Cuatro historias del Este

Una pianista georgiana, un sacerdote ortoxo, un trabajador ruso y otro rumanoexplican los motivos de su establecimiento en Vitoria

El Correo, ÁNGEL RESA, 21-12-2008

El Este de Europa también está en Vitoria, pero apenas agita su presencia en comparación con la comunidad latina. EL CORREO ha charlado con cuatro familias que dejaron Rumanía, Georgia o Rusia para establecerse en la capital alavesa. Una pianista de origen aristocrático, un empleado en el mantenimiento de los semáforos, un sacerdote ortodoxo y su esposa… Son historias que alumbran realidades. Por ejemplo, empleos inferiores a las cualificaciones académicas. Algunos seguirán aquí, otra piensa en continuar por Europa y hay quien medita su regreso.

MAREKHI KOTETISHVILI

Pianista georgiana

«Vine por el ansia de libertad de mi marido»

Marekhi Kotetishvili entra en el lugar de la cita y no sorprende que dos minutos después esté hablando del origen aristocrático de su familia en Georgia. Muy delgada y de enormes ojos oscuros, es una mujer elegante. Extiende para saludar la mano delicada que distingue a la pianista. Nació en Tiblisi hace 40 años y nunca se imaginó fuera del país natal, pero su lealtad cuasi religiosa a la familia la condujo a aceptar las ansias de libertad de su marido, violinista de prestigio. En Vitoria viven desde 2001 con Lika, la hija adolescente que habla el euskera hermanado con el georgiano.

«Mi familia es aristócrata desde el siglo XVIII, procede de curas ortodoxos de alto nivel, y se la premió con un pueblo llamado Kavtisjevi. Era un concepto de la aristocracia humano, para administrar bien la comunidad. Mi tatarabuela se casó con un primo de Nicolás II, rey de Rusia. Pero llegó el comunismo, nos quitó todo y mató a miembros de mi familia. Se cargaron a la gente inteligente, la que da nivel a un país».

Con cuatro años y sin apenas llegar a las teclas, ya tocaba el piano en una cuna que beatifica la música culta. Atribuye su dedicación – intérprete y compositora de sólida formación – a la vena romántica de su padre, un biólogo marino. «Nunca imaginé dejar Georgia, pero me casé con un violinista de mi país que es una persona libre. Él tenía independencia porque salía con su orquesta sinfónica a Francia, Suiza, Alemania, Turquía… A pesar de eso, quería más libertad, tocar jazz». Marekhi ha actuado en el Conservatorio y formado dúo pianístico con la cubana Iliana Ross, aunque se gana la vida mediante clases particulares, igual que su marido.

¿Te arrepientes de haber venido? «Sí de haber venido a un país donde no está tan respetada la cultura. Pero estoy contenta por la gente que hemos conocido aquí, los buenos amigos, y la posibilidad que tiene mi hija de aprender idiomas. Es una experiencia bonita, pero no fácil». ¿Te ves de por vida en Vitoria? «Quizá, en todo caso, la continuemos en otro país». ¿Qué opinas de esta ciudad? «Es bonita y está muy cuidada, pero parece más pueblo que capital. Y no me gusta que los jóvenes se emborrachen y griten».

RADU Y DANIELA

Sacerdote ortodoxo y cocinera

«Quería una parroquia en Europa»

Son de Transilvania y, a modo de broma, surge la relación vampírica de la región con la cinematografía literaria de Drácula. Daniela (32 años) obtuvo el doctorado de Matemáticas en Brasov, su ciudad natal. Aquí trabaja de cocinera en una cafetería de Judimendi, el barrio donde vive con su marido y sus dos hijos. La parroquia de San Juan – Radu (41 años) no se cansa de implorar que aparezca su agradecimiento a la Iglesia Católica – les ha cedido el piso donde viven. Es el sacerdote ortodoxo que oficia las misas en un local del Espíritu Santo. Hoy mismo, por la tarde, se anuncia jornada grande para su comunidad eclesial con la presencia del obispo Timotei y siete curas de ciudades del entorno.

«Tuvimos una parroquia durante catorce años en un pueblo cerca de Brasov, pero quería asistir religiosamente a los rumanos de fuera en cualquier lugar de Europa. Pasé el examen en Bucarest – prosigue Radu – y como tenía un hermano que trabajaba en una empresa de San Sebastián decidí venir a Vitoria». Al culto religioso acuden compatriotas, pero también ucranianos y búlgaros.

En la charla están Andrei, alumno de primero de la ESO en Ekialde, y Zaharia, escolar de Primaria en Ángel Ganivet. Ambos, los hijos del matrimonio, cursan sus estudios en el modelo D. El mayor juega al baloncesto y el pequeño destaca en gimnasia. Se sienten queridos por los compañeros, bien integrados desde el principio.

La fe les acarrea renuncias inevitables, sobre todo económicas. Radu cobraba por su sacerdocio en Transilvania. Aquí ha trabajado en una firma de parqués, en una fundición y cuatro meses transportando paquetería cada noche a Madrid. Ella ha cedido su estatus profesional. De asistente en la Universidad ha pasado a la cocina y obra de intérprete ocasional para el Ayuntamiento.

Se lamentan de que las actitudes de algunos rumanos perjudiquen a todo el colectivo. «Cuando pedí trabajo en la cafetería no se creían que yo fuera de allí porque la idea que se tiene es agitanada», subraya Daniela, rubia impoluta. Ambos elogian «el sistema de salud» y acuden a ese lugar común por el que los vascos son para siempre cuando se abren.

MARAT BRUSNEV

Trabajador ruso

«De Vitoria me gusta la seguridad»

Resumir los avatares de Marat (37 años) conduce al desánimo. Es casi imposible condensar su vida desde el nacimiento en Stavropol hasta la residencia en Vitoria junto a su esposa (Galina) y los hijos. A Oleg lo alumbró ella en Portugal y a Anton, en Txagorritxu. «Mi historia es muy larga», avisa el ruso con sorna.

Trabajó en el ámbito de la seguridad allá y en febrero de 2001 la pareja se instaló en Ourem, «tipo Miranda de Ebro muy cerca de Fátima». Galina se empleó en una fábrica textil y atendió más tarde una tienda propia de alimentación. A él le dieron curro en una empresa que montaba muebles de cocina. Más tarde se movieron a Lisboa, «bonita para ver, pero no para vivir», coinciden ambos. «Toda Europa aportó muchísimo dinero para la Eurocopa de fútbol de 2004. El país mejoró espectacularmente, pero pasó el campeonato y todo bajó mucho», añade Marat.

Aún queda un capítulo luso antes de Vitoria. Fue en Entroncamento, nudo ferroviario de rango mayor, donde él trabajaba como miembro de la seguridad nocturna en una firma de vinagre y champán, impartía clases de judo por el día y ella regentaba el bar de ese mismo club deportivo. «Aquello era demasiado tranquilo».

Fue entonces cuando Marat sondeó la opción de trabajar en España: Barcelona, Alicante, Toledo… Pero visitó San Sebastián, bajó hacia Vitoria y descubrió desde la cruz de Olárizu el lugar donde quería establecerse. «Yo quiero vivir aquí». Y aquí residen desde el Año Nuevo de 2005. Marat trabajó con Olivier, el francés que acondiciona la pista de hielo navideña en La Florida. Después alternó empleos a salto de mata y recurrió a la asociación Norabide, clave de la estabilidad familiar. «Pon que Filomena tiene un gran corazón», reclama Galina. «Grande es una palabra pequeña. Hago lo que sea por ella», añade el marido.

Ahora trabaja en Telvent, la empresa que vela por el mantenimiento de los semáforos en la capital alavesa. Está contento. No se corta un duro, muestra una nómina que rebasa por poco los mil euros. Trabaja de seis y media a tres. A Marat le gustan «la limpieza» de Vitoria y su «nivel de seguridad».

ADRIAN KISCH

Oficial de primera rumano

«Vine para lograr calidad de vida»

«Vinimos aquí por la calidad de vida», abre la conversación Adrian. «En mi país se ganaban 200 – 300 euros al mes y los precios estaban parecidos a los de aquí. El Estado te daba una casa que no te dejaba comprar, tenías que esperar dos años para conseguir un coche…». Así que el ingeniero de Constanza, puerto del mar Negro, llegó a Santander en 2002 con una empresa hispano – rumana. Allá, al Este de Europa, se habían quedado Emilia, la esposa, y el hijo.

La mejor etapa de Adrian en España llegó durante los cuatro años en Unión Constructora, una empresa de Pamplona «muy seria» que distribuía a sus empleados – a él como oficial de primera porque aún no le convalidan el título – donde hubiera obras. «Lo malo es que cada año cambiaba de ciudad». Ahora va para tres años de estancia en Vitoria.

«Tenemos trabajo hasta fin de año. Luego no lo sé. Ya se veía que España no podía construir al mismo ritmo tanto tiempo, pero la recesión ha sido de golpe». Hace dos años que su mujer dejó un buen empleo en Rumanía para reunirse con él aquí. Adrian no se arrepiente del paso que dio en su día, pero tampoco se aferra al nuevo destino. «Si la cosa va mal, volveremos a nuestro país. Al hijo ya le hemos ayudado y ahora no nos necesita. Es capitán de buque y gana bastante dinero». Aunque el matrimonio recela de la escasa evolución rumana. «Los que dirigen el país ahora son los mismos comunistas con otra cara», afirma Emilia. «Sí. Ya hace veinte años de la revolución que acabó con Ceaucescu y no ha cambiado casi nada», añade Adrian.

A él le ha gustado España. Lo prueban los 100.000 kilómetros que su coche ha rodado en cuatro años. Destaca «la seriedad» de los vascos, su capacidad para entablar buenas relaciones y lanza una puya a sus compatriotas que quieren servicios sin aportar a cambio. «Entiendo a los españoles que se quejan de la gente que ha venido a robar. Aquí se viene a trabajar, de forma legal y con contrato. Si no, a quedarse en casa». Y enfoca el caso vitoriano. «El Ayuntamiento ha dado aquí ayudas, pisos a personas sin nómina. Y eso no es normal».

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