidaba, Ariel se presentó a todas las ofertas de trabajo que encontró. Con el sector de la construcción casi paralizado por efectos de la crisis, todos los intentos fueron en vano, hasta que un domingo dieron con un anuncio en un periódico que prometía trabajo en la vendimia francesa. «Allí nos fuimos con todo lo que teníamos. Dormimos en un camping durante los quince días de la campaña. Fue duro pero conseguimos algo de dinero», cuenta Patricia.
El calendario fue corriendo en su contra. Ariel seguía sin encontrar un empleo y, aún peor, su cuenta corriente empezaba a tambalearse mes a mes. «Desesperados», cruzaron de nuevo la frontera y se instalaron en Haro para la vendimia. Y cuando expiró la campaña, volvieron a quedarse en blanco, sin saber siquiera qué dirección tomar. Entonces, ya en pleno otoño, llegó hasta sus oídos una oferta de trabajo en Eibar donde se instalaron con los pocos ahorros que aún conservaban.
A Ariel le prometieron un año de trabajo, con un contrato de fin de obra. «Por fin una esperanza de llegar al final de túnel», pensaron. Pero esa luz se desvaneció al cabo de un mes, cuando uno de los responsables de la obra en la que Ariel trabajaba le rescindió el contrato.
Propuesta de retorno
Empieza entonces su verdadera huida hacia adelante. Patricia dice que han tocado «todas las puertas», pero que no han conseguido avanzar. En continuo asesoramiento con los servicios sociales, se dirigieron primero a Cáritas, quien les ofreció 300 euros para pagar parte del alquiler. «Hemos tenido mucha suerte con la dueña. Ni siquiera le conocemos en persona, sólo por teléfono, pero entiende nuestra situación y nos intenta ayudar en lo que puede», agradece Patricia. La pareja, que ya no puede abonarle la totalidad del alquiler (500 euros), trata a su vez de corresponderle de la mejor forma y acaba de pintarle la casa.
Lo más doloroso, revelan al unísono, es que no reciben ninguna ayuda social. Sin el empadronamiento mínimo exigido, no pueden cobrar la renta básica, ni las ayudas para el alquiler. Tendrán que pasar al menos otros cinco meses para poder acceder a estas prestaciones. «¿Qué hacemos hasta entonces? Si no encontramos trabajo, me temo que ya no tendremos ni para comer. El poco dinero que nos queda – 50 euros – lo guardamos por si tenemos que desplazarnos con Tobías o por alguna otra urgencia. Necesitamos un trabajo», sostiene Patricia, que es administrativa.
A la pareja se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de volver a Argentina, donde viven sus padres, ya mayores, y renunciar a su proyecto, que empieza a desmoronarse como un castillo de naipes. Pero se quieren dar la última oportunidad. «Yo soy española y el bebé también», se justifica Patricia, que llora de rabia ya al final de la conversación. «Nos propusieron tres billetes de avión para que volviéramos a Argentina, que nos acogiéramos al plan retorno del Gobierno. Eso nos encendió aún más. Vale que no podamos recibir todavía las primeras ayudas, pero que nos quieran echar de aquí me parece una vergüenza», denuncia ella. Ariel, que parece más abatido por la situación, interviene: «Yo no soy ningún delincuente como para que me quieran deportar. Vinimos aquí con dinero, con ganas de trabajar, pero las cosas se han complicado». «Nos sentimos totalmente desamparados», remata Patricia que enseguida corrige su gesto derrotista: «Sé que conseguiremos salir de ésta». aldaz
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