Gipuzkoa avanza hacia el mestizaje con 4.000 bebés de parejas extranjeras nacidos en 5 años

El territorio acoge a más de 35.000 personas procedentes de un centenar de países El crecimiento de esta nueva generación nacida en el último lustro de padres inmigrantes supone un reto de integración

Diario de noticias de Gipuzkoa, jorge napal, 09-12-2008

donostia. La Gipuzkoa mestiza que soñaba hace unos años el compositor Txetxo Bengoetxea en el documental La pelota vasca parece estar cada día un poco más cerca. En los últimos cinco años han nacido en el territorio un total de 1.323 niños y niñas de parejas extranjeras, cifra que se eleva a 4.000 teniendo en cuenta los hijos de matrimonios mixtos, en los que uno de los miembros es foráneo, según datos facilitados a este periódico por el Observatorio Vasco de la Inmigración, Ikuspegi.

Son párvulos que comienzan a chapurrear euskera, que son guipuzcoanos a todos los efectos aunque, paradójicamente, se les sigue asociando con frecuencia a una segunda generación de inmigrantes , cuando nunca inmigraron.

Si además se toma en cuenta el soplo multiétnico que está entrando de lleno gracias a las adopciones internacionales, hablar en términos de mestizaje en un futuro más o menos cercano es una posibilidad que cobra más fuerza cada día que pasa. “Es algo a lo que ya nos vamos acostumbrando. Hay cantidad de niñas con rasgos chinos que se llaman Irati o Lide, que ya hablan euskera y viven en Donostia, Irun o cualquier otra ciudad vasca. A partir de ahora desmontar todos los prejuicios que siguen existiendo va a ser determinante para poder crear una sociedad más justa”, confiesa Idoia Mariñalenarena, coordinadora del programa de mediación cultural del Ayuntamiento de Irun.

Y el mercado laboral está a punto de dar el paso. En unos años va a ser habitual hacer entrevistas de trabajo a muchachas con rasgos asiáticos, tez nívea de países del norte o morena del sur, que responderán al apellido de Urretabizkaia o Goikoetxea. “Todos vamos a tener que cambiar la mentalidad, porque estas personas han nacido y se han socializado aquí, aunque aparentemente sus rasgos nos digan otra cosa”, reflexiona la mediadora.

un largo camino Pero esa sociedad “mucho más rica”, que ya comienza a apuntar esta tendencia, tiene todavía un largo camino por recorrer. Gipuzkoa cuenta con una población de 700.392 habitantes, de los que 35.786 son extranjeros, lo que representa un 5,1% de la sociedad. Todas estas personas inmigraron en su día, aunque sus vástagos no. Por eso, hablar en términos de “segunda generación” deja un poso peyorativo en una sociedad que tiende a equiparar a los hijos de inmigrantes con sus padres, para oponerlos a los autóctonos, en un contexto en el que lo social y lo jurídico discurre a menudo por vías diferentes. “¿Cuánto tiempo ha de residir una persona en un país para que deje de ser vista como un inmigrante? Ésa es la eterna pregunta, el gran debate, saber cuál es el momento a partir del cual uno pasa a ser vasco y no inmigrante”, reflexiona Mikel Mazkiaran, miembro de SOS Racismo en Gipuzkoa.

Este abogado introduce nuevos matices a un tema de “gran complejidad”. Dentro del colectivo que insufla savia a la sociedad también se incluyen los chavales que, gracias a la fórmula legal de la reagrupación familiar, se encuentran por fin con sus padres que inmigraron en su día y no pudieron hacerlo con ellos. Por eso, en ocasiones, hay mucho resquemor. “Son jóvenes que tienen que adaptarse a una velocidad supersónica”, apunta Mazkiaran. Y algunos, añade Mariñalenarena, “con gran sentido de abandono”.

cien nacionalidades Entre tanto, los movimientos migratorios han dejado de ser un fenómeno reciente. De las 35.000 personas extranjeras censadas en Gipuzkoa y procedentes de un centenar de países, un número creciente de ellas comienza a gozar de un nivel de vida más estable. “Caminamos hacia el mestizaje en Gipuzkoa, claro que sí”, proclama el egipcio Mustafá Sathy, con residencia en Pasai Antxo y casado con una donostiarra. “Se ve el fenómeno como algo nuevo, pero es algo que existe desde siempre en el mundo entero”, asevera este joven de 34 años.

Mustafá todavía no se ha decantado por tener descendencia, pero cuando lo haga, probablemente disfrute de más facilidades a la hora de integrar a su hijo en la sociedad. La mediadora Mariñalenarena lo tiene claro. “La adaptación de los menores con un padre o madre de aquí es mucho más facilitadora porque siempre existen redes, referencias y un mayor voto de confianza”, asegura.

Y en la medida que todo ello vaya surgiendo, y la sociedad se acostumbre a la convivencia con el extranjero, es cuestión de tiempo que se convierta en algo habitual que un domingo cualquiera, Mohamed, por poner un ejemplo, se siente a la mesa porque es novio de la hija de una familia guipuzcoana. A partir de ahí, Mariñalenarena está convencida de que se tejerán un montón de redes porque, como indica el egipcio Sathy, “lo que nos une a todos es la parte humana”.

A Gina Castillo tampoco le suena a ciencia ficción esa estampa. Esta peruana, casada desde hace cinco años con un chico de Irun, lleva a su hija de once meses a una guardería de la localidad fronteriza y aguarda a las Navidades para alumbrar a la segunda. A pesar de la sintonía que le une a su pareja, en ocasiones, también surgen distancias entre ambos debido a un problema de comunicación, como si fueran un reflejo de la propia sociedad. “Le digo junta la mesa, y él la mueve, cuando en mi país quiere decir que la recoja”, explica sonriendo.

El único pero que observa a las relaciones sentimentales que mantienen las personas extranjeras con las autóctonas es la excesiva dependencia de sus amistades y redes sociales. “Te separas, y te quedas sola. La inmigrante tiene que tener cuidado con ello”, advierte.

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