Obituario / ROBERT MULLIGAN
Su cine fue un arma contra el racismo
El Mundo, , 23-12-2008Si hay un Parnaso para quienes lucharon por los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos, el realizador Robert Mulligan debería estar sentado en él a la derecha de Harper Lee, la gran novelista de Alabama a la que adaptó con un tino que consta en los anales en Matar un ruiseñor (1962). Esta es una de las primeras cintas que denunciaron las atrocidades del racismo en el profundo Sur, y lo hizo además cuando aún tenía vigencia en Hollywood el Código Hays, que institucionalizaba la segregación racial en la pantalla estadounidense, y por extensión en las del resto del planeta.
Autor asimismo de títulos como El verano del 42 (1971), uno de los grandes éxitos del cine romántico de los años 70, o de El otro (1972), una de las propuestas de terror más interesantes de su tiempo, Mulligan falleció en su casa de Connecticut a consecuencia de la enfermedad cardiaca que le atenazó en los últimos años. Con él se va uno de los más genuinos representantes de cierta generación de realizadores de televisión, a la que también cabría adscribir a Robert Aldrich, Arthur Penn y Sydney Pollack, entre otros, que llegaron a la gran pantalla tras unos brillantes comienzos en la pequeña.
Hermano del actor Richard Mulligan – sobradamente conocido por el espectador español gracias a su creación del Burt Campbell de la telecomedia Enredos, amén de un buen número de cínicos en las dos pantallas estadounidenses de los años 60 y 70 – , Robert Mulligan nació en Nueva York el 23 de agosto de 1925. Su primera vocación fue la teología, de la que curso estudios en la Universidad de Fordham, una institución de los jesuitas de gran tradición en la Nueva York católica, yendo a coincidir en su formación por la Compañía de Jesús con Buñuel y Hitchcock. Apenas entró su país en la Segunda Guerra Mundial, Mulligan se empleó como operador de radio en la armada. Ya licenciado de obligaciones militares, el joven Robert – como tantos grandes cineastas – se dedicó al periodismo, empleándose como editorialista del New York Times. No habría de pasar mucho tiempo antes de que fuera contratado por la CBS.
Parece ser que su primer cometido en dicha cadena fue el de recadero. Pero el destino de Mulligan apuntaba a cotas mucho más altas. Corría 1948 cuando el antiguo aprendiz de teólogo dirigió sus primeros espacios dramáticos. Once años después, en 1959, era distinguido con su primer premio Emmy – el Oscar de la pequeña pantalla – por su trabajo en The Moon and Sixpence, la producción que supuso el debut en la televisión estadounidense de sir Laurence Olivier, acaso el más engolado de los actores británicos.
Pese a que mediados los años 50 Mulligan era uno de los más prestigiosos realizadores de la antena televisiva norteamericana, la verdadera dimensión de su talento apuntaba a la pantalla grande. Debutó en ella con el brillo que habría de serle habitual en Perdidos en la gran ciudad (1960), una tragicomedia sobre las dichas y las desdichas de un músico y una bailarina que quieren abrirse camino en la gran ciudad. Tony Curtis (Peter Hammond Jr.) y Debbie Reynolds (Peggy Brown) eran sus intérpretes. Curtis también habría de ser el protagonista de El gran impostor, segundo largometraje de Mulligan, estrenado en 1961.
Ese mismo año, Harper Lee, que junto con Carson McCullers y Flannery O’Connor estaba llamada a integrar el triunvirato de grandes damas de la novelística del Sur estadounidense – territorio mítico donde los haya – , había sido distinguida con el Pulitzer por la que hasta ahora es su única – y encomiable – novela: Matar un ruiseñor. Al igual que Carson en Frankie y la boda (1946), la gran Harper Lee refería en sus páginas una historia a la que asistió siendo niña en su Alabama natal. El protagonista no fue otro que su padre, un abogado que defendió a un negro acusado injustamente de haber violado a una blanca. Es decir, el principal motivo de esos linchamientos tan enraizados en el folclore de Dixieland, como la supuesta gracia de Escarlata O’Hara.
Como el propio Pulitzer vino a refrendar, Matar un ruiseñor proporcionó a los progresistas de Nueva Inglaterra y el Norte en general los mismos argumentos que en su momento reportara La cabaña del tío Tom a los antiesclavistas. Mulligan supo estar a la altura de las circunstancias y, siempre en estrecha colaboración con Alan J. Pakula, quien habría de ser su productor en seis películas durante aquellos años, hizo una adaptación encomiable. Desde la genial interpretación de Gregory Peck en aquel papel del abogado Atticus Finch, ejemplo de integridad, hasta el de su hija, Scout Finch, por parte de la niña Mary Badham, todo fue epifanía en aquella película.
La música de Elmer Berstein y Mack David, pasó a integrar el repertorio ideal del lounge de los años 60. Pero, muy probablemente, el dato más importante sea ese argumento, ya aludido, que Matar un ruiseñor proporcionó a quienes clamaban contra la segregación racial estadounidense, que en aquellos días y en algunos estados era igual de cruel que la sudafricana.
Nominado a varios premios por aquel filme, de los que sólo consiguió uno del Festival de Cannes, el siempre profesional Mulligan prosiguió su carrera en westerns desmitificadores como La noche de los gigantes (1969). Tras la inolvidable El verano del 42, sobre una relación furtiva e imposible entre un adolescente y la mujer de un soldado, el cineasta volvió a dar lo mejor de sí mismo en El próximo año a la misma hora (1978), una comedia sobre los amores que envejecen.
Robert Mulligan, director de cine, nació en Nueva York el 23 de agosto de 1925 y murió el 19 de diciembre de 2008 en Connecticut.
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